Plaza de Estepona (Málaga). 7 de noviembre. Décima corrida de la Gira de Reconstrucción. Unos 300 espectadores. (Esta corrida y las dos de mañana, domingo -una de ellas, rejoneo- estaban anunciadas en Sanlúcar de Barrameda, donde no han podido celebrarse debido a las restricciones sanitarias). Cuatro toros de La Quinta, bien presentados, mansos y sin entrega los dos primeros; bravucón, fiero y encastado el tercero, al que se le dio la vuelta al ruedo, y bravo, noble y con calidad en la embestida el cuarto.
Morenito de Aranda: Oreja y dos orejas.
Emilio de Justo: Oreja y vuelta al ruedo.
______________________________________
Hace falta ser buen torero para estar a la altura de un buen toro. Y en Estepona hubo dos, distintos, pero exigentes; fiero, repetidor y encastado el tercero, al que se le premió con la vuelta al ruedo, aunque no destacó en el caballo; y muy noble, con fijeza, ritmo y profundidad en la embestida, el cuarto, que empujó con fuerza al picador, pero que no recibió premio porque Emilio de Justo erró con la espada y emborronó el triunfo de ambos.
Dos buenos toros, que tuvieron delante dos buenos toreros, distintos también; estético Morenito con el animal más complicado, y poderoso De Justo con el más pastueño. Y ambos ofrecieron sendas lecciones de buen toreo, asentada la planta, vistosos los dos con el capote a la verónica, y lucidos en el tercio final.
Morenito volvió a mostrar sus buenas maneras con el soso primero, y no se arrugó ante el nada fácil tercero, que embistió con entrega y casta, y pedía a gritos una muleta poderosa. Tardó en encontrar el momento del temple, y trazó naturales largos de alta concepción artística.
Había comenzado por bajo, con elegancia y mando, aguantó la velocidad repetitiva del animal, y toreó mejor cuando se hizo presente el sosiego de toro y torero. Alargó la faena, como todos los toreros modernos, pero dejó un poso de torería.
Ya lo había dejado, no obstante, con el capote; veroniqueó a sus dos toros con prestancia y buen gusto, y una verónica y la media del quite al tercero fueron sencillamente perfectas.
Emilio de Justo lo hizo todo bien, y cuando tenía ganados los máximos trofeos del cuarto, al que toreó primorosamente, se dedicó a pinchar sin ton ni son y lo estropeó todo. Se quedó sin orejas el torero, y sin vuelta el toro, que se lo había ganado desde que saltó al ruedo.
Era noble ese cuarto un animal, pero no tonto, con recorrido largo, hondura en su embestida, y con un claro fondo de casta. De Justo lo entendió bien, en una labor de menos a más, larguísima, con excelentes muletazos por ambas manos, y coronada, finalmente, con derechazos sin la ayuda del estoque y, después, largos naturales, que supieron a gloria.
Fue una faena emocionante e intensa que merecía la perfecta realización de la suerte suprema. Pero no fue así; el otrora efectivo matador se erigió en pinchauvas y acabó con el cuadro.
También destacó a la verónica en sus dos toros, y abrevió inteligentemente en el primero en cuanto este desarrolló sentido y lo puso en apuros en un par de ocasiones.