Recuerdan a Lynch en el desierto de Samalayuca
Eduardo Arredondo Delgado
El director estadounidense, David Lynch no se imaginó lo complejo de adaptar una obra monumental como Dune (1984) cuyo valor literario sobrepasó los libros de ciencia ficción de la época.
Creada por Frank Herbert, Lynch creyó que los primeros 35 millones de dólares le servirían como presupuesto para culminar el filme y no fue así. Más de 45 millones de dólares se invirtieron en Dune cuyo filme concluyó en un rotundo fracaso. No así la espectacular fotografía de Freddie Francis, cuyo trabajo admirable lleva al espectador a un mundo desértico donde el supuesto Mesías llegaría para poner fin a una larga lucha (Los Fremen y los Atraides contra los Harkoneen).
Dune se filmó en los estudios Churubusco y en el desierto de Samalayuca, espacio en donde otros como Buñuel hicieron de un lienzo para sus respectivas obras.
El desierto de Samalayuca lo integran 63 mil hectáreas y se encuentra localizado a unos 50m kilómetros al sur de Ciudad Juárez.
La banda sonora instrumental corrió a cargo de Toto, acompañada por la Orquesta Sinfónica de Viena y el Coro de la Ópera popular de Viena (dirigidos por Marty Paich (papá del tecladista). En el caso de “Prophecy Theme” el tema fue compuesto por Brian Eno, Roger Eno y Daniel Lanois (recordado por colaboración con U2).
Dino De Laurentiis, fungió como productor y antes de llevarla a la pantalla grande, Dune tuvo otras oportunidades y terminaron en desastres, principalmente porque la obra subías de costos y nada tenía claro la posibilidad de llevar a cabo una digna adaptación. Tal vez lo consiguió Denis Villeneuve en la nueva versión de Dune.
En un inicio, se quiso que el director y escritor de origen chileno, Alejandro Jodorowsky (en ese entonces con escandalosas puestas en escena en México) se encargara del proyecto y no se cristalizó, pese a que se hicieron bocetos con artistas como Moebius, el diseñador francés, capaz de recrear atmósferas y mundo vírgenes, como plantea Herbert en Arrakis (el planeta desértico) en su
obra colosal (no en vano, Arthur C. Clarke dijo que Dune solo podía compararse con El Señor de los Anillos de Frank Herbert). Jodorowsky dijo
una y otra vez que uno de sus actores sería el pintor español, Salvador Dalí, y aunque pareciese un disparate sí recibió la invitación, pero la declinó, además que el célebre pintor exigía además de una suma millonaria.
Lynch diría más adelante que el fracaso era una responsabilidad de él y que se había vendido.
Pese al fracaso, De Laurentiis no dejó de creer en la capacidad de Lynch que ya era venerado en los círculos alejados de Hollywood y vendría más adelante otro proyecto de gran calado: Blue Velvet (1986, con Isabella Rossellini, después se convirtió en su esposa). De hecho, el papel de Dorothy Vallens había sido pensado para Hellen Mirren y esta lo desechó porque le parecía muy polémico, después en una cena Lynch conoció a Rosellini y le ofreció el papel.
David Lynch recurrió a una imaginación desbordada, cuyo elemento fue definitivo en cada una de sus obras. Probó lo absurdo de la vida con lo grotesco y lo poético como elementos indiscutibles en su trabajo.
Primero fue pintor, cineasta y músico, lo que lo hizo a la postre ser un artista complejo y completo.
Casi al final de su vida, extrañamente si se quiere, como actor, David Lynch encarnó al director cinematográfico, John Ford en una cinta de Steven Spielberg llamada, “Los Fabelman”. Su única exigencia para aceptar el rol fue una bolsa de Chetos, las frituras que tanto amó el cineasta.
Angelo Badalamanti fue su músico preferido, con él realizó la mayoría de sus proyectos. De la mano de Angelo, las fantasías más caóticas y desprendidas del mundo cobraron fuerza y realidad.
Su muerte, provocada por un enfisema pulmonar, a los 78 años deja muchas preguntas y trabajos inconclusos.