Hay quien siempre tiene una sonrisa en la boca. Son personas que siempre ven una solución en cada problema y una esperanza en cada adversidad. ¿Es verdad que hay quien nace siendo optimista? La ciencia tiene la respuesta.
¿Nacemos siendo optimistas? ¿Hay quien llega a este mundo siendo negativo “por naturaleza”? ¿Existe, quizá, algún componente biológico o genético que determine la manera con la que afrontamos la vida? Quien más y quien menos se ha hecho esta pregunta, sobre todo, al conocer a alguien que parece tener una habilidad casi natural para ver las cosas del lado más luminoso.
Son personalidades con unos recursos propios para manejar los instantes difíciles, para sacar fuerzas de flaquezas y ver esperanzas donde otros solo ven tormentas en el horizonte. Por tanto, es habitual cuestionarnos qué las hace únicas y sospechar quizá que esos seres especiales ya llegaron a esta realidad siendo de ese modo.
Lo cierto es que la ciencia tiene la respuesta a esta cuestión y la explicación no puede ser más interesante a la vez que poética: las personas optimistas nacen, pero también se hacen. Lo analizamos a continuación.
Las personalidades optimistas parecen evidenciar un mayor nivel de anandamida, una sustancia que segregan las neuronas y que estimula la motivación, la esperanza y aprender cosas nuevas que median en el propio bienestar.
¿Es verdad que nacemos siendo optimistas?
Pensar que hay personas que nacen viendo ya “el vaso medio lleno” desde que vienen al mundo causa cierta sorpresa. El caso es que existen casos verdaderamente llamativos de los que vale la pena hablar. Un ejemplo, Jo Cameron es una mujer escocesa que padece una pequeña mutación en dos genes muy concretos: FAAH y FAAH-OUT.
Esa alteración se traduce en no sentir dolor y mostrar siempre una actitud positiva y entusiasta hacia la vida. Algo que sin duda podría despertarnos cierta envidia, esconde en realidad un pequeño inconveniente que la propia Jo admite. El dolor está ahí por una razón, es parte de lo que somos y por tanto no podemos eliminar de nuestra esencia un componente que nos ha acompañado a lo largo de toda la evolución.
Esta mujer no sabe que se está quemando la mano hasta que lo huele. Tampoco puede sentir tristeza cuando debería ser esperable experimentarla. Este es un caso excepcional, pero hay otros.
Ida Keeling es una mujer de 106 años que ha sabido afrontar los momentos más duros de su vida. A los 60 perdió a sus hijos y buscó al instante un mecanismo para aliviar ese dolor: correr. Se convirtió en una velocista que batió récords.
Si nos preguntamos si nacemos siendo optimistas lo cierto es que estas dos mujeres (cada una en unas circunstancias propias) tienen algo en común: la elevada producción de anandamida.
La anandamida, más común en el cerebro de las personas optimistas
La anandamida es una sustancia que segregan las neuronas y que actúan sobre los circuitos de recompensa del cerebro. Es un tipo de lípido endógeno que interacciona de manera directa con los receptores cannabinoides. ¿Qué significa esto? Implica lo siguiente:
- Las personas con un alto nivel de anandamida endógena regulan la sensación de dolor física y emocional con mayor facilidad.
- Estudios como los realizados en la Universidad Estatal de Bowling Green (Estados Unidos) hablan de cómo la anandamida aumenta el nivel de motivación y la toma de decisiones.
- Tienen mayor habilidad para asentar información nueva.
- Son hábiles para alcanzar la homeostasis, para relajarse en momentos de estrés y participar en actividades que median en su equilibrio y bienestar.
¿Nacemos siendo optimistas? La clave está en el cerebro
Ante la pregunta de si nacemos siendo optimistas, los científicos nos lo dicen claro: debe existir un equilibrio entre optimismo y pesimismo para poder sobrevivir. Alimentar en exclusiva un solo enfoque no nos será de ayuda. No es bueno, por ejemplo, mantener ese positivismo poco lógico que nos hace ir con una venda en los ojos, como tampoco lo es caminar por la vida con un filtro de negatividad constante.
De este modo, trabajos como los realizados en el College London (Reino Unido) revelan que las personas con una tendencia a ser más optimistas suelen hacer uso de otro enfoque cognitivo. Un optimista selecciona las señales positivas del entorno y trata de no reforzar en exceso los datos adversos.
Además, sus cerebros presentan una menor hipervigilancia y una menor actividad en la amígdala cerebral(esa área encargada de procesar amenazas y riesgos).
El optimismo también se aprende
En efecto, podemos venir al mundo con un cerebro orientado a ver oportunidades donde otros ven problemas. Puede también que dispongamos de un nivel más elevado de anandamina, como Jo Cameron e Ida Keeling.
Sin embargo, no todos los optimistas vienen con ese software de fábrica. Están también los que aprenden a serlo, hay muchas personas que en un momento dado integran nuevas estrategias con las que aplicar a su vida un filtro más positivo y esperanzador.
¿Cómo lo hacen? Estas serían algunas sencillas claves.
- Aprenden a manejar mejor sus emociones.
- Aprenden técnicas de resolución de problemas.
- Potencian la autoestima. La autocofianza les permite ver el presente y el futuro con un menor nivel de ansiedad.
- Sitúan tu atención en el presente. El ayer ya no existe, el mañana aún no ha ocurrido.
- Asumen y aceptan que en la vida existe la adversidad. No todo sucederá como nosotros queremos o esperamos, pero la manera de procesar lo que ocurre es clave.
- La aceptación y la esperanza en los días complicados les permite ver la vida con mayor optimismo.
Nada es tan importante como cultivar, entrenar y desarrollar un enfoque mental positivo, ese que aún aceptando las dificultades cotidianas, no se rinde ni se hunde. Si no que se permite afrontar la vida con entusiasmo a pesar de todo.