La desaparición del hierro ganadero, una decisión lógica y lamentable para la fiesta ANTONIO LORCA
Hace unos años, un político andaluz, fundador y líder de un partido autonomista ya desaparecido, se lamentaba: “Si todos lo que me animan y felicitan por la calle me votaran, yo sería presidente de la Junta”.
Leopoldo Sainz de la Maza y sus seis hermanos y hermanas, propietarios del hierro ganadero de Herederos del Conde de la Maza, han decidido poner punto y final a su trayectoria como criadores de toros bravos. Las redes sociales no han tardado en inundarse de mensajes de apoyo y solidaridad con el ganadero. “Hoy es un día muy triste para el aficionado”, decía uno; “la fiesta está de luto”, apuntaba otro; “perdemos todos”, “desaparece un trocito genético del campo bravo”, “las figuras lo han arrinconado”, “se va un hierro de leyenda”, y así numerosos testimonios de pesar ante la que, ciertamente, no es una buena noticia para la tauromaquia.
Pero el mejor titular, sin duda, lo ha ofrecido el propio ganadero: “Aquí hay que morirse para que te valoren. Antes no me quería nadie, y ahora todos dicen ‘pobrecito’; parece una broma”.
La verdad es que si la mitad de quienes, —de buena fe, sin duda—, lamentan ahora la eliminación de los toros del Conde de la Maza hubieran acudido a la plaza cuando se anunciaban en un cartel, la ganadería estaría viva y coleando.
¿Qué ha pasado? Simple y llanamente, y así lo ha reconocido Leopoldo Sainz de la Maza, se trataba de un mal negocio, que cada año daba pérdidas a la sociedad. (“Qué difícil es que se mantenga una ganadería con varios herederos”, apuntaba un aficionado en las redes sociales). No era productiva, en una palabra, y la mayoría de los hermanos han decidido acabar de una vez con la sangría que, durante los últimos años, han mantenido como homenaje de respeto al abuelo, que creó el hierro en 1953, y a su padre, verdadero impulsor de la iniciativa.
Pero no es la primera ni la última empresa que cierra, aunque resulte dolorosa la eliminación de un encaste propio, creador de un determinado tipo de toro de imponente trapío, astifinos pitones y sorprendente e irregular comportamiento.
¿Qué ha pasado? ¿Ha fallado el producto o ha cambiado el gusto del cliente?
“La bravura es un mal negocio”, ha dicho el ganadero a modo de justificación. No tiene razón. Sus toros, con raras excepciones, no eran bravos. Valga como un simple ejemplo la corrida que lidió el 12 de julio de 2015 en la Feria de San Fermín, a la que volvía tras 34 años de ausencia. Contaron las crónicas que los ejemplares lidiados lucieron una excelente presentación, y destacaron sobradamente por su mansedumbre, su falta de casta, su dureza y extraordinarias complicaciones. Afortunadamente, tuvieron un noble comportamiento en el encierro matinal y la carrera se saldó sin heridos por asta de toro y solo hubo algunos contusionados.
Es cierto, como el ganadero asegura, que muchos periodistas —el que firma este blog es uno de ellos— “han largado de esta casa sin piedad”; pero es que sus toros han dado sobrados motivos, con excepción, eso sí, de aquel bravo y encastado sobrero de nombre Farrucoso, que salió al ruedo de la Maestranza el día del Corpus de 2014 y propició que Pepe Moral paseara las dos orejas.
La ganadería del conde pasó de lidiar siete corridas y cuatro novilladas en 2002 a estar prácticamente ausente de todas las ferias importantes —Sevilla y Madrid entre ellas— en las últimas temporadas. Y una razón de peso es que el producto no ofrecía las mínimas garantías para la lidia. El genio, la ausencia de casta y un comportamiento por lo general muy deslucido han restado prestigio al hierro que, en verdad, no contaba hace tiempo entre los deseados por los aficionados.
Ha fallado el producto (el toro) y ha cambiado el gusto de los clientes
Conclusión: ha fallado el producto, aunque toda opinión es subjetiva.
Y ha cambiado, también, el gusto del cliente.
Afirma el ganadero que la fiesta de los toros se ha convertido “en algo anodino y previsible, y va para atrás”. Y añade que la estética es importante en una fiesta basada en la emoción y el riesgo, pero no todo. “Hay toreros —concluye— que lo basan todo en la estética, y así esto se cae solo”.
Claro que sí; esa es la consecuencia de que los espectadores de ocasión, —todos los que acuden a una plaza como quien va a un acto social y con el objetivo de rentabilizar en orejas el precio de la entrada—, superen en número a los aficionados. Y ya se sabe: cuando no hay exigencia mandan e imponen sus caprichos las figuras del toreo.
“Los toreros torean lo que quieren”, añade el conde de la Maza; “y los empresarios compran lo que compran”.
Pues, sí. Las figuras han huido y huyen de los toros que huelen a fiereza y astifinas cabezas; pero también los diestros lidiadores prefieren aquellas divisas duras que, al menos, estadísticamente, ofrezcan alguna posibilidad de triunfo. Y la del señor conde no estaba ya entre estas.
La fiesta no está de luto porque desaparezca la ganadería del Conde de la Maza. Está empobrecida, eso sí, por una lamentable pérdida. La fiesta está de negro riguroso porque se mantienen otras ganaderías, diseñadas al dictado de quienes están empeñados en hacer de la fiesta de los toros un ridículo baile ante un animal enfermizo y con andares ovinos.
“¡Vaya marrón que te has quitado de encima!”, le ha sentenciado un amigo al ganadero.
Pues no le ha dicho más que el evangelio. Amén.
“La bravura es un mal negocio”, ha dicho el ganadero a modo de justificación. No tiene razón. Sus toros, con raras excepciones, no eran bravos. Valga como un simple ejemplo la corrida que lidió el 12 de julio de 2015 en la Feria de San Fermín, a la que volvía tras 34 años de ausencia. Contaron las crónicas que los ejemplares lidiados lucieron una excelente presentación, y destacaron sobradamente por su mansedumbre, su falta de casta, su dureza y extraordinarias complicaciones. Afortunadamente, tuvieron un noble comportamiento en el encierro matinal y la carrera se saldó sin heridos por asta de toro y solo hubo algunos contusionados.
Es cierto, como el ganadero asegura, que muchos periodistas —el que firma este blog es uno de ellos— “han largado de esta casa sin piedad”; pero es que sus toros han dado sobrados motivos, con excepción, eso sí, de aquel bravo y encastado sobrero de nombre Farrucoso, que salió al ruedo de la Maestranza el día del Corpus de 2014 y propició que Pepe Moral paseara las dos orejas.
La ganadería del conde pasó de lidiar siete corridas y cuatro novilladas en 2002 a estar prácticamente ausente de todas las ferias importantes —Sevilla y Madrid entre ellas— en las últimas temporadas. Y una razón de peso es que el producto no ofrecía las mínimas garantías para la lidia. El genio, la ausencia de casta y un comportamiento por lo general muy deslucido han restado prestigio al hierro que, en verdad, no contaba hace tiempo entre los deseados por los aficionados.
Conclusión: ha fallado el producto, aunque toda opinión es subjetiva.
Y ha cambiado, también, el gusto del cliente.
Afirma el ganadero que la fiesta de los toros se ha convertido “en algo anodino y previsible, y va para atrás”. Y añade que la estética es importante en una fiesta basada en la emoción y el riesgo, pero no todo. “Hay toreros —concluye— que lo basan todo en la estética, y así esto se cae solo”.
Claro que sí; esa es la consecuencia de que los espectadores de ocasión, —todos los que acuden a una plaza como quien va a un acto social y con el objetivo de rentabilizar en orejas el precio de la entrada—, superen en número a los aficionados. Y ya se sabe: cuando no hay exigencia mandan e imponen sus caprichos las figuras del toreo.
“Los toreros torean lo que quieren”, añade el conde de la Maza; “y los empresarios compran lo que compran”.
Pues, sí. Las figuras han huido y huyen de los toros que huelen a fiereza y astifinas cabezas; pero también los diestros lidiadores prefieren aquellas divisas duras que, al menos, estadísticamente, ofrezcan alguna posibilidad de triunfo. Y la del señor conde no estaba ya entre estas.
La fiesta no está de luto porque desaparezca la ganadería del Conde de la Maza. Está empobrecida, eso sí, por una lamentable pérdida. La fiesta está de negro riguroso porque se mantienen otras ganaderías, diseñadas al dictado de quienes están empeñados en hacer de la fiesta de los toros un ridículo baile ante un animal enfermizo y con andares ovinos.
“¡Vaya marrón que te has quitado de encima!”, le ha sentenciado un amigo al ganadero.
Pues no le ha dicho más que el evangelio. Amén.