Solventó con mucha entrega una inesperada encerrona en Colmenar
Cuando Juan del Álamo se echó encima al primer toro de la tarde en una saltillera, voló por los aires y cayó de mala manera, la corrida final de la Copa Chenel en la plaza de Colmenar adquirió otro cariz para Isaac Fonseca. Y el mano a mano que anunciaba el cartel de triunfadores, de súbito se convirtió en una inesperada encerrona, una dura prueba para la que, en ese instante del festejo, el torero mexicano no estaba mentalizado.
Pero como la fiesta de los toros es un fiel reflejo de la vida, y en muchas ocasiones no queda más remedio que apechugar ante cualquier circunstancia, por más adversa que esta sea, aquella frustrada rivalidad dejó a Fonseca con los seis toros por delante, reto similar al que afrontó el pasado 2 de noviembre en la Monumental de Morelia –aunque ése sí estaba programado de antemano– adonde llegó para debutar como matador de toros en México con un objetivo similar: marcar la diferencia.
¿Y qué tanto o no la marcó hoy el indómito moreliano en Colmenar? De entrada, dejó en claro lo que ya se sabe: que tiene una tremenda ambición de ser figura del toreo, así como un valor a prueba de fuego –y de cornadas, porque hoy tampoco se salvó de verse las carnes abiertas–, demostrada a lo largo de una corrida muy interesante por todo lo que ahí estaba sucediendo.
La papeleta que se le vino encima no era sencilla de solventar, así que luego de hacer una faena entonada al toro que abrió plaza, Fonseca se vio obligado a «resetear» su mente para afrontar la lidia de otros cinco toros, en una corrida que, además de los cinco mil aficionados que había en la plaza, seguramente estaba siendo vista a través de la televisión, por miles de personas tanto en la Comunidad de Madrid como en distintos puntos del mundo.
Con esa presión añadida, al segundo toro de la tarde le hizo una faena de buen corte, en la que aprovechó la inercia en la embestida de un incómodo ejemplar del hierro de Zacarías Moreno que venía punteando, y al que le plantó cara en distintos pasajes de la lidia hasta que lo tumbó de una estocada ejecutada con su habitual entrega, para cortar la primera oreja de la tarde.
Cabe señalar que el encierro no tenía las mejores hechuras para una corrida de esta categoría, y varios toros estaban un tanto destartalados, amén del desaguisado que dos toros de uno de los dos hierros titulares de la tarde –Montealto, que tenían un trapío más armonioso–, terminaron por ser devueltos a los corrales por su ausencia de fuerza. Ese tema también trastocó los planes iniciales, a los que Fonseca se tuvo que adaptar conforme transcurrían los hechos.
El tercero fue bravo, y tal vez le faltó mayor castigo en varas, pues llegó a la muleta con alegría y un magnífico ritmo en las embestidas. Por desgracia, –y falta de claridad de ideas de Isacc–, esta faena careció de templanza y acoplamiento, a la par que el toro de Zacarías Moreno iba a más y exigía que el último tiempo del muletazo fuera sumamente preciso, cosa que no consiguió el mexicano que, por momentos, se vio desbordado por «Cubanito», de nombre parecido al de aquel famoso «Cubanosito», ganador del catavino de la corrida concurso de 1965 en Jerez, del hierro del maestro Antonio Ordóñez indultado por Antonio Bienvenida, en un mano a mano entre ambos.
Hacia el final de la faena, al intentar una manoletina, el toro le dio un pitonazo arriba de la rodilla derecha a Fonseca, lo que sin duda mermó su condición física antes de poder culminar su labor –de mala manera– con la espada.
Posiblemente, al llegar a la parte medular de la encerrona, el fantasma del último toro de Morelia atenazó su pensamiento, y se veía sin el fuelle suficiente rematar la corrida con éxito. Pero pudo más la raza de Isaac a partir de la segunda mitad del festejo de Colmenar.
Al cuarto también lo echaron para atrás por su falta de fuerza, y en lugar del toro de Montealto previamente reseñado, apareció por toriles un cinqueño del hierro de Manuel Sanz de Moreno, ganadería filial de la de Los Euliogios, enclavada en plena sierra de Madrid.
En este toro, Fonseca tuvo el bonito gesto al dejar hacer un quite al sobresaliente Álvaro de la Calle que, paradójicamente, ya el año anterior en Madrid vivió una situación similar cuando Emilio de Justo se fue a la enfermería casi al borde de la invalidez, y él se quedó con cinco toros. Y por eso el vistoso quite por chicuelinas fue la reivindicación de que ahí está este torero para ser tomado en cuenta.
Con ese cuarto toro, Fonseca trató de enderezar el buen rumbo que llevaba su actuación con el segundo, pero no hubo mucho de donde sacar provecho, porque el sobrero dio poco juego y terminó rajándose.
Sin tener conocimiento, al comienzo de la corrida, que le iba a tocar lidiar los dos toros de Palha de manera consecutiva, Fonseca enfrentó al quinto con mucha entereza y, aunque embestía con la cara un tanto alta, fue un toro que le permitió a volver a centrarse en la recta final de una encerrona a la que le estaba haciendo falta un margen más amplio de credibilidad a sus registros técnicos y a un oficio que todavía está en fase de desarrollo.
Y esa faena fue aseada y tuvo detalles toreros, que devolvieron el ánimo al público, que le pidió la oreja luego de una estocada dando el pecho y que, técnicamente, ya le abría la Puerta Grande y ratificaba la conquista de un puesto el 12 de octubre en la Corrida de la Hispanidad de Madrid.
Habiendo legitimado su inmenso esfuerzo, la suerte le tenía deparado a Fonesca en sexto lugar, un toro noble y con calidad, también del antiguo hierro de Palha, que le permitió reencauzar su expresión artística en una faena luminosa, por estructurada y artística, en la que el mexicano terminó de sacar todo ese cúmulo de emociones que llevaba en dentro.
Y si los cambios de mano y los naturales tuvieron reposo y sello, también los señeros pases de pecho en los que le barrió templadamente los lomos al toro de pitón a rabo, antes de perfilarse para realizar la suerte suprema. Pero un par de pinchazos no emborronaron su desmedida actitud de triunfo, y en la tercera intentona de dar muerte a «Cochilito» fue empitonado por la ingle, para sentir una última arremetida de bravura, y el consiguiente golpe en la mandíbula, que no le impidió sonreír cuando le entregaron esa tercera oreja con la que coronó su entregada actuación y acabó poniendo a todo mundo de acuerdo.
La carrera de Isaac Fonseca ha estado marcada desde hace tiempo por nadar contracorriente, y quizá por esos sus triunfos contienen un sabor especial, sobre todo ahora que sigue siendo un sólido yunque que está deseando convertirse en martillo, y ahí tiene otra fecha ganada a ley, para volver en otoño a la primera plaza del mundo.
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