Las corridas de toros, una costumbre a mantener
Desde hace algunos años se han venido alzando en nuestro país voces en contra de las corridas de toros. Entre los múltiples argumentos de las personas críticas con estos espectáculos, se cuentan el sufrimiento infligido al animal, la barbarie que supone para ellos el hacer un entretenimiento de un acto sangriento, y lo casposo de las costumbres asociadas a las plazas de toros.
La plaza, nunca mejor dicho, del debate público se ha ido polarizando hasta tal punto en torno a este tema, que hemos llegado a presenciar a personas alegrándose de la muerte de toreros, o boicoteando de forma burda las corridas de toros. En efecto, esta cuestión se halla enmarañada por numerosos argumentos pasionales de tipo subjetivo, que impiden un debate sincero y racional en torno a la validez de las corridas de toros. En este artículo intentaré ignorar los argumentos de tipo sentimental, para argumentar de forma lógica a favor de las corridas de toros. Para ello, olvidaré que este artículo se dirige a un público español, muy asentado en una postura a favor o en contra, para fingir que escribo a un público chino que no conoce absolutamente nada del asunto, y que por lo tanto no se halla a priori condicionado por las circunstancias históricas y biográficas que tanto marcan a los españoles a la hora de opinar sobre este tema.
Puesto que me dirijo a un público lego en esta cuestión, expondré brevemente en que consisten las corridas de toros. Se trata de un espectáculo en el que varias personas a caballo o de pie se enfrentan a un toro de lidia en una plaza semejante a un coliseo. Los toros de lidia usados en las corridas componen una raza muy específica de toros que solo se encuentra en aquellos lugares en los que se practica el toreo. Por lo general el toro acaba muriendo tras recibir lanzadas y estocadas por parte de las personas que se baten con él en la pista. No obstante, ocasionalmente el toro puede ser “indultado” si se comporta valientemente. Más frecuente es que el torero, que se enfrenta a un toro que tiene cinco veces más tamaño y peso que él con únicamente un capote y una espada, sufra lesiones o heridas en el duelo. Muchos han llegado a morir. Se puede decir de manera objetiva que se juegan la vida en la plaza.
Me imagino que mi público chino estará encantado imaginándose dicho espectáculo folclórico. Pero todavía no habrá asumido una posición a favor o en contra. Dado que se sido yo quién les ha introducido en este apasionante mundo, es justo que sea yo quién les explique porque las corridas de toros deben ser mantenidas en España. Aun más, porque las corridas deben ser protegidas y alentadas desde las instituciones públicas, ya sea mediante subvenciones, ya mediante otros instrumentos legales.
El primer argumento que pretendo explorar a favor de las corridas les resultará familiar a los chinos, acostumbrados a lidiar con una historia milenaria. Las corridas de toros suponen una de las tradiciones más enraizadas de nuestro país. Algunos estudiosos afirman que se podrían remontar incluso a la época de los últimos romanos. Se trata, por tanto, de una costumbre muy arraigada, que ha moldeado el alma de nuestra nación durante cientos de años. Si deseamos comprender la historia de España, entender el fondo de sus problemas, de sus debilidades y de sus triunfos, interpretar de una forma veraz los acontecimientos pasados para extraer de ellos verdaderas enseñanzas, debemos conservar aquello que nos conecta con nuestros antepasados, ya sean las corridas de toros, el teatro, las peregrinaciones o las procesiones.
Soy consciente de que en nuestra era democrática la tradición tiene cada vez menos peso, y de que pueden existir costumbres antiquísimas que resulten fatales para el devenir de un pueblo. A la primera objeción contestaré con una frase de Chesterton, que siempre decía que “la tradición es la democracia de los muertos”. La tradición bien entendida es profundamente democrática, y se centra en una depuración cada vez mayor de las costumbres, para amoldarlas al espíritu de los tiempos y a la moral de los pueblos. La tradición, como decía Mahler, no se trata de la conservación de las cenizas, sino de la transmisión del fuego. En cuanto a la segunda objeción, quedará ampliamente respondida en los siguientes párrafos.
Creo que el segundo argumento a favor de las corridas de toros también agradará a nuestros atentos lectores chinos, imbuidos por el confucianismo clásico que defiende un orden natural aplicable a todos los seres humanos. En efecto, tal y como expuso C.S Lewis con precisión en su libro “La abolición del hombre”, todas las civilizaciones comparten una ley natural o Tao desde los albores de la humanidad. Dicha ley natural comprende cuestiones tan básicas como el amor a los padres y a los ancianos, el repudio del asesinato y de la mentira, el elogio de la virtud, la búsqueda de la paz. Y entre los fundamentos de ese Tao o ley natural también se encuentra la sustancial diferenciación entre el ser humano y el resto de los animales. Intentaré desarrollar más profundamente esta idea.
En efecto, el hombre siempre ha tenido conciencia de la superioridad que ostenta sobre el resto de la Creación. Esto se puede observar en los grandes mitos clásicos, en el relato del Génesis, en los Salmos, en los textos budistas o en el pensamiento de los grandes filósofos modernos. Ya decía Pascal que “el hombre no es ni ángel ni bestia, y cuando intenta ser ángel deviene en bestia”. Así, el resto de los animales se encuentran de alguna manera subordinados a los seres humanos. Esto no quiere decir que se pueda disponer de los animales sin ninguna restricción. Antes bien, el dominio que sobre ellos ejerce el ser humano supone también una responsabilidad moral. La tauromaquia supone un ejemplo clásico del equilibrio entre la subordinación y el respeto. Así, el toro es “usado” en favor de los seres humanos, al igual que usamos las gallinas, los cerdos o los caballos. Pero ese uso no impide tratar al toro con un profundo respeto, manifestado en el riesgo que asumen los toreros al medirse con el toro: el de perder su propia vida.
Por último, el tercer argumento es de orden práctico, y también gustará a un público muy pegado a la realidad. Si se prohíben las corridas, el toro de lidia desaparecerá, porque no habrá nadie interesado en conservar la especie. Aún más, no solo desaparecerá el toro de lidia sino cientos de miles de empleos y millones de euros de un sector que mueve un uno por ciento del PIB español, lo que supondría un varapalo enorme para la ya muy debilitada economía española.
Creo que los lectores chinos habrán quedado perfectamente convencidos de la conveniencia de las corridas de toros. Y también espero que, mediante este ejercicio de ficción, algún lector español se haya desprendido de esa maraña de prejuicios y pasiones que nos oscurecen la vista a la hora de juzgar una cuestión tan propiamente española como es el toreo, para formarse un juicio más riguroso, o simplemente para pensar con más profundidad sobre este tema.