Entrega absoluta de Francisco Montero ante un desigual e interesante encierro de Saltillo
El reloj de la plaza de toros de Las Ventas marcaba casi las nueve de la noche cuando Francisco Montero, un novillero de 27 años nacido en Chiclana de la Frontera (Cádiz), sorprendió a todos al plantarse de rodillas frente a la puerta de chiqueros para recibir a su segundo oponente a portagayola, no con el capote de brega, sino con el de paseo.
Y allí, con ese pequeño capotito, esperó al novillo de Saltillo, que salió frenado y desafiante. Tras la larga cambiada, tan imperfecta como emocionante, el chaval se fue corriendo a las tablas, cambió la seda por el percal, volvió a la cara del animal y ejecutó tres verónicas templadas y de manos bajas, rematadas con más pasión que brillantez.
El inicio de esa segunda labor fue solo una muestra del conjunto de su actuación. Como aquellos maletillas de otro tiempo que soñaban con ser toreros, Montero, que desde que debutó con picadores hace dos años apenas se ha enfundado el vestido de torear -la pasada temporada no hizo el paseíllo en ninguna ocasión-, se ha curtido en los festejos populares, principalmente en las capeas celebradas en numerosos pueblos salmantinos.
Multitud fueron las carencias técnicas y artísticas que demostró en su presentación en Madrid, pero su entrega, infatigable de principio a fin, fue total. Y también la verdad con la que intentó hacer el toreo, colocándose en el sitio, sin aliviarse. Tanto con el buen sexto, que tuvo nobleza y movilidad, como con el complicado tercero, de cortísimo recorrido y cara por las nubes.
Un lote tan desigual como el conjunto de la novillada enviada a Madrid por José Joaquín Moreno Silva, ganadero de Saltillo. Bien hechos, de bonitas y finas hechuras la mayoría, los seis ejemplares del temido hierro sevillano no lucieron unas defensas exageradas, pero sí muy astifinas.
Nobleza, fijeza, prontitud y sosería tuvo en sus embestidas el que abrió plaza, frente al que demostró oficio Alberto Pozo, atento y eficaz toda la tarde como director de lidia. Ante el cuarto, el más parado y descastado del encierro, no se confió y fue rápido a por la espada.
Irregular, la tarde de Alejandro Conquero contó con destellos de calidad, especialmente en su primer turno. Acelerado por momentos, cuando logró reposarse, de sus muñecas -sobre todo, de la izquierda- surgieron algunos muletazos largos y templados, rematados atrás, en redondo. El de Saltillo, de preciosa lámina, desarrolló nobleza y codicia, aunque acusó el duro castigo infligido en varas. Con el quinto, más complicado y deslucido, nunca hubo entendimiento.