El dios, que era el hijo del padre sol y la madre tierra, adoraba los tesoros de la naturaleza, era compasivo y creía en el amor
Nélida FernándezEl mes del orgullo LGBT constituye el momento perfecto para rendir homenaje al «señor de las flores«, del verano, del baile, del placer, del sexo libre y también benefactor de los hombres homosexuales y de los que ejercían la prostitución masculina en el México prehispánico. Se trata de Xochipilli, una deidad con características muy humanas e interesantes.
Según la leyenda, Xochipilli era un dios sensible que sufría por las crueldades de las otras deidades entre las que se incluye su propio padre, y también se entristecía por la maldad de los humanos.
Sin embargo, era capaz de apreciar el amor y la belleza de la naturaleza, y de disfrutar con mucha alegría de los placeres más mundanos aunque, al mismo tiempo, era poseedor de sabiduría y del poder de curar a través de lo que llamaban «plantas sagradas«.
La idea de un dios azteca protector de los homosexuales ha sido debatida por diferentes analistas, pero la simbología de las imágenes que se han encontrado de Xochipilli parecen estar a favor de la hipótesis de que podría tener una imagen similar a la de quienes ejercían la prostitución masculina.
El sociólogo David Greenberg de la Universidad de Nueva York, autor del libro La construcción de la homosexualidad, asegura en su obra que Xochipilli sí era una deidad protectora de los homosexuales.
El profesor señala que en las representaciones del dios, en esculturas y dibujos que se han encontrado entre el siglo XIX y XX, se puede observar a un personaje que tiene flores y plantas tatuadas en su cuerpo.
En la cultura mexica, el hombre que ejercía la prostitución conocido como xochihua, se caracterizaba por tener tatuajes, llevar el pelo suelto y portar una flor, además de vestir como mujer.
El historiador Alonso Hernández dijo a la revista Todes que en el México prehispánico la homosexualidad se penaba con la muerte y que «una manera de salvarse de la pena (…) era pedir la protección del dios Xochipilli».
A Xochipilli se le asocia con la deidad femenina llamada Xochiquetzal que en algunos relatos se dice que es un mismo ser, en otros que era su hermana gemela y que, pese a este parentesco, se hicieron amantes.
Los dos dioses tienen en común su amor por las flores porque la palabra Xochi significa flor en la lengua nahuatl, Pilli se traduce como pequeño o príncipe, y Quetzal es el ave sagrada de México.
Se cuenta que mientras Xochiquetzal era la diosa de la fertilidad, Xochipilli es el del amor, la homosexualidad y la prostitución masculina.
En cualquier caso, Xochipilli tenía un lado femenino notable que era aceptado y venerado.
Una historia dolorosa
Cuenta la leyenda que Xochipilli era hijo de Xochichiclue, la diosa de las aguas terrestres y de Tonatiuh, el dios supremo del sol. Fue un niño feliz al que le gustaban los animales, las plantas, los sonidos y los colores, y jugar con todo lo que la naturaleza ofrecía como las flores, las semillas y las plumas.
Pero un buen día los dioses decidieron crear un nuevo mundo y para ello debían sacrificar a uno de los miembros del panteón de deidades.
La ciudad sagrada de Teotihuacán se iluminó entonces con una gran hoguera a la que debían lanzarse los voluntarios al sacrificio. Y aunque se entregaron al fuego el dios humilde Nanahuatzin, que se convirtió en sol rojo; y el dios orgulloso Tecuciztécatl, que se convirtió en luna blanca; la sangre de otros dioses era necesaria para que los astros pudieran moverse.
Por eso, otros dioses se cortaron partes de sus cuerpos y dieron origen a las estrellas, los planetas y los cometas.
Xochipilli vio todo aquello como una escena de locura y crueldad y se negó a formar parte de aquello, pero su padre lo obligó, le arrancó el corazón y lo arrojó hacia el cielo creándose así el planeta Venus, el lucero del alba.
El dios murió entre el horror y el dolor mientras su madre lloraba tan desconsoladamente que se formó un río que llegó al inframundo. Allí, las almas de los muertos se conmovieron y decidieron devolverle a su hijo que resucitó convertido en un ser más sabio que ya no se sentía cómodo entre los dioses a los que veía como egoístas y crueles.
Devuelto a la vida, decidió entonces descender al mundo de los mortales para conocerlos y ayudarlos. Les enseñó a cultivar, a hacer música, pintar y escribir. También les mostró el valor de la belleza, el amor, la amistad y la diversión. Y además, los educó en el arte de la curación a través del uso de plantas.
Sin embargo, el dios también vió que los humanos podían ser unos seres terribles, violentos, codiciosos, envidiosos y llenos de odio, capaces de hacer guerras, explotar a los débiles y contaminar el mundo.
Como era un dios compasivo, decidió darles otra oportunidad a los humanos y les entregó las plantas sagradas con las que podían comunicarse con los dioses, los espíritus de la naturaleza y con los ancestros, así como curar sus cuerpos y almas y obtener sabiduría y conocimiento.
A la par de la información acerca de las bondades de estas plantas, Xochipilli les advirtió acerca del peligro de usarlas sin el respeto que se merecen, con poca moderación, o fuera de las ceremonias sagradas dirigidas por chamanes.
Les dijo que el abuso de las plantas, o su utilización para fines oscuros, tenía como consecuencia la aparición de enfermedades de todo tipo, alucinaciones, maldiciones y, por supuesto, castigos por parte de los dioses.
La diferencia entre quienes tomaban las plantas sagradas con respeto y los que abusaban de ellas se hizo evidente. Mientras los primeros se sintieron más felices, creativos, bondadosos, agradecidos y conectados con la sabiduría de la naturaleza, los segundos se volvieron adictos, provocaron guerras, se volvieron avaros, enfermos de poder y perdieron la capacidad para admirar o hacer arte.
Los humanos malvados se multiplicaron con el tiempo y Xochipilli decidió enviarles una epidemia de lepra que degeneró en una batalla entre los enfermos y los sanos, y cuando el dios se dio cuenta de su error, la plaga ya se había convertido en un monstruo inmenso con forma de perro sin pelo llamado xoloitzcuintle.
El dios se enfrentó al perro para salvar al mundo, pero el feroz gigante canino lo dejó hecho pedazos que se esparcieron por el mundo convirtiéndose en montañas, árboles, ríos, piedras preciosas y en toda la naturaleza que Xochipilli amaba.
El perro, al verse solo en el mundo, se devoró a sí mismo dejando sólo un hueso que se conoce como el hueso de la vida que fue rescatado por el gran dios mexica Quetzalcoatl al que llenó nuevamente de vitalidad al mezclarlo con su propia sangre y sembrarlo.
Del hueso brotó una planta de maíz y Quetzalcoatl moldeó a los primeros humanos a los que les informó que ellos eran herederos de Xochipilli, el dios que murió por ellos y que había sido el creador de todo lo bello: las flores, el arte, la música y el amor.
Homosexualidad prehispánica
Más de quinientos años han pasado, y solo se sabe que la homosexualidad en el México prehispánico era condenada en algunos sectores y tolerada en otros, al igual que en los tiempos modernos.
En los relatos de los conquistadores Bernal Díaz del Castillo y de Hernán Cortés se cuenta que en la ciudad de Tenochtitlán se practicaba visiblemente la homosexualidad, aunque el misionero franciscano Bernardino de Sahagún, decía que el sexo entre hombres se condenaba y castigaba severamente.
Al parecer, en algunas partes del territorio azteca se condenaba a muerte la sodomía aunque el tipo de pena era diferente si el sujeto era activo o pasivo.
El medio Nueva Tribuna, resalta una cita de Cortes en sus «Cartas de Relación» que dice: «Hemos sabido y sido informados de cierto que todos son sodomitas y usan aquel abominable pecado».
El sociólogo David Greenberg apunta que probablemente la homosexualidad era aceptada, pero a través del travestismo. Es decir, el hombre que tenía relaciones con otro hombre vestido de mujer, debía tomarlo como su pareja femenina.
El escritor señala que Xochipilli es un ser que lleva tatuajes y se adorna con flores -como las prostitutas- y que además protege los placeres sexuales. Dice que esta deidad pudo haber tenido un «aspecto homosexual» probablemente «heredado de la cosmovisión tolteca«, una civilización que existió entre los años 650 y 1168 d.C, es decir, antes de que llegaran los aztecas.
En el siglo XXI algunos miembros de la comunidad LGBT le han rendido homenaje a este dios alegre que pudo haber representado al protector de los habitantes originarios del territorio que hoy es México.
La expresiva escultura
La estatua más importante de Xochipilli es exhibida en el Museo Nacional de Antropología de México, en una sala exclusiva, con una curaduría amorosa y llena de magia, como era el dios.
Se trata de una figura de 1,2 metros de altura que muestra a un personaje que está sentado con las piernas cruzadas pero que no tocan la superficie. Su cabeza lleva una máscara con los ojos hundidos, su rostro levantado hacia arriba con una mirada fija y una sorprendida boca abierta.
La expresión en la cara de Xochipilli ha sido objeto de muchos análisis y los investigadores coinciden en que la figura refleja la experiencia de un viaje psicodélico producto del consumo de lo que se conocía como las «flores que embriagan» entre las que se cuentan hongos, cactus y ciertas flores.
En su trance, el dios podría haber estado recibiendo información desde el panteón de deidades o de los espíritus que habitan en la naturaleza.
La escultura fue encontrada en las faldas del volcán Popocatépetl a mediados del siglo XIX. Tiene grabadas la flor del tabaco, la de ololiuhqui, el botón de siniquiche y estilizados hongos del grupo Psilocybe aztecorum, especie de hongo psilocibios que crece en las faldas de la explosiva montaña.
La vistosa estatua también tiene mariposas, un insecto que según la leyenda, Xochipilli amaba.
Los investigadores que evaluaron la figura determinaron que fue creada en algún momento del siglo XVI.