Antonio Catalán corta tres orejas en su doctorado y abre la Puerta de los Cónsules junto a su padrino, que perdonó la vida a ‘Devoto’, de Toros de Cortés
Montera en mano y envuelto en la pureza de un vestido blanco y oro, enfiló Antonio Catalán ‘Toñete’ el paseíllo en el coliseo romano de Nimes para convertirse en matador de toros. Enrique Ponce le concedió la alternativa en presencia de El Juli. Que se doctoró en la misma arena francesa 20 años atrás. El público recordó la efeméride con una cerrada ovación, que Julián recogió en su montera antes de la salida del primero; según informan diferentes agencias.
Asustado, de Victoriano del Río, fue el toro de la ceremonia. Tras ella, Toñete construyó su primera faena como matador sobre la base del temple. Arrastrando la muleta en las series diestras de largo trazo. Por el izquierdo, al victoriano le costaba salirse de los vuelos en su escaso descolgar. Las series, abrochadas con pases de pecho de hombrera a hombrera, nacieron de un juego inteligente de distancias y alturas. La estocada en el hoyo coronó la labor. Premiada con dos orejas. A Asustado le dieron una vuelta al ruedo en el arrastre que se antojó algo excesiva.
Sobre la bravura perlada de clase del gran Devoto, de Toros de Cortés, Ponce desató el incendio. Desde el mandón inicio por doblones, para someter aquel bravo torrente, hasta los naturales a cámara lenta bajo los acordes de La Misión. La música había sonado ya en el tercio de varas. Cuando Devoto empujó con los riñones en dos puyazos de poder a poder. La gente se entregó desde entonces al de Cortés y, tras la explosión de las poncinas, estalló en la petición del indulto. Una vez perdonada de la vida de Devoto, Ponce dibujó un final por abajo preñado de temple. Antes de pasear las dos orejas y el rabo simbólicos.
Ante el cuarto, de Domingo Hernández, EP desplegó su versión más técnica. La ciencia poncista se impuso a las complicaciones del manso encastado en una faena poderosa. Emborronada con el acero.
El lote de El Juli no hizo justicia a la trayectoria del madrileño el día en que cumplía dos décadas en la cumbre. Con el brusco tercero, de Victoriano del Río, se dobló en un inicio torero, rematado un cambio de mano y un pase de pecho de suma hondura. Y domeñó las complicaciones del toro en muletazos de de mando por ambos pitones; pero sin eco artístico por la falta de de clase del victoriano. Su esfuerzo fue reconocido con una ovación tras la estocada entera. Como ocurrió ante el quinto, de Domingo Hernández esta vez, que se dejó con su soso y desordenado viaje a cuestas.
El sexto, del mismo hierro, traía en su fondo de casta una difícil papeleta. Pedía oficio. Y el recién doctorado se lo dio. Toñete ofreció la muerte de Pupilo al respetable y, tras doblarse con él en la apertura, logró someterlo en muletazos de estimable hondura y sutil toque, especialmente sobre la mano diestra. El epílogo en las cercanías y la estocada entera hicieron caer una oreja de ley. La que abría la Puerta de los Cónsules. Por allí abandonó el coliseo junto a Enrique Ponce. Como broche a su alternativa soñada.