Ahora que han pasado varios meses de pandemia, empezamos a enterarnos sobre las características sociodemográficas con respecto a las personas que mueren. Lo que estas investigaciones revelan al día de hoy es que, aunque todos estamos en peligro frente a la Covid-19, hay una clara desigualdad: hay personas que mueren más que otras. Más allá de lo que ya conocíamos en términos de las personas vulnerables por edad o enfermedades y condiciones preexistentes, ahora sabemos que el nivel de ingreso, escolaridad, y el grupo étnico, entre otras, son indicadores de las poblaciones que están más en riesgo.
Esta investigación preliminar hecha en la UNAM nos indica que el 71% de los mexicanos que han muerto tienen una escolaridad de primaria o inferior. La gran mayoría de los muertos se concentran en categorías de empleo no remunerados, desempleados, pensionados y jubilados.
Lo mismo ocurre en Estados Unidos. De acuerdo a la investigación titulada ¨El color del coronavirus¨ los afroamericanos y los indígenas americanos son los que están muriendo a tasas mucho mayores. Los afroamericanos mueren 3.7 veces más que los americanos blancos, y lo mismo pasa con los indígenas americanos (3.5 veces más), y los latinos (2.5 veces más).
Según este estudio de la Revista de Salud de la Universidad de California, los estados con el nivel más alto de desigualdad de ingresos tuvieron un mayor número de muertes en comparación con los estados con menor desigualdad de ingresos. Por ejemplo, el estado de Nueva York, que tiene la mayor desigualdad de ingresos, en el periodo estudiado, tuvo una tasa de mortalidad de 51.7 muertes por cada 100,000. Esto es 125 veces mayor que Utah, el estado con la menor desigualdad de ingresos, con una mortalidad de 0.41 por 100,000 al final del período estudiado.
Lo mismo pasa en Brasil, el virus está matando proporcionalmente a más brasileños negros que blancos. Se encontró que el 55% de los pacientes negros y de raza mixta murieron, en comparación con el 38% de los pacientes blancos. Además que quienes no pueden leer tienen casi cuatro veces más posibilidades de morir que un graduado universitario blanco.
¿Por qué unos mueren más que otros?
Los datos actuales sugieren una carga desproporcionada de enfermedad y muerte entre los grupos de personas que viven en pobreza, tienen poco (o nulo acceso) a servicios médicos, y sus trabajos limitan su capacidad de mantener el distanciamiento social. Además, son personas que viven en condiciones de hacinamiento, generalmente en hogares de familias extensas.
La mayor parte de la gente que muere (y va a morir) por el virus son las poblaciones que han sido sistemática e históricamente marginadas, personas que no tienen los recursos que se necesitan para sobrevivir y vivir dignamente. Son personas que están en situaciones tan precarias que se exponen mucho más a la muerte que otras personas. Es decir, personas que ya estaban inscritas en procesos de muerte. ¿A qué me refiero con esto?
El virus puso al descubierto el régimen político y social que Achille Mbembe llamó necropolítica, que expone a la muerte a los cuerpos humanos y a las poblaciones consideradas como desechables. Se mata a partir de la deliberada indiferencia política al negar o quitar servicios básicos necesarios para el desarrollo humano. En los Estados necropolíticos, la muerte para ciertos grupos es latente, puede llegar en cualquier momento. O bien, al ser ser lenta, se le va despojando a las personas, poco a poco, de todos los recursos que necesitan para vivir. Es, básicamente, la muerte en vida.
¿Qué ocurre con la crisis ambiental?
Lo mismo pasa con los impactos de la crisis ambiental. Hay una idea generalizada de que nos va a afectar de la misma manera, pero no es así. Como bien nos explicaba Verónica hace unas semanas, la pobreza es un factor determinante en la vulnerabilidad ambiental. Es decir, los efectos del cambio climático, así como otras formas de deterioro ambiental, tendrán un mayor efecto en las mismas poblaciones que hoy mueren por el coronavirus.
En el huracán Katrina que azotó la ciudad de Nuevo Orleans, los afroamericanos y las clases socioeconómicas más bajas fueron a quienes se les brindó ayuda hasta el final, y quienes más murieron. Los mismos grupos sociales de las personas que hoy están falleciendo más por covid-19 en el país vecino.
La gran lección que nos han dejado estos desastres es que las consecuencias de la crisis ambiental no solamente están relacionadas a la magnitud del fenómeno ambiental. Lo que hace que un desastre sea tal es la forma en que se ha construido una sociedad en términos económicos, políticos y culturales.
No hay nada democrático en ambos fenómenos. Si bien, todos estamos expuestos y somos en cierta medida vulnerables, unos están desproporcionadamente más en riesgo que otros.
Lo que la crisis nos revela
Las crisis exponen las profundas desigualdades de la sociedad. Se tienden a encrudecer fenómenos y hacer más tangibles y visibles. La crisis por covid-19 saca a flote las enormes disparidades e injusticia en nuestro país y el mundo.
Que nos sirvan estos datos, brutales y desoladores, para admitir que no es solamente el virus lo que está matando a la gente. La muerte tiene cara de desigualdad y de injusticia.
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Ana De Luca es candidata a doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Tiene una maestría por la London School of Economics and Political Science en Desarrollo y Medio Ambiente; asimismo, una licenciatura en Relaciones Internacionales por la UNAM. Es parte de la Red Nacional de Investigación sobre Género, Sociedad y Medio ambiente; asimismo, es co-autora y coordinadora de varios libros relacionados a medio ambiente e igualdad de género. Es editora de la sección de medio ambiente de la revista Nexos.
Twitter: @anadeluca21