Anoche, después de un largo ayuno, la Plaza México volvió a vibrar, a brillar y a enardecer. Largos obligados meses de estar apartados de los tendidos por la terrible pandemia que arrasó nuestro planeta.
Por primera vez en la historia de la Plaza México, se realizó una “Corrida de las Luces”, antecediendo al festejo una procesión con la Virgen del Rosario.Para quienes son fieles de la Iglesia Católica, las fibras hilarantes movieron cada célula invandiendo de nostalgia y de fe, de paz y de emoción mientras en las alturas se escuchaban las coplas de la Salve Rociera, seguidas de una bendición elocuente que convirtieron en un momento el ruedo del coso en un templo devoto en donde la vida y la muerte hicieron un pacto.
El aroma del incienso penetraba los sentidos expectantes, las velas iluminando la noche parecían infinitas.
Desde ahí podíamos percibir la gran entrada que registró la Monumental.
Y sonó el “Cielo andaluz”, y el firmamento se abrió para dejar que las estrellas contemplaran la majestuosidad de una fiesta emblemática, universal y perenne.
Se lidiaron a muerte 6 astados de diversas ganaderías, para 6 toreros mexicanos. Algo nada común, y mucho menos para una inauguración de temporada. Por algunos criticado, pues son estetas de cierto orden, que van embalados en sus respectivos caminos, por otros ignorado puesto que el afán de volver a las plazas es definitivamente más grande que cualquier otra cosa.
Antes de seguir, creo que vuelve la importancia del toro. A pesar que estemos ávidos de estar presentes en un coso, el amo y señor de la fiesta es el toro, y si nuestros ganaderos no hacen algo por recuperar la bravura de los mismos, no será ni siquiera el Apocalipsis el que acabe con nuestra amada Fiesta. No hubo un puyazo en forma en toda la corrida y si bien no es todo lo qué hay que valorar, es una parte básica e importantísima de lo que acontece y que en nuestro país se está perdiendo día con día
Uriel Moreno “El Zapata” es un torero que ha encajado en el ánimo de los capitalinos desde hace años, por su voluntad por hacer espectáculo con el material que tenga. Le correspondió un toro de “Rancho Seco” que embestía con nobleza y buscaba ir largo, pero que se apagó con el transcurrir de la lidia.
Cabe destacar el par “Monumental” que en primera instancia colocó “El Zapata”, ceñido como un corset y que explotó los cimientos del tendido convirtiéndolo en el momento más emotivo de la tarde. Y es que fue tan perfecto que el semblante del mismo torero fue el de un cuadro del Dr. Atl.
La faena fue a menos por las condiciones del toro y a pesar de una estocada efectiva solo recibió una fuerte ovación.
Ernesto Tapia “El Calita” tuvo en suerte el mejor de la noche, un bien presentado ejemplar de “la Joya”. Ya desde el capote se avistaba la calidad del burel con el que el hispano mexicano lanceó tersamente. Poseía acometividad, fijeza y nobleza. Con la muleta hubo buenos momentos hasta que el diestro comenzó en su afán por el triunfo a hostigar a su enemigo, robándole el tiempo y el espacio, como si Einstein lo observara y quisiera completar su teoría. Las prisas lo agobiaron y lo llevó a la muerte de una manera que no pasará a la historia.
Juan Pablo Sánchez vino a cumplir un sueño. Y es que es de esos toreros que solo nos habían regalado momentos, detalles, como una estrella fugaz que nos trae el sabor de un vino joven que pronto pierde su gusto en nuestro paladar.
Tocó en suerte uno de Jaral de Peñas que prometía.
Nos asomaba la esperanza de un espectáculo digno. Lo sobó llevándolo largo con la capa. Consintiéndolo, se fue haciendo de él para mostrar la gran calidad de su toreo.
Y se fue a los medios con la muleta, de hinojos a rezarle al altísimo, y a acariciar en una sensible tanda, las vibrantes embestidas, llevándolo sometido y templado.
Y así ya de pie continuó, con aplomo, trazando el camino, como un artista que va moldeando el barro y que en sus manos se embebe acariciando con tersura la materia, esculpiendo con soltura y puntualidad lo que habrá de ser su obra maestra. Los años le han enseñado que los vinos con el tiempo maduran y eso se reflejó al entender que alguien más ya no quería pelear, que era mejor huir y sin instigarlo, decidió acompañarlo y extraer ese licor sin dudas, sin apremio, con paciencia y rectitud que le regalaron un sabor a Gran Reserva. La culminación tuvo una cierta tendencia lo que prolongó por unos segundos más la agonía del burel, que le agradeció su entrega, abandonándose en la arena. La autoridad le otorgó un trofeo tras una nutrida petición.
Sergio Flores reapareciendo de una fuerte cornada pechó con un ejemplar de “Los Encinos”. He de decir que si me hubiesen dicho que era otro torero, lo hubiera creído. Completamente desdibujado, ante un soso, no tuvo esa voluntad que alguna vez arrancó de las entretelas de mi alma un suspiro esperanzador. Esas buenas maneras se quedaron en un cajón. Si bien mató de manera técnicamente correcta, escuchó un desolador silencio, como quien caminó sin ser visto por la pasarela.
La bronca vino en el quinto, que correspondía a Luis David Adame. Un……, ¿cómo decirlo? Impresentable astado de José María Arturo Huerta, que nos hace ponernos a pensar.
A la gente no se le puede engañar, es imposible que no logremos ver una diferencia tan marcada, como si en la ganadería mexicana los parámetros no importaran, no existieran. ¿A quién responsabilizar? ¿A los toreros? Pues ellos mandan a su gente de confianza a ver las corridas, ¿a los ganaderos? Por no tener un criterio para saber qué toro si, y qué toro no, pueden ir a la plaza más grande del mundo?, ¿la empresa? Por pagar la corrida o en este caso el toro, a sabiendas que no tiene la presencia requerida para lidiarse?, ¿la autoridad?, que acepta animales carentes de toda posibilidad.
El tema es que quien lo pagó fue el torero, y por más, el público, que enfureció al ver la burla a la que era sometido.
¿Qué decir de la lidia? Que estamos en una época en la que nuestro referente será lo que se lidia en Europa y si jugamos ajedrez, hay que entender que una pieza de dominó nunca encajaría.
Leo Valadez tuvo en sus manos a uno de “Pozo Hondo”. Se fue a recibirlo a los medios, mostrando esas intenciones de salir con el triunfo. En banderillas no logró lucirse y a pesar de esa decisión, la condición de la lidia fue apagando los ánimos de la parroquia. Así como las luces bajaron su intensidad, lo mismo el toro, quien obedecía sin decir nada, como quien ha contado la misma historia por años. Al final a Leo solo se le reconoce la voluntad.
¡Lo mejor, volver a ver esa plaza viva, volver a pisar el frío cemento que refleja lo que en el ruedo sucede y puede llegar a quemarnos, volver a escuchar el eco de los pasillos, volver a sentir el toreo, a disfrutar los acordes de un pasodoble torero y saber que más que nunca tenemos que defender y apoyar lo que para muchos es parte del motivo de nuestras vidas!
Alexa Castillo