La columna
POR CARLOS JARAMILLO VELA
· Samuel García: extraño discípulo de Dante Delgado y AMLO.
· Los diez meses más largos del sexenio.
Ha resultado polémica la decisión tomada por el gobernador de Nuevo León, Samuel García, al postularse como candidato presidencial por Movimiento Ciudadano. Desde tiempo atrás han sido cuestionadas las actitudes de complicidad el dirigente nacional de ese partido, Dante Delgado, con las directrices políticas del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. En el centro de las críticas está lo que se percibe en forma clara como una estrategia del dirigente de MC y AMLO para ayudar a MORENA lanzando candidatos a fin de disminuir el número de posibles votos a favor de la oposición, o absteniéndose de postularlos con el objeto de evitar el debilitamiento los candidatos del partido oficial, según convenga.
El ejemplo más claro de esto último fue la elección de Gobernadora en el Estado de México, en la cual Movimiento Ciudadano no participó con candidato alguno, favoreciendo así el triunfo de Delfina Gómez, candidata de MORENA, quien derrotó a la coalición PRI-PAN-PRD por un margen relativamente pequeño. En la elección presidencial en puerta el efecto es a la inversa, pues es evidente que aunque Samuel García no tiene posibilidades de ganar ahora la Presidencia de México, su participación en el proceso tiene como único fin restar votos a Xóchitl Gálvez, candidata opositora del Frente Amplio por México, e impedir su triunfo para favorecer así a la aspirante morenista Claudia Sheinbaum.
Es extraño que un joven político como Samuel García, supuestamente avenido con las nuevas formas de concebir a la democracia y la política, se pliegue a los designios de dos actores como Dante Delgado y Andrés Manuel López Obrador cuyas conductas en la escena política pueden catalogarse como maquiavélicas.
El escenario político continúa siendo tenso en México, pues desde el inicio de la administración del presidente López Obrador éste ha sostenido un discurso claramente orientado hacia la desavenencia y la discordia. El resultado de tal postura hoy es por todos conocido. El lenguaje y las expresiones políticas han hecho mella en la convivencia social a todos los niveles. Tanto en las máximas instancias políticas como el Senado y la Cámara de Diputados, así como en las redes sociales y medios de comunicación, se percibe con claridad la polarización que hoy divide a los mexicanos. Los ataques, las descalificaciones e incluso la infundada utilización de los instrumentos jurídicos como mecanismo de represión política, han sido una nota distintiva en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pues el mandatario ha sido el principal promotor de esas acciones destructoras de la armonía social y la convivencia política.
Con la elección presidencial en puerta no solo se ve como algo imposible un cambio positivo en el discurso de López Obrador y en la comunicación de los actores políticos, sino que es previsible que la hostilidad política aumente y, desde luego, las maniobras de la llamada guerra sucia. La razón fundamental de esto es el el
empeño a ultranza del mandatario por evitar a toda costa que en la elección presidencial sea derrotado MORENA. La obstinación y la beligerancia características en la personalidad de Andrés Manuel López Obrador, hacen previsible que los siguientes nueve meses serán los más largos y pesados del sexenio.