El pueblo wixárika o huichol ha protegido este semidesierto desde hace cientos de años pero los profanadores no dejan de aparecer
El semidesierto Wirikuta es una de esas razones por las que México ha sido llamado «mágico». Se trata del lugar en el que el sol se elevó por primera vez en el cielo para bañar la Tierra con su luz y quienes tienen la posibilidad de caminar por ese suelo deben ver cada piedra, cada planta y cada gota de agua, como si se tratara de los objetos de un templo resguardado. Nada se toca.
Eso es lo que ha exigido el pueblo wixárika -conocido como huichol– que resguarda sus creencias desde hace más de dos mil años al punto que en 1998 la Unesco declaró a Wirikuta como uno de los 14 sitios sagrados naturales del mundo que necesitan protección.
Este lugar sagrado de 140.000 hectáreas se ubica en el estado de San Luis Potosí y abarca los municipios de Catorce, Charcas, Matehuala, Villa de Guadalupe, Villa de la Paz y Villa de Ramos, mientras que el pueblo wixárika que lo resguarda y que peregrina por sus espacios, habita en los estados de Jalisco, Nayarit y Durango.
Las peregrinaciones de los huicholes al Wirikuta permiten, según su cosmovisión, que la vida se renueve y la que existe se mantenga.
«Wirikuta es un territorio sagrado, indivisible y continuo. Allí todo es sagrado: cada planta, cada animal, cada manantial, cada cerro, dentro de las 140.000 hectáreas que conforman la reserva», dice la investigadora social Mayahuel Mojarro en su artículo Wirikuta: Por el derecho a lo sagrado publicado en la revista Pluralidad y Consenso.
Entonces, toda la maravillosa cosmogonía de los huicholes se asienta en este desierto lleno de vida en el que crece el peyote, jícuri o híkuri, el cactus que consumen los wixaritari para recibir, mediante ritos, el «don de ver».
Sin embargo, la supuesta protección que otorgaba el nombramiento de la Unesco y otros rimbombantes títulos locales que ha recibido y que deberían servir de escudos contra la depredación humana, han sido inútiles pues no han podido evitar la profanación del Wirikuta.
Tras la llegada de los españoles al territorio que hoy es México, se produjo una importante actividad de explotación minera en la zona que se extendió durante los trescientos años de dominio colonial.
Después de la independencia de México la explotación cesó, pero a fines del siglo XX se desarrolló un colonialismo más moderno.
En la década de los noventa fue el mismo Estado mexicano el que otorgó concesiones mineras a empresas privadas nacionales e internacionales, principalmente de Canadá, en el marco del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) para explotar extensas áreas pertenecientes al semidesierto sagrado.
Una de las firmas que más destaca es la First Majestic Silver Corp de Canadá que recibió 22 concesiones mineras para la explotación de más de 6.000 hectáreas, la mayoría de ellas ubicadas en la reserva ecológica.
En 2009 se contabilizaba en México la actividad de 279 compañías mineras; en 2012, 164 concesiones mineras estaban vigentes y en la actualidad se estima que hay unos 73 proyectos de extracción de minerales operando en el área.
Pareciera que la actividad minera ha disminuido, pero sus defensores aseguran que las amenazas se mantienen y agregan otros enemigos de la zona sagrada entre los que se incluyen agrodesarrollos masivos como el cultivo del tomate muy cerca del semidesierto.
En 2023 el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador emitió un decreto por el que «se reconocen, protegen, preservan y salvaguardan» los lugares y sitios sagrados de los pueblos indígenas, así como sus rutas de peregrinación.
Al firmar esta norma, durante un acto público, el presidente dijo que este decreto establece que «las autoridades deben respetar y promover las acciones necesarias para proteger, preservar y salvaguardar el patrimonio cultural y natural, el equilibrio ecológico y el medio ambiente, por lo que no serán objeto de nuevas concesiones o permisos relacionados con la minería u otras industrias que los afecten».
Las comunidades indígenas y las organizaciones defensoras de estas áreas poderosas por ser ricas en biodiversidad y magia ancestral esperan que este decreto se haga realidad pues son muchas las amenazas que han tenido que enfrentar.
«Defenderemos nuestros activos naturales colectivos hasta el final, pase lo que pase», dijo el artista wixaritari Álvaro Ortiz a The Guardian a principios de este año al referirse a las acciones para defender los recursos naturales de sus sitios sagrados.
Ese “pase lo que pase” ya se ha cobrado la vida o la libertad de indígenas y activistas que defienden sus tierras y costumbres.
En 2018 fue asesinado el líder wixaritari Margarito Díaz González, miembro del Consejo de Seguridad de Wirikuta y defensor del medio ambiente.
El año pasado fue secuestrado el abogado wixaritari Santos de la Cruz junto a su esposa y sus dos hijos en una carretera de Nayarit y a los dos días fueron encontrados por las autoridades en buenas condiciones, tras una serie de protestas por parte de huicholes.
Esta desaparición se produjo unos días después de que el pueblo wixárika recuperara más de 10.000 hectáreas tras 55 años de lucha producto de los acuerdos entre el Gobierno de México y las autoridades de las comunidades tradicionales en las que participó Santos de la Cruz, reconocido por su vehemencia en la batalla por proteger a su comunidad.
En 2011 Santos de la Cruz declaró a los medios que desarrollar la minería en Wirikuta «es como si quisieran poner una gasolinera en medio de la Basílica (de la Virgen de Guadalupe)».
Entonces, la vida de esta inmensa basílica natural tiene muchos dolientes y también enemigos que quieren echarle mano a las riquezas minerales que se encuentran en este lugar o que quieren ver crecer la economía de los pueblos cercanos a las minas.
Los wixaritari intentan defender el territorio que para ellos es sagrado, y muchos otros que no pertenecen a este grupo indígena también.
Un escudo para el Wirikuta
Salvar al Wirikuta de la actividad depredadora de quienes extraen sus riquezas minerales es poner en resguardo al milenario pueblo wixárika, así como a la flora y fauna únicas que habitan este lugar mágico.
Este pueblo indígena ha protegido este lugar y acabar con uno es exterminar al otro.
El semidesierto de Wirikuta tiene un ecosistema único en el mundo, muchas especies endémicas y en peligro de extinción se reúnen en el territorio sagrado.
De las 1400 especies de cactáceas que existen en el mundo, México posee la mitad y San Luis Potosí, donde se encuentra Wirikuta, tiene la mayor parte, incluyendo el peyote.
La organización Patrimonio Biocultural de México dice que Wirikuta «forma parte de una porción del desierto chihuahuense en donde se concentra la mayor biodiversidad y riqueza de cactáceas por metro cuadrado del planeta».
«Es mucho más grande que un desierto: es un jardín», agrega la organización que subraya que la mayor parte de las cetáceas del semidesierto sagrado figuran en la Norma Oficial Mexicana de Plantas Amenazadas y en Peligro de Extinción.
Además, es un área certificada y registrada como de «Importancia para la Conservación de Aves».
Los huicholes guardianes
Cuenta la leyenda que hace muchos años un venado azul guió a cuatro huicholes que fueron enviados por los sabios a encontrar la solución para las enfermedades y hambruna que azotaba al pueblo. El animal mágico los llevó a Wirikuta donde descubrieron la morada de los dioses y el maravilloso potencial del peyote para «ver».
Desde entonces, una vez al año, los huicholes hacen el peregrinaje al Wirikuta para repetir la experiencia de los cuatro antepasados, llevar ofrendas a los dioses que habitan el semidesierto sagrado para que sigan proporcionando vida y “cazar” peyote, entre otros rituales.
Los peregrinos llevan a los iniciados, los que nunca han ido al semidesierto sagrado, niños que deben ir con la cara tapada durante todo el recorrido.
Los peregrinos huicholes deben evitar el contacto sexual, comer y beber poco el día anterior a la salida de viaje al Wirikuta para que sus cuerpos estén más puros al llegar a la tierra templo.
Desde el poblado La Tristeza en el municipio Nayarit, hasta el semidesierto, los peregrinos viajan por tres días en un silencio casi total. Una vez en el sitio, empiezan los rituales frente a una gran fogata, entre los que se cuentan la confesión de actos sexuales que han tenido los «peyoteros» en sus vidas.
La confesión, y todo lo que vendrá después, tiene como fin lograr que los peregrinos crucen «puertas» hacia el espacio sagrado, el lugar en el que se encuentran los dioses.
Los huicholes agradecen a los dioses que una vez más los hayan acompañado y enseñado el camino del peyote. Por eso les cantan, bailan y dejan más ofrendas.
Para el pueblo wixárika, hacer este recorrido cada año implica ayudar a que el sol salga cada día y que no solo su pueblo siga en pié, sino el mundo entero.
Lo más increíble de esta costumbre es que se practica desde hace siglos, desde antes de que los españoles llegaran al territorio que hoy es México, y en el universo huichol, la tradición que los ha salvado de todas las amenazas del mundo moderno.
El habla wixárika es una de las 68 lenguas indígenas que existen en México y esa riqueza lingüística ubica a este país entre las 10 naciones con más lenguas originarias.
Y es en esta lengua que se deben hacer los rituales para que los dioses del Wirikuta permitan que el sol vuelva a salir.
Wixaritaris, mestizos y extranjeros
En el documental del argentino Hernán Vilchez llamado Huicholes: Los últimos guardianes del peyote de 2014 se muestran las dos visiones que hay sobre el territorio: la de los que quieren defender el Wirikuta y los que quieren que se siga produciendo la explotación minera para poder reactivar la economía de los pueblos cercanos.
En este trabajo se habla de la importancia que tiene el peyote para el pueblo wixárika y cómo los huicholes hacen esfuerzos para que siga creciendo en el sagrado Wirikuta pues existe un lazo mágico entre el semidesierto y la planta que permite que los dioses se manifiesten.
Asimismo, se ponen sobre la mesa los otros importantes elementos que alimentan la disputa sobre el Wirikuta como son los aspectos sociales, económicos, políticos y ecológicos y las tensiones entre los pobladores mestizos y los indígenas wixaritari.
La profesora de Derecho de la Universidad de Guadalajara, Lourdes Rodríguez Quiñonez explica en su trabajo «La defensa del lugar sagrado de Wirikuta» publicado en 2016 en la Revista Jurídica Jalisciense que el pueblo wixárika siempre tuvo el respeto de los pequeños propietarios de algunas áreas por las que tenían que pasar como peregrinos para llegar al semidesierto.
Sin embargo, «quienes no vieron más allá de intereses económicos no entendieron esta situación y a cambio entregaron concesiones al mejor postor».
En ese momento, Rodríguez también criticaba las pretensiones de las compañías mineras de construir un basurero de desechos tóxicos muy cerca de la zona sagrada.
En diciembre de 2021 se contabilizaban 65 basureros tóxicos en Áreas Naturales Protegidas (ANP) pese a las innumerables quejas de organizaciones civiles que echaron mano de todas las leyes que deberían ser escudos para los espacios sagrados y con un inmenso valor cultural y ambiental.
Organizaciones como CartoCrítica, Reforestamos, el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible, Poder, Fundar y el Centro para la Diversidad Biológica, entre otras, pidieron al Senado proteger estos ecosistemas del terrible impacto ambiental que le causa la dispersión de metales pesados por aire, tierra y suelos que afecta a la flora y fauna silvestres.
«Es muy grave que en las ANP se permita la operación de proyectos mineros. Actualmente, hay 73 proyectos mineros en operación dentro de estas áreas protegidas y, más grave aún, que haya 65 presas de jales con residuos altamente peligrosos en zonas protegidas», señalaron las organizaciones citadas por Milenio.
Entonces, salvar al Wirikuta es salvar a una población indígena milenaria su lenguaje, sus creencias y también el espacio natural único y mágico que ellos protegen.