Desde que Donald J. Trump tomara posesión como presidente de los Estados Unidos, los reportajes, informes y libros explicando el singular caos que se ha apoderado de la Casa Blanca han proliferado por doquier. La mera transición entre la administración de Obama y la de Trump, con sus consecuentes centenares modificaciones del personal de gobierno, supuso una pesadilla. Y una premonición: ni Trump ni sus ayudantes tenían demasiado claro qué hacer a partir de ahí.
Casi dos años después, la presidencia de Donald Trump acumula decenas de estrambóticas decisiones, un sinfín de erráticas políticas públicas, y una investigación federal que podría poner punto y final al mandato republicano antes de tiempo. Y ahora, también un golpe de estado interno en la Casa Blanca. Eso es al menos lo que se puede extraer de «Soy parte de la resistencia dentro de la Administración Trump», un editorial anónimopublicado ayer por The New York Times.
Lo firma, según explica el periódico, un «alto miembro» de la Casa Blanca. En él se explica que parte del equipo de Trump ha optado por boicotear las propias decisiones y los impulsos coléricos y emocionales de su máximo superior, el presidente de los Estados Unidos. Trump, describe la carta, tendría un conocimiento limitado de la gestión de los asuntos de estado, y sus ayudantes tratarían de limitar los daños connaturales a la personalidad volcánica e irracional de su jefe.
«Algunos de los altos cargos dentro de su propio gobierno están trabajando desde dentro para frustrar parte de su agenda y sus peores inclinaciones. Yo lo sé. Soy uno de ellos», declara el firmante, quien bautiza humildemente al obstinado grupo de disidentes internos como «la resistencia». Sobre su alto tallaje moral recaería ahora el futuro de Estados Unidos. Un reducido grupo de anónimos resistentes que trabajarían entre las sombras para evitar que el caos se apoderara definitivamente del país. La última salvaguarda entre la civilización y la barbarie.
«La raíz del problema es la amoralidad del presidente. Cualquiera que trabaje con él sabe que no está sujeto a ningún principio ideológico discernible que guíe su toma de decisiones», continúa. «Numerosos cargos admiten en privado su descreímiento ante las palabras y las acciones de Trump. La mayor parte de ellos trabaja para aislar su trabajo de sus caprichos (…) Su errático comportamiento sería más preocupante si no fuera por héroes anónimos dentro y en el entorno de la Casa Blanca».
El texto explica, así, lo señalado por algunos analistas políticos: hay dos ritmos dentro del gobierno. Dos facciones en apariencia irreconciliables. Por un lado, el presidente y su reducido grupo de confidentes y muñidoresideológicos. Por otro, los rangos altos, medios y bajos de la administración, más apegado al sentido de estado y a la responsabilidad de gobierno del Partido Republicano tradicional. Así se explicarían la disonancia entre las palabras de Trump sobre Europa y los tratados de comercio y el trabajo entre bambalinas de las ramas del gobierno, entre otras.
«Los estadounidenses deberían saber que hay adultos en la sala. Somos plenamente conscientes de lo que está sucediendo. Y estamos tratando de hacer lo que es correcto aún cuando Donald Trump no».
Todo esto más «Fear», el libro de Woodward
La carta es una bomba. A esta hora son decenas las teorías que tratan de averiguar la identidad del firmante. El equipo de Opinión del New York Times ha admitido que no suelen publicar piezas anónimas, pero que el carácter extraordinario del texto lo merecía. La reacción de Trump, según The Washington Post, ha sido colérica y desproporcionada, iniciando una suerte de caza de brujas a pequeña escala dentro de la Casa Blanca. Tras leer el artículo, Trump tuiteó una simple palabra: «¿TRAICIÓN?».
Desde su toma de posesión, Trump ha observado fantasmas por doquier. En la prensa, a la que ha atacado de forma consistente en términos jamás empleados por un presidente de los Estados Unidos con anterioridad (en público). En Washintgon y en lo que tanto él como sus seguidores definen como «the deep state», las cloacas del estado. En el FBI, por la investigación especial comandada por Mueller. Y en el propio Partido Republicano, demasiado ajeno a la excéntrica figura de Trump y al mismo tiempo atado a su destino. Todo ello se ha reproducido a nivel interno en la Casa Blanca.
De modo que no es de extrañar que se reacción apunte hacia un delito federal muy castigado por la ley estadounidense. Trump ha exigido al New York Times desvelar quién firma el artículo. El enemigo está en casa, y Trump no es un paranoico en ese sentido. La publicación de la carta coincide con la promoción del último libro de Bob Woodward, el legendario periodista del Washington Post. Titulado Fear, recopila un sinfín de anécdotas y testimonios que verifican el golpe de estado encubierto iniciado por algunos cargos del gobierno.
Como se puede leer aquí, en el que se incluyen algunos extractos, han sido diversos los ejemplos de figuras de gran importancia torpedeando las ideas y los proyectos de Trump, ya fuera por peligrosos o por peregrinos, sin que éste lo percibiera. Un ejemplo como otro cualquiera: cuando Trump estuvo a punto de romper el tratado de comercio vigente entre Estados Unidos y Corea del Sur, su asesor económico y comercial, Gary Cohn, sustrajo los papeles a firmar de su escritorio en el Despacho Oval.
En consecuencia, Trump se olvidó del asunto. Según Woodward, Cohn hizo esto en repetidas ocasiones. El destino de la primera economía mundial, y de los cimientos del comercio internacional, está en manos de pequeñas tretas y ardides a la espalda de Trump.
Woodward pone nombres y apellidos allí donde el artículo anónimo del New York Times sólo invoca «héroes». El libro es pródigo en ejemplos del boicot interno al que diversos trabajadores de la Casa Blanca están sometiendo a Trump. Más que una «revolución», lo que sucede se asemeja más a un «golpe«. En la sombra, sin ánimo de derrumbar al gobierno, pero sí efectivo a la hora de limitar su agenda política. Todas los gobiernos cuentan con diversas corrientes ideológicas y con disidencias internas, al menos todos los democráticos, pero pocos con sabotajes a gran escala.
La Casa Blanca, una guardería
Fear también incluye un pasaje simbólico de la aparente desconexión con la realidad de Donald Trump. En él, su abogado le intenta convencer para que no testifique voluntariamente en la investigación de Mueller. Trump juzga su incomparecencia como una señal de debilidad, y desea demostrar a la opinión pública americana que no tiene nada que ocultar y que no es un cobarde. «No testifiques. Es o eso o un pijama naranja», le responde, en referencia al uniforme carcelario.
Sus abogados y su entorno son conscientes de que en cuanto Trump ponga un pie en la sala presidida por Mueller mentirá, cometerá perjurio. Gran parte de la Casa Blanca, según Woodward, trata a Trump como un niño caprichoso e inconsciente, incapaz de entender las consecuencias de sus actos o de asimilar la información que otros ayudantes más experimentados le transmiten sobre política internacional o economía. En ese contexto, han optado por el control de daños.
Los relatos de Fear y del texto del New York Times coinciden, pero también difieren en muchos aspectos. El libro de Woodward es probablemente duro para con la mayor parte de ayudantes y seguidores de Trump, y no busca una coartada moral que les redima. El artículo hace lo contrario. Como apuntan otros, podría ser una maniobra de algún alto cargo afín al Partido Republicano interesado en separar su imagen de la de Trump. El relato es apologético («unsung heroes») y busca redimir a quienes, en el contexto de un gobierno catastrófico, limitan sus consecuencias.
De modo que, ¿quién lo ha escrito? El sospechoso más firme es Mike Pence, vicepresidente y halcón tradicional del Partido Republicano. Una palabra ha puesto a media opinión pública americana sobre su pista: «lodestar«, incluida en su dedicatoria final a John McCain, a quien Trump despreciaba con especial crudeza. «Lodestar», algo así como «faro» o «guía» en sentido metafórico, es una palabra extraña dentro del vocabulario corriente americano. Sin embargo, Pence la utiliza con muchísimafrecuencia.
Es posible que sepamos la identidad del firmante más pronto que tarde. La cuestión es si para entonces quedará algo en pie del gobierno de Trump.
Imagen: Kevin Dietsch/Upi