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No es normal, ni en sueños, que quien llevaba años buscando el camino que conduce al éxito encuentre en la atípica temporada de 2020 su propia salvación. No es frecuente que con solo cuatro corridas de toros sumadas se haya hecho acreedor de tan prestigioso galardón. Esa “Oreja de Oro” de Radio Nacional de España tan apetecida por las figuras del toreo de todas las épocas. Y es que, todo lo poco, o mucho, que hizo en el ruedo de la plaza lo fundamentó en uno de los más toreros sentimientos: la naturalidad y la belleza. El concepto más clásico y la pasión por saber hacer de la lidia una emoción.

Vivió, pese a su forma de expresión, un inusual y largo ostracismo. Aunque con la creencia intima de que su futuro en el toreo existe. Y que su mundo imaginario era posible de conseguir. Quizá, porque a pesar de todas las dificultades su capacidad de superación, tras algún que otro toque de atención en significativos cosos, siguió atesorando el marchamo de la firme convicción.

El sueño de cada día, el que eleva las miras más allá, y más allá, se hizo realidad una tarde agosto en Linares. De hecho, cada comparecencia fue una nueva esperanza. Una prolongación de deseos en ese universo de la lidia en la que el torero forja con la bravura, como materia prima, su monumento al toreo. Y bien que lo moldeó.

La memoria, poderosa diosa que todo lo recuerda, mantiene grabado el apasionante y desbordante faenón que le hizo al toro de Parladé quien ofreció una tauromaquia, de belleza estremecedora, sin dejar de clamar por la preceptiva verdad y torería. Pareció como si las telas de su capote y muleta contuvieran entre sus hilos historias de leyendas del toreo de todas las épocas mientras mantenía el tono de las pasiones extremas. Y lo hizo de una forma detallista, pura, generosa, embaucadora. Le volaron los dedos con los que meció el capote de la misma manera que ralentizó la naturalidad de una muleta henchida de encanto. La lidia se convirtió en acontecimiento visto, además, a través de las cámaras de Canal Toros, artífice principal de que aquella corrida se pudiese celebrar.

A Juan Ortega se le sueña y se le espera. Ahora en Sevilla. Allí, por fin, su arte seguirá convirtiéndose en lo efímero de un momento único. Linares tuvo la excelencia imprevisible y sorprendente. La Maestranza el lugar soñado para el definitivo asalto a la gloria.           

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