La idea de que el pollo que comemos ha sido sumergido en cloro antes de que llegara a nuestras mesas no es agradable, pero esta es una práctica común en países como Estados Unidos, México o Brasil donde este baño se usa para matar las bacterias que puedan tener las aves antes de ponerlas en venta.
El método se conoce formalmente con el nombre de Tratamiento de Reducción de Patógenos. Se aplica en granjas industriales y consiste en introducir las aves de corral, una vez muertas y desplumadas, en bateas de agua clorada para eliminar microorganismos como la E.coli o la Salmonella, que son unas bacterias muy conocidas por ser causantes de serias infecciones asociadas a la comida.
Los defensores de la cloración del pollo dicen que se trata de un sistema seguro, que no le hace daño a los consumidores y que solo daña los gérmenes, pero los que están en contra de esta práctica señalan que esta es una técnica usada por los que no cuidaron la higiene a lo largo de la cadena de producción y por eso, en la etapa final previa a la venta, le dieron un baño químico express.
La balanza varía según los intereses y lo que sí queda claro es que un pollo clorado es mucho más económico que aquel que ha sido alejado de los microorganismos a lo largo de la crianza.
Por orden de volumen enviado, los 10 países a los que Estados Unidos exporta la mayor cantidad de productos avícolas son: México, China, Canadá, Cuba, Guatemala, Taiwán, Filipinas, Angola, Colombia y Haití.
De acuerdo con el Departamento de Agricultura estadounidense, México es el país que más ha demandado sus productos avícolas, incluso en el año 2021 cuando el producto subió considerablemente de precio y el poder adquisitivo del consumidor se había deteriorado en medio de la crisis por la pandemia de COVID-19.
Un disfraz de super pollo
El pollo clorado ha pasado por laboratorios que han dado fe de su limpieza. Sin embargo, hay otros análisis que aseguran que este baño de desinfectantes solo los viste con una especie de disfraz que aparenta mantener los gérmenes alejados pero que en realidad se trata de una capa superficial.
Se estima que una persona debería comer una cantidad de pollo clorado equivalente al 5 % de su propio peso para que su cuerpo sienta algún efecto negativo proveniente del desinfectante.
Pero ¿qué pasa con las bacterias?
La organización independiente Consumer Reports desarrolló una investigación en 2014 sobre pollos comprados en diferentes comercios en varias partes de Estados Unidos.
En este estudio se encontró que el 97 % de las pechugas analizadas tenían importantes cantidades de bacterias entre las que se incluyen las peligrosas Salmonella, Campylobacter y E.coli.
Según este análisis, más de la mitad de las muestras estudiadas contenían material fecal y una cantidad similar tenía al menos una bacteria resistente a tres o más antibióticos que se recetan con frecuencia.
En otro estudio desarrollado por científicos chinos y publicado el año pasado, se observó que clorar el pollo pudiera estar haciendo a las bacterias más resistentes a los antibióticos.
Directo al desagüe
¿Para dónde se va esa agua llena de químicos y restos orgánicos?
Después de que las aves son bañadas con sustancias cloradas, esa agua cargada de químicos, restos orgánicos y microorganismos vivos y muertos, se libera en el sistema de aguas residuales.
En la decisión del Consejo de Europa de 2008 sobre este tema, se señala que varias sustancias antimicrobianas que se utilizan para limpiar a las aves como el dióxido de cloro, el clorito de sodio acificado, el fosfato trisódico o el peroxiácido “pueden suponer un riesgo para el medio acuático, la salud del personal que trabaja en el sistema de aguas residuales y el funcionamiento del sistema de alcantarillado”.
Asimismo, se indica que las sustancias antimicrobianas que contienen cloro también pueden conducir a la formación de “compuestos cloro orgánicos” que pueden ser persistentes, bioacumulables o cancerígenos.
“Los compuestos de fósforo son también una de las fuentes de eutrofización (enriquecimiento de nutrientes) de los mares”, dice el documento que apunta que esta situación conduce al crecimiento masivo de algas y “otras perturbaciones indeseables del medio ambiente acuático”.
Las aves no se bañan en Europa
Si te mantienes aseado todos los días, es poco probable que pasados unos meses necesites sumergirte en una bañera llena de desinfectantes para quitarte la mugre.
Esta es la premisa de la Unión Europea que desde 1997 prohibió la importación de aves cloradas por considerar que se trata de una técnica que no evita los gérmenes a lo largo del proceso de producción y se limita a bañarlas en desinfectantes después de sacrificarlas para la venta.
La UE estableció un límite máximo de residuos de 0,01 mg de clorato por kilo de alimento pues, apartando el caso de las aves, hay otros comestibles como frutas y verduras que también pueden estar recibiendo baños con estos desinfectantes.
Desde que los ingleses votaron a favor del Brexit en 2016, los granjeros y agricultores del país iniciaron una batalla para impedir que al mercado británico ingresaran productos de países que tienen bajos estándares de higiene y calidad, entre los que cuentan las aves cloradas de Estados Unidos.
En mayo pasado el primer ministro británico Rishi Sunak prometió que mantendría a las aves cloradas y la carne de ganado alimentado con hormonas fuera de las mesas de los ingleses en referencia a que no apoyará acuerdos con Estados Unidos en detrimento de los productores agrícolas del país.
La Unión Nacional de Granjeros de Inglaterra (NUF) señaló que los agricultores británicos no pueden ser obligados a estar en el peldaño más alto de la escalera de los estándares de seguridad mientras se producen importaciones de alimentos que no llegan siquiera al peldaño inferior.
La FDA aprueba el baño de químicos
Los principales organismos de seguridad alimentaria estadounidenses, avalan la cloración y no consideran que esta práctica constituya un riesgo para la salud o para el ambiente.
El Departamento de Agricultura (USDA) y la agencia para el Control de la Alimentación y los Medicamentos (FDA) de Estados Unidos han aprobado varias sustancias para hacer los lavados antimicrobianos a las aves de corral entre las que se cuentan el dióxido de cloro, clorito de sodio acidificado, fosfato trisódico y peroxiácidos.
De acuerdo con estos organismos oficiales de Estados Unidos, estos químicos, llamados “sustancias en contacto con alimentos” o FAC por sus siglas en inglés, no generan ningún problema en los consumidores, siempre que se trate de las dosis recomendadas y aprobadas.
El agente antimicrobiano aprobado por la FDA debe estar en una concentración de hasta 60 ppm (partes por millón) de cloro libre disponible en la producción y preparación de aves de corral y otros alimentos como carnes rojas, pescados, mariscos, frutas y verduras.
La técnica puede que no cause daños por el uso de químicos, pero algunos hallazgos científicos cuestionan su efectividad para matar las bacterias, lo que finalmente terminaría causando lo que se quiere evitar: enfermedades.
En 2018, un estudio de la Universidad de Southampton demostró que el cloro puede hacer a los gérmenes “indetectables”, lo que no significa que los mate.
El director del programa de ciencia y tecnología de alimentos de la Universidad Metropolitana de Cardiff en el Reino Unido, Simon Dawson, dijo a Inside Science que si se expone a los gérmenes patógenos a un aerosol de cloro “casi pueden entrar en modo de hibernación” e incluso tener resultados de laboratorio que indican que es seguro comerse ese pollo analizado.
Por este motivo el especialista explica: “Si has comido un pollo con estas células y ha sido poco cocinado, entonces tu cuerpo podría actuar como un excelente ambiente para devolverles la vida”.
Dawson señala que, en cualquier caso y aunque se indique que la técnica para matar microorganismos es efectiva, lo mejor es asegurarse de cocinar el pollo correctamente “ya sea un ave británica o estadounidense”.
¿Pollo crudo? No gracias.
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