Luego de que su lanzamiento fuera aplazado por la pandemia
EFE
No hay sorpresas en lo último de The Killers, Imploding The Mirage, salvo que la máquina del grupo de Las Vegas por excelencia vuelve engrasada como no lo ha estado en varios años para dejar atrás un paisaje de tierra quemada rumbo a latitudes promisas y esperanzadoras con un sonido bombástico.
Y eso que el transcurso real de este trabajo no fue precisamente fácil, con baches que comenzaron con la salida de la grabación y de la gira de Dave Keuning, su guitarrista principal y coartífice de temas míticos como Mr. Brightside, y concluyeron con los continuos aplazamientos a causa del coronavirus.
Entre medias, el disco explotó varias veces. O «implosionó», como indica el título, una destrucción desde dentro, para recobrar el pulso y desbaratar los «espejismos» a los que alude la segunda parte del nombre (un juego de palabras, ya que The Mirage es uno de los casinos más celebres de Las Vegas).
Pese a todo, su sexto disco de estudio, que se publicó este viernes en todo el mundo, es una descarga de canciones-himno al más puro estilo de los de Brandon Flowers, si cabe más cohesionada, inspirada y pegadiza en las melodías que sus inmediatos predecesores, Wonderful Wonderful (2017) y Battle Born (2012).
Si aquellos erraban en la búsqueda de definición y de «hits», en sus solo diez cortes Imploding The Mirage (Universal Music) ya se ha asegurado al menos un par de temas para el recuerdo: los sencillos Caution (quizás lo mejor del álbum) y My Own Soul’s Warning.
Desde que este empieza a sonar como arranque del disco, no cabe duda de que el descapotable de The Killers va a cruzar un desierto de brillantes arenas de día y neones de noche, sin medianías ni llanuras, en un trayecto de ascensos y descensos, veloz, dinámico y sin rastro de polvo en la garganta.
Limpia se siente la voz de Flowers durante todo el itinerario, como si más que aferrarse al vehículo se deslizara con él, bellamente agudo por momentos, ochentero incluso, e impulsado por coros casi celestiales empleados sin ningún tipo de rubor a lo largo de todo su metraje.
La mitología de personajes que componen sus letras borda asimismo el concepto general de huida a un futuro mejor, como la «reina de peso pluma con ojos de Hollywood» que protagoniza Caution: «Su mami era bailarina / Y eso es todo lo que supo / Porque cuando vives en el desierto / Es lo que las chicas guapan hacen».
Como curiosidad, cabe destacar que este corte cuenta con Lindsey Buckingham (Fleetwood Mac) para grabar una línea de guitarra, un apartado (el de las cuerdas) que, pese a la salida temporal de Keuning y la participación casi testimonial del bajista Mark Stoermer, no cojea.
Ello es debido a unas progresiones springstinianas, baterías relampagueantes y, sobre todo, a unos sintetizadores catárticos y raudos que imprimen cuerpo y velocidad al conjunto.
Algo tendrán que ver en todo ello las buenas maneras del coproductor Jonathan Rado, miembro de Foxygen, que se estrena junto a The Killers, y las aportaciones de dos figuras clave del sonido más alternativo del género de música «americana», Blake Mills y Shawn Everett.
A mitad de recorrido, cuando la sima de la montaña está cercana y el sol a punto de ponerse, el coche de The Killers se ralentiza lo suficiente para disfrutar de Lightning Fields, una sorpresa que no deja de crecer, como el paulatino encendido de una ciudad que no debía estar plantada en medio de esa inmensidad árida y oscura.
Lejos de caer en la repetición de esquemas y de empachar al oyente, la necesaria Fire In Bone (y su épica un tanto post-punk) insufla aire fresco a una noche en la que también resulta bienvenida la plegaria sentimental de fondo casi góspel que es My God y su gancho melódico.
Para acabar, el sonido ochentero al más puro estilo de Springsteen vuelve a sentirse en el último descenso hacia la tierra prometida de Imploding The Mirage, el tema que cierra y da nombre a este álbum que ha vuelto a poner en carretera el sonido de The Killers.
Entre medias, el disco explotó varias veces. O «implosionó», como indica el título, una destrucción desde dentro, para recobrar el pulso y desbaratar los «espejismos» a los que alude la segunda parte del nombre (un juego de palabras, ya que The Mirage es uno de los casinos más celebres de Las Vegas).
Pese a todo, su sexto disco de estudio, que se publicó este viernes en todo el mundo, es una descarga de canciones-himno al más puro estilo de los de Brandon Flowers, si cabe más cohesionada, inspirada y pegadiza en las melodías que sus inmediatos predecesores, Wonderful Wonderful (2017) y Battle Born (2012).
Si aquellos erraban en la búsqueda de definición y de «hits», en sus solo diez cortes Imploding The Mirage (Universal Music) ya se ha asegurado al menos un par de temas para el recuerdo: los sencillos Caution (quizás lo mejor del álbum) y My Own Soul’s Warning.
Desde que este empieza a sonar como arranque del disco, no cabe duda de que el descapotable de The Killers va a cruzar un desierto de brillantes arenas de día y neones de noche, sin medianías ni llanuras, en un trayecto de ascensos y descensos, veloz, dinámico y sin rastro de polvo en la garganta.
Limpia se siente la voz de Flowers durante todo el itinerario, como si más que aferrarse al vehículo se deslizara con él, bellamente agudo por momentos, ochentero incluso, e impulsado por coros casi celestiales empleados sin ningún tipo de rubor a lo largo de todo su metraje.
La mitología de personajes que componen sus letras borda asimismo el concepto general de huida a un futuro mejor, como la «reina de peso pluma con ojos de Hollywood» que protagoniza Caution: «Su mami era bailarina / Y eso es todo lo que supo / Porque cuando vives en el desierto / Es lo que las chicas guapan hacen».
Como curiosidad, cabe destacar que este corte cuenta con Lindsey Buckingham (Fleetwood Mac) para grabar una línea de guitarra, un apartado (el de las cuerdas) que, pese a la salida temporal de Keuning y la participación casi testimonial del bajista Mark Stoermer, no cojea.
Ello es debido a unas progresiones springstinianas, baterías relampagueantes y, sobre todo, a unos sintetizadores catárticos y raudos que imprimen cuerpo y velocidad al conjunto.
Algo tendrán que ver en todo ello las buenas maneras del coproductor Jonathan Rado, miembro de Foxygen, que se estrena junto a The Killers, y las aportaciones de dos figuras clave del sonido más alternativo del género de música «americana», Blake Mills y Shawn Everett.
A mitad de recorrido, cuando la sima de la montaña está cercana y el sol a punto de ponerse, el coche de The Killers se ralentiza lo suficiente para disfrutar de Lightning Fields, una sorpresa que no deja de crecer, como el paulatino encendido de una ciudad que no debía estar plantada en medio de esa inmensidad árida y oscura.
Lejos de caer en la repetición de esquemas y de empachar al oyente, la necesaria Fire In Bone (y su épica un tanto post-punk) insufla aire fresco a una noche en la que también resulta bienvenida la plegaria sentimental de fondo casi góspel que es My God y su gancho melódico.
Para acabar, el sonido ochentero al más puro estilo de Springsteen vuelve a sentirse en el último descenso hacia la tierra prometida de Imploding The Mirage, el tema que cierra y da nombre a este álbum que ha vuelto a poner en carretera el sonido de The Killers.