¿Salvar el año escolar? ¡No con el modelo de dictado por televisión!
Por Éricka Rascón Rascón
Para mí, el programa de educación digital y televisivo que están metiendo con calzador desde la SEP, es un ejemplo indudable de promoción de la desigualdad social. Esta estrategia está dejando al descubierto lo que ya sabíamos pero que no siempre resultaba evidente: la pobreza de la educación en México, en todos los sentidos posibles. Trataré de desarrollar esta tesis con argumentos y ejemplos.
La escuela, como una institución de la modernidad, se ha consolidado a través de los sistemas educativos y de alguna forma ha sido intencionalmente sacralizada por el sistema: todos los niños deben ir a la escuela porque ella les proporciona educación para el futuro. En estricto sentido, esta expresión “educación para el futuro” tiene diferentes significados para todos los que la empleamos. Para algunos, consiste en coadyuvar al desarrollo de las potencialidades humanas en su conjunto; para otros, formar en ciudadanía (ahora en convivencia y aprendizajes socioemocionales), y para unos más, fomentar los aprendizajes que convertirán al sujeto en un ser productivo. Quizá con distintas variantes, en ciertos casos se ponga más énfasis en algún aspecto que en otro. Sin embargo, estamos ante un hecho inédito: la pérdida del espacio escolar y del aula. Quizá el cumplimiento, en cierta forma, de la profecía que habían prefigurado en los años setenta del siglo pasado Illich, con su libro La sociedad desescolarizada, y Reimers, con La escuela ha muerto. El aislamiento social nos acerca de alguna forma a esta situación.
En pocas ocasiones se experimenta la pérdida de la escuela, aunque nunca como un hecho mundial y nacional como el que ha provocado la pandemia de Covid-19 en nuestros días. Si buscamos algún antecedente, lo encontramos en las escuelas afectadas por los dos grandes sismos que ha vivido nuestro país: el de 1985 dañó 1,568 escuelas, mientras que el de 2017 inhabilitó 3,678 planteles. Aunque hubo una suspensión de actividades por algunos días de manera inmediata a los sismos, un importante grupo de estudiantes no tuvo lugar a dónde regresar. En ambos casos, la SEP estableció un programa emergente de clases por televisión sólo para estos alumnos.
Aunque la telesecundaria es la experiencia más antigua que tiene el país, en una especie de momento estelar se optó por proyectar una imagen de suma modernidad al impulsar la educación digital en línea. El secretario de Educación encabezó la presentación de la “Nueva escuela mexicana educación y pandemia | 21 digital. Desaprendiendo para aprender”, conferencia en la que nunca logró explicar lo que sería necesario desaprender y, en cambio, abrió la puerta a Google for Education y a sus gerentes, para convertirse en los nuevos referentes del sistema educativo mexicano. Sorpresivamente vimos a los gerentes de innovación, de alianzas estratégicas y trainers dirigirse a los maestros. La promesa que acompañó esta acción fue iniciar la capacitación (no formación) de 500,000 docentes entre abril y noviembre de este año, para que pudieran diseñar objetos de aprendizaje y sesiones de trabajo en línea utilizando las herramientas que ofrece la tecnología. Se propuso poner a disposición de los maestros más de 12,700 planes de clase de preescolar, primaria y secundaria, más de 19,000 materiales educativos para esos niveles, y más de 12,000 reactivos para evaluar aprendizajes esperados, además de apoyarse en programas ya existentes en Khan Academy, CommondLit, Sé Genial en Internet, y Simuladores Phet, entre otros, buscando su articulación con los planes de estudio. La profesión docente quedó reducida al técnico
que elige materiales para trabajar con sus estudiantes. Primero se pensó en capacitar a los maestros en una semana, la segunda de vacaciones, para reiniciar las clases como estaban previstas.
No se analizaron las condiciones del profesorado ni de las familias. Entre docentes de la Ciudad de México sometidos a una encuesta para revisar sus facultades en el manejo de la informática digital, 58 por ciento respondió que cuenta con una formación digital básica, 16 por ciento afirmó que sólo tiene un teléfono inteligente para acceso a plataformas digitales, y únicamente 1.7 por ciento está en condiciones de manejar programas de diseño. En la misma encuesta, los profesores manifestaron que sólo 25 por ciento de sus alumnos tiene una computadora conectada a internet en su casa, y que 75 por ciento de sus padres o madres tienen que salir a trabajar fuera del hogar.
En este panorama, y como lo sostuve desde el planteamiento inicial, el programa de educación digital es un amplio ejemplo de promoción de la desigualdad social. No se trata de descalificar el esfuerzo de la autoridad educativa por acercar a los maestros al empleo de tecnologías digitales para el aula, pues ésta es una necesidad imperiosa de nuestra época, pero sí de cuestionar hasta dónde es ésta la respuesta adecuada para impulsar el aprendizaje de los estudiantes en esta situación concreta con la pandemia. Ciertamente, estamos ante una nueva generación de alumnos que, en general, está vinculada con la tecnología digital, lo cual ha modificado sus formas de aprender, sus intereses y sus habilidades. Sin embargo, esto no significa que puedan aprender con la tecnología cibernética e informática; saben usarla para comunicarse, para las redes sociales, pero no necesariamente la pueden emplear exitosamente y con provecho como un recurso de aprendizaje. Los sistemas educativos y pedagógicos van a la zaga en esta tarea.
Esto es una diferencia con los canales de TV con los que ahora se pretende trabajar, cuyas señales no llegan a todas las comunidades del país, y aunque 95 por ciento de los hogares en México cuentan con un receptor de televisión, no necesariamente tienen acceso a este servicio. Además, merece señalarse que las clases en televisión se han convertido en la exposición de un docente frente a la pantalla, con un dictado de preguntas al final de la clase, tan apresurado que incluso es difícil tomar nota de ellas. La preocupación que ha orientado todas estas decisiones es “salvar” el año escolar, no necesariamente analizar las opciones de aprendizaje que esta circunstancia ofrece a los alumnos, sino cumplir el currículo formal y calificar a los estudiantes. El secretario de Educación hace constantes referencias a que el manejo de los contenidos curriculares tenía un avance significativo antes de la suspensión de actividades. El modelo que subyace en el sistema educativo mexicano es la escolarización. La escuela, distante de la sociedad, distante de la realidad, es incapaz de reformarse a sí misma; sigue trabajando con base en el mito de “salvar el curso”.
Urge, pues, formar desde ya un modelo educativo más amplio, más abarcador de las modernas tecnologías de la información y la comunicación, pero en el fondo, urge inyectar recursos a la educación, para que los planteles dispongan de los equipos necesarios para poner al día a los profesores y a los alumnos. Y a las familias de los educandos, sobre todo para poder proporcionar bases firmes de una verdadera revolución educativa, de tipo humanista, científica y popular.
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