“Aquí los niños juegan a ser sicarios”
Miguel ChavarríaColonia Álvaro Obregón– En Rubio huele a pólvora. Aquí, donde enfrentamiento tras enfrentamiento ocurre una masacre, la muerte y los disparos son la normalidad.
“A cualquiera le puede pasar. ¿Qué se puede hacer?”, comenta Rubén, minutos después de enterarse que su primo Pedro fue una de las tres víctimas mortales de los ataques armados el miércoles pasado.
Pedro Gutiérrez fue asesinado enfrente de Bancomer, cuyo establecimiento recibió doce impactos de bala. La mancha de su sangre aún pinta el suelo de Rubio.
Tenía 39 años y pronto festejaría su cumpleaños. “Estaba ahorrando para hacer un pachangón y comprarse un borrego”, dice Lety mientras sostiene un barredor de hojas. Ella y Eduardo son sus compañeros de trabajo.
Ambos platican con Rubén, primo hermano de Pedro. “Él debería estar aquí con nosotros, trabajando. Con lo que acaba de pasar, ya no tenemos ganas de trabajar”, dice Lety al mismo tiempo que mira a la nada, suspirante, casi callada.
Rubén sigue de brazos cruzados, acepta su realidad. “Pobre de mi primo”.
La muerte de Pedro significó el abandono de dos niñas, un niño y su esposa embarazada.
Es injusto que quienes viven en un poblado donde acaban de ser asesinadas tres personas crean que la muerte a tiros es normal. En Rubio también huele a humo y su piso es de vidrios rotos.
Aquí, los niños juegan a ser sicarios. “Si vuelvo en 15 días y no me das lo que yo quiero, te mato”, grita un niño escondido tras una roca, frente a la Plaza Sofía, donde armados penetraron las paredes con plomo.
Fue durante los enfrentamientos armados del miércoles cuando se desató la lluvia de balas en varios puntos del poblado seccional. Era una batalla entre los cárteles del Tigre y el de la Línea.
Ocurrió alrededor de las 9:30 de la noche y las detonaciones y explosiones duraron hasta media hora.
Sicarios de uno de aquellos bandos, cuentan vecinos del lugar, trataron de huir de los ataques.
Subieron al segundo piso de la Plaza Sofía para resguardarse, pero entre los grupos de delincuencia organizada seguían repartiendo plomo “como jesucristos”.
Ahora, el segundo piso de la plaza es un desastre. Varias mujeres de entre 20 y 30 años, miembros de los Testigos de Jehová, vivían solas en los departamentos de aquella plaza. Las viviendas quedaron abandonadas.
Hoy se puede mirar al través de los impactos de bala las huellas de esa violencia. Ninguna fue herida.
La refriega dejó además un negocio de billares incendiado. El local estaba abandonado. El olor a humo aún se puede respirar.
Los muebles están ennegrecidos por las llamas y el suelo está empapado por el agua que arrojaron los bomberos para salvar la Plaza Sofía. Los demás negocios siguen operando.
Y es que la vida sigue en este pueblo. Los niños siguen jugando a ser sicarios. “Ya pasaron los 15 días”, manifiesta el niño a sus amigos, aún escondido tras misma roca, ocultándose del sol.
Pero el ataque principal ocurrió en la comandancia de policía de Rubio. Los sicarios destruyeron con balas y una granada dos patrullas del lugar.
El oficial a cargo esa noche se encontraba adentro con su compañero.
“Estábamos tomando un café. Aquí fueron quince minutos de impactos. Cuando llegaron los municipales y los federales ya no vimos nada”, cuenta el uniformado brevemente: acaban de detener a una persona y tiene que salir.
Los demás agentes no tienen permitido hablar. Hay miedo. “Pues yo no le temo a nada”, dice Clarisa en seco. Ella es la dueña de un expendio de cervezas ubicado a la entrada del pueblo.
No es tristeza o miedo: es enojo lo que siente. Es obvio, su negocio está destruido y apesta a pólvora. “Me enteré del incendio por mi cuñada, que vive a la vuelta de aquí”, cuenta Clarisa.
El expendio había sido atacado con granadas y lo que queda de él es poco. Cinco hombres vacían la tienda para más tarde limpiar el lugar. Ella da las órdenes.
“No sé por qué vinieron aquí a hacer esto”, dice de la manera más fría. De lo poco que le sobrevivió a las llamas fueron los hielos depositados en la hielera.
La Fiscalía General del Estado (FGE), Zona Occidente, está pendiente del caso. Además de los tres asesinados, también hubieron cuatro personas heridas, todas mujeres: Lorenza, Perla y sus hijas: Ivanna y Nicole, de cinco y dos años.
Los enfrentamientos en Rubio datan desde marzo de 2017, cuando ocurrió el primer ataque armado entre cárteles.
La batalla dejó varios cuerpos sin vida abandonados en las calles, entre ellos, el de César Raúl Gamboa Sosa, alias “El Cabo”, líder del cártel del Tigre. La enemistad entre ambos grupos criminales condujo a más disputas por el control de la plaza en Cuauhtémoc.
Y así fue como el ataque a Rubio culminó con la destrucción de negocios, departamentos, la comandancia de policía y una preparatoria. Un establecimiento de las Farmacias Similares fue de los más afectados.
Los vidrios están dispersos en las banquetas y los medicamentos de la farmacia están expuestos a que cualquiera pase y robe.
“Se tomaron hasta los sueros”, cuenta una de las empleadas del lugar. “Faltan medicamentos”, dice Jazmín, luego de señalar al suelo todo lo que es mercancía perdida.
El miércoles, durante los disparos, una camioneta se estrelló dentro de la farmacia. Al día siguiente, el dinero de la caja registradora había desaparecido y habían intentado, sin éxito, robar la caja fuerte y un pequeño tanque de gas.
“Mire nomás…”, dice Jazmín con buen humor al tomar del suelo y los escombros una lámina con medicamentos. Son para controlar la presión arterial.
“Hasta tuvieron tiempo de tomarse dos pastillas y largarse. Hágame el favor”, ríe.
lchavarria@diarioch.com.mx
“A cualquiera le puede pasar. ¿Qué se puede hacer?”, comenta Rubén, minutos después de enterarse que su primo Pedro fue una de las tres víctimas mortales de los ataques armados el miércoles pasado.
Pedro Gutiérrez fue asesinado enfrente de Bancomer, cuyo establecimiento recibió doce impactos de bala. La mancha de su sangre aún pinta el suelo de Rubio.
Tenía 39 años y pronto festejaría su cumpleaños. “Estaba ahorrando para hacer un pachangón y comprarse un borrego”, dice Lety mientras sostiene un barredor de hojas. Ella y Eduardo son sus compañeros de trabajo.
Ambos platican con Rubén, primo hermano de Pedro. “Él debería estar aquí con nosotros, trabajando. Con lo que acaba de pasar, ya no tenemos ganas de trabajar”, dice Lety al mismo tiempo que mira a la nada, suspirante, casi callada.
Rubén sigue de brazos cruzados, acepta su realidad. “Pobre de mi primo”.
La muerte de Pedro significó el abandono de dos niñas, un niño y su esposa embarazada.
Es injusto que quienes viven en un poblado donde acaban de ser asesinadas tres personas crean que la muerte a tiros es normal. En Rubio también huele a humo y su piso es de vidrios rotos.
Aquí, los niños juegan a ser sicarios. “Si vuelvo en 15 días y no me das lo que yo quiero, te mato”, grita un niño escondido tras una roca, frente a la Plaza Sofía, donde armados penetraron las paredes con plomo.
Fue durante los enfrentamientos armados del miércoles cuando se desató la lluvia de balas en varios puntos del poblado seccional. Era una batalla entre los cárteles del Tigre y el de la Línea.
Ocurrió alrededor de las 9:30 de la noche y las detonaciones y explosiones duraron hasta media hora.
Sicarios de uno de aquellos bandos, cuentan vecinos del lugar, trataron de huir de los ataques.
Subieron al segundo piso de la Plaza Sofía para resguardarse, pero entre los grupos de delincuencia organizada seguían repartiendo plomo “como jesucristos”.
Ahora, el segundo piso de la plaza es un desastre. Varias mujeres de entre 20 y 30 años, miembros de los Testigos de Jehová, vivían solas en los departamentos de aquella plaza. Las viviendas quedaron abandonadas.
Hoy se puede mirar al través de los impactos de bala las huellas de esa violencia. Ninguna fue herida.
La refriega dejó además un negocio de billares incendiado. El local estaba abandonado. El olor a humo aún se puede respirar.
Los muebles están ennegrecidos por las llamas y el suelo está empapado por el agua que arrojaron los bomberos para salvar la Plaza Sofía. Los demás negocios siguen operando.
Y es que la vida sigue en este pueblo. Los niños siguen jugando a ser sicarios. “Ya pasaron los 15 días”, manifiesta el niño a sus amigos, aún escondido tras misma roca, ocultándose del sol.
Pero el ataque principal ocurrió en la comandancia de policía de Rubio. Los sicarios destruyeron con balas y una granada dos patrullas del lugar.
El oficial a cargo esa noche se encontraba adentro con su compañero.
“Estábamos tomando un café. Aquí fueron quince minutos de impactos. Cuando llegaron los municipales y los federales ya no vimos nada”, cuenta el uniformado brevemente: acaban de detener a una persona y tiene que salir.
Los demás agentes no tienen permitido hablar. Hay miedo. “Pues yo no le temo a nada”, dice Clarisa en seco. Ella es la dueña de un expendio de cervezas ubicado a la entrada del pueblo.
No es tristeza o miedo: es enojo lo que siente. Es obvio, su negocio está destruido y apesta a pólvora. “Me enteré del incendio por mi cuñada, que vive a la vuelta de aquí”, cuenta Clarisa.
El expendio había sido atacado con granadas y lo que queda de él es poco. Cinco hombres vacían la tienda para más tarde limpiar el lugar. Ella da las órdenes.
“No sé por qué vinieron aquí a hacer esto”, dice de la manera más fría. De lo poco que le sobrevivió a las llamas fueron los hielos depositados en la hielera.
La Fiscalía General del Estado (FGE), Zona Occidente, está pendiente del caso. Además de los tres asesinados, también hubieron cuatro personas heridas, todas mujeres: Lorenza, Perla y sus hijas: Ivanna y Nicole, de cinco y dos años.
Los enfrentamientos en Rubio datan desde marzo de 2017, cuando ocurrió el primer ataque armado entre cárteles.
La batalla dejó varios cuerpos sin vida abandonados en las calles, entre ellos, el de César Raúl Gamboa Sosa, alias “El Cabo”, líder del cártel del Tigre. La enemistad entre ambos grupos criminales condujo a más disputas por el control de la plaza en Cuauhtémoc.
Y así fue como el ataque a Rubio culminó con la destrucción de negocios, departamentos, la comandancia de policía y una preparatoria. Un establecimiento de las Farmacias Similares fue de los más afectados.
Los vidrios están dispersos en las banquetas y los medicamentos de la farmacia están expuestos a que cualquiera pase y robe.
“Se tomaron hasta los sueros”, cuenta una de las empleadas del lugar. “Faltan medicamentos”, dice Jazmín, luego de señalar al suelo todo lo que es mercancía perdida.
El miércoles, durante los disparos, una camioneta se estrelló dentro de la farmacia. Al día siguiente, el dinero de la caja registradora había desaparecido y habían intentado, sin éxito, robar la caja fuerte y un pequeño tanque de gas.
“Mire nomás…”, dice Jazmín con buen humor al tomar del suelo y los escombros una lámina con medicamentos. Son para controlar la presión arterial.
“Hasta tuvieron tiempo de tomarse dos pastillas y largarse. Hágame el favor”, ríe.
lchavarria@diarioch.com.mx
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