Nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, en el año de 1900; nieta de Rafael Velarde, destacado general juarista que luchó en contra del imperio francés, Adela dio nombre a las denominadas adelitas, mujeres soldaderas que durante la Revolución, atendían a heridos, cargaban armas, se encargaban de los alimentos e incluso, luchaban cuando el momento lo requería.
Las adelitas simbolizan a las mujeres que enfrenta la adversidad con valentía. En la etapa de 1914 a 1917, se hizo explícita la filiación revolucionaria de las enfermeras y ésta se correspondió con los cuerpos de ejército en los que prestaron sus servicios; 19 lo hicieron en el zapatismo, diez en el villismo, dos convencionistas y 93 constitucionalistas-carrancistas.
Adela Velarde Pérez murió en 1971 en los Estados Unidos, se dice que en la miseria. Sus restos yacen en el cementerio de San Felipe en Del Río, Texas, donde cada año personas se reúnen en torno a la tumba de la mujer que inspiró una de las canciones revolucionarias más conocidas.
En 1962, se la reconoció como una veterana de la Revolución y por su oposición al gobierno de Victoriano Huerta.Miles de mujeres participaron de alguna u otra forma en la Revolución mexicana Foto: (Inehrm)
El compositor Antonio del Río le dedicó varias canciones como La Charrita y según algunas versiones, la canción La Adelita, está dedicada a ella.
En el libro Los rostros de la rebeldía se reconstruyen las historias de estas valientes mujeres que participaron en la Revolución Mexicana, desde 1910 hasta 1939, cuya huella y contribución permanecían sin ser reconocidas a cabalidad.
Su autora, Martha Eva Rocha Islas, investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), toma distancia de la forma como usualmente ha sido abordada la participación de la mujer en la gesta revolucionaria, para proponer una investigación estructurada y un sistema crítico capaz de abrir nuevas perspectivas de análisis y valoración de la intervención femenina en las confrontaciones sociales, militares y culturales que la revolución trajo consigo.
Aunque no minusvalora el papel de las mujeres anónimas que estuvieron activamente en las acciones militares, este trabajo se aleja del estereotipo que las identifica sólo como soldaderas, acompañando a los combatientes, para mostrar que hubo un importante número que pertenecía a la clase media urbana y que, a partir de su propia percepción del fenómeno revolucionario, tomó parte desde diversos e importantes ámbitos —que van de la escritura y difusión de ideas, a la acción política y militar—, encontrando y construyendo los espacios pertinentes para expresar y denunciar las desigualdades entre géneros, así como sus propuestas para transformar su condición social y la de la nación en su conjunto.
Nos advierte incluso sobre la desigualdad en el trato a las mujeres una vez terminada la etapa armada, así como la lucha que llevaron a cabo algunas mujeres para obtener el reconocimiento de sus méritos revolucionarios, el título de veteranas y el reconocimiento de sus derechos políticos y sociales.
Las razones por las que se unieron a uno u otro grupo rebelde, más que una clara definición ideológica, estuvieron determinadas en gran parte por la región de donde eran originarias —como ya se mencionó—; el parentesco y el sistema de lealtades, compromiso y solidaridad con sus comunidades, rasgos culturales definidos en función del grupo rural de pertenencia. En el caso del zapatismo, como señaló Rose E. King, “no eran un ejército; eran un pueblo en armas”.
El testimonio de Joaquín Bello se refiere a las mujeres surianas en los mismos términos que King: “Pero las mujeres todas fueron zapatistas; todos los pueblos fueron zapatistas, odiaban bastante al gobierno y se aprueba con esto, que todos los hombres se dedicaban a sus cosechas para poder sostener a los de la revolución, unos espontáneos y otros como se dice a la fuerza, pero eran muy consentidos por todos los pueblos”.
En la región zapatista sus pobladores trabajaban la tierra o eran soldados en el frente de guerra. La coronela Rosa Bobadilla refiere de Emiliano Zapata: “siempre hemos querido al jefe, lo queremos como un santo, nos ha dado la tierra”.
Un programa agrario contenido en el Plan de Ayala, expresa los motivos por los que combatieron las soldados zapatistas —según el testimonio de la capitana Catalina Zapata— “a los gobiernos que no aceptaban el movimiento reivindicador agrario”.
De la coronela Rosa Bobadilla —según expresa el doctor Olivera— sabemos que “ella peleaba porque tuvieran todas las otras mujeres… que sus esposos tuvieran las tierras que necesitaban […] sobre todo para el bienestar de la mujer, de la mujer de su región”.