Ezequiel Fernández Moores
“¿Tú también, Rafa?”. España se pregunta si Rafael Nadal, ídolo unánime, precisaba también él firmar un contrato millonario con Arabia Saudita. La monarquía es anfitriona de Supercopas de fútbol de España, Italia o la Argentina. Es la casa de Cristiano Ronaldo, Neymar y Marcelo Gallardo. Del circuito de golf al Dakar, Fórmula 1, boxeo, lucha libre, el club Newcastle y el Mundial 2034, entre tantas. Socia de Leo Messi. Y de un deporte que cotiza su juguete como nunca antes, ya sin remordimiento, y consciente de que los jeques del Golfo pagan oro. Precisan lavar imagen. Y qué mejor que el disfraz de pureza y apoliticismo del gran circo global del deporte. La inversión supera ya los seis mil millones de dólares ¿Derechos humanos, mujeres sometidas y pena de muerte en Arabia? “Deben ser leyendas urbanas”, ironizó Jordi Evole, en el diario La Vanguardia, “si no, no me explico cómo ciudadanos ejemplares como Nadal, Cristiano o Messi acaban rendidos a semejante régimen”.
En rigor, gobiernos nacionales, grandes empresas y Federaciones deportivas se desesperan desde hace años por hacer negocios también ellos con los ricachones del Golfo Arábigo. ¿Pero “qué lleva a una figura” como Nadal, de “reputación extraordinaria, comportamiento intachable, solidario, generoso y atento”, a convertirse en “embajador del tenis saudí” y abrir su academia en Riad? ¿Por qué en “la tercera dictadura del mundo que más aplica la pena de muerte” (supuestamente 196 casos en 2022, 172 en 2023), que “más asfixia la libertad de expresión, la libertad sexual y los derechos humanos?”, se preguntó Manuel Jabois, en el diario El País. Nadal, añade Jabois, “siempre hizo alarde de su aversión a los extremos”, pero ahora, cerca del final de su carrera, “ha terminado publicitando el peor de todos”. “Los jeques acaban de comprar a Nadal y seguro ni miraron el saldo de la cuenta”, se ríe a su vez el colega Enric González, sorprendido, eso sí, por los elogios de Nadal al régimen (“donde quieras que mires en Arabia Saudí puedes ver crecimiento y progreso”, dijo el campeón).
El acuerdo, avisan especialistas, “abre” acaso la llave para una gran alianza entre el tenis y Arabia. Extingue la amenaza de un circuito paralelo como el del golf, y anuncia un posible Masters 1000 y hasta Masters femenino (“¿Las chicas jugando ahí? ¿Me toman el pelo?”, se pregunta John McEnroe). Leontxo García, periodista referencia del ajedrez mundial, contrastó a Nadal con el gesto de la gran maestra ucraniana Anna Muzychuk, que en 2017, junto con otras jugadoras, renunció a premios jugosos porque se negó a defender su título mundial en Arabia Saudita, a diferencia de los hombres, que sí jugaron la Copa King Salman, apenas meses antes del asesinato del periodista Jamal Kashoggi en el consulado de ese país en Estambul.
Otros cracks se arrepienten rápido. Le sucedió al jugador Jordan Henderson, líder del Liverpool campeón de la Champions, y que en su brazalete de capitán incluía un símbolo de la comunidad LGBTQI+. Henderson dejó ahora abruptamente la Liga Árabe y renunció a millones de dólares. Su equipo (Al-Ettifaq) llevaba nueve partidos sin ganar, algunos ante menos de mil espectadores. No obstante, el club renovó el contrato al DT Steven Gerrard, otra gloria del fútbol británico también tentada por los millones árabes. “Todo el mundo tiene principios”, ironizó el colega Johathan Wilson, hasta que (para horror de Occidente) aparece Arabia y te “ofrece 30 millones de libras al año”.
Hay excepciones. Campeones más comprometidos como LeBron James, Colin Kaepernick (que fue echado por la patronal del fútbol americano). Pero los ídolos deportivos de hoy son mucho más Michael Jordan que Muhammad Ali o Diego Maradona. Establecen un formidable compromiso con su deporte, pero no pretenden ser testigos ni voceros de este mundo difícil que les toca vivir. Venden Nike, Disney o Arabia Saudita. Son una marca ellos mismos. La escritora Naomí Klein ironizó días atrás sobre su libro No Logo, un manifiesto contra el poder de las marcas que escribió en 1999, cuando no existían Instagram ni TikTok, sin imaginar que “todos acabaríamos convertidos en una”. Maradona, que ya retirado supo negociar con Dubai, eligió en su tiempo, contradicciones incluidas, ser voz potente de un Sur oprimido, pero no referencia moral (imposible hacerlo con su agitada y muy expuesta vida privada). Hoy, ante tanto silencio de crack local, Diego acaso sería una voz crítica de superleyes que pretenden imponerle a nuestro fútbol el negocio de los clubes SA.
Messi o Cristiano, cada uno a su modo, suelen ser ídolos más amables (CR7, empleado VIP en Arabia, aseguró hace unos días que la Liga saudí era mejor que la Liga de Francia). También han sido ídolos amables Nadal y Roger Federer. Pero el español, símbolo además de lucha y esfuerzo, formación espartana del tío Toni, ofreció siempre un rostro más humano, alejado de todo divismo, de pies bien en la tierra. Por eso sorprendió su contrato árabe. Eternamente competitivo, acaso Nadal comienza a preparar su nueva vida empresarial. La adrenalina del deporte dándole paso a la del negocio. Como sea, estos tiempos modernos de ídolos menos rebeldes, también son tiempos en los que ya no se puede fingir desinformación. Ignorar, por ejemplo, qué es Arabia Saudita. Por qué su repentino amor por el deporte. ¿Acaso importa?