Los sinsabores de Ma Jin
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- A los cinco años Ma Jin era muy flaca. Dice que también era muy fuerte porque su tía materna con la que vivía no la alimentaba con carne de puerco. Por eso aguantaba las duras rutinas de las clases de ballet donde la inscribió esa tía que la cuidaba porque su mamá, maestra de secundaria, no tenía tiempo de atender a sus tres hijos.
Cuando la entrenadora Ren Shao Fen se presentó en la primaria de Ma Jin —nacida en 1968— quedó encantada con el talento que le vio a la niña. Flaca, chaparrita y dura de carnes. Perfecta para los clavados. Se la llevó al centro de formación deportiva de Beijing. Una vez a la semana la pequeña, ya de siete años, aprendía a saltar del trampolín. Iba sólo por curiosa porque los clavados ni los conocía. No le gustaba tener que tirarse al agua fría ni que la regañaran por hacerlo mal, pero resistía porque cuando las cosas le salían bien. Los halagos la embrujaban.
La entrenadora habló con la madre de Ma Jin. Le pidió que la dejara mudarse al centro de entrenamiento. La mujer se alarmó. Veía tan enclenque a su hija que pensaba que se iba a romper. Soñaba con que la niña sacara provecho de su prodigiosa voz y fuera cantante de ópera. Su papá tenía esperanzas de que se convirtiera en actriz y se presentara en el teatro de su tío Ma Chong Ling.
Sólo por la salud la maestra Mengxiu Liang le dio permiso a su hija de integrarse al equipo representativo de Beijing. Tenía una buena técnica que la hacía superior al resto de sus compañeros. Pero seguía sin sentir nada por los clavados. Le gustaba la comida que le daban y la convivencia con los niños de distintas edades.
Ma Jin sufrió los maltratos de su entrenadora: gritos y pellizcos porque no entraba derechita al agua, porque los pies no estaban en punta, porque se sentaba y las nalgas “se le harían grandes”, porque se acostaba y eso era de flojos. A los 12 años empezó a competir por su ciudad. Llegaron los primeros éxitos en el trampolín de tres metros y con ellos la felicidad de su veinteañera entrenadora. “El ritmo del ballet me ayudó mucho. Era como bailar en el trampolín”, cuenta Ma Jin en entrevista con Proceso unos días antes de viajar a Londres.
Ren Shao Fen ahora entrena a la campeona mundial y olímpica Chen Ruolin, a la que la mexicana Paola Espinosa, alumna ahora de Ma Jin, le arrebató la medalla de oro en el Mundial de Roma 2009.
“Lo que ella me enseñó es lo que yo le enseño ahora a Paola. Tenía razón en todo lo que me decía y me regañaba. Ella estaba muy contenta porque mi alumna le ganó a las suyas”, dice Ma Jin.
Joven entrenadora
A pesar de que tuvo buenos resultados y tenía nivel para alcanzar los Juegos Olímpicos, Ma Jin se retiró en 1985, a los 17 años. El entrenador en jefe del centro de entrenamiento de Beijing, Chen Wen, se la quitó a Ren Shao Fen. Eso lastimó a Ma Jin. Lloraba por su entrenadora. Después se acostumbró a Chen. Le exigía menos, la dejaba flojear y ella entró en un estado de comodidad que le gustó.
“Nunca me emocionaron los clavados. No me fui porque desde los 12 años me daban un sueldo. Ganaba un poquito menos que mi mamá y eso que ella ganaba bien. Si no quería entrenar, Chen me dejaba. Ren se enojó. Se desesperaba y me decía: ‘Trabaja más para que vayas a competencias’. Yo no quería ser seleccionada ni representar a China y aun así era mejor que todos. En una competencia, al tirarme de 10 metros me golpee la cara en el agua y me lastimé los ojos, me sangraban. Quedé ciega algunos días. Me asusté y me retiré”.
Sus resultados deportivos le abrieron la puerta de la Universidad del Deporte de Beijing. No tuvo ni que presentar examen de admisión. Con 20 años se graduó con honores y de inmediato fue contratada para diseñar planes de entrenamiento en una escuela de formación deportiva. Ahí estuvo seis meses, tranquila, sin esforzarse mucho y ganando un buen salario. Hasta que Ren Shao Fen apareció otra vez en su vida. La invitó a trabajar con ella, reclutando niños con talento para entrenarlos. Por compromiso Ma Jin aceptó. Empezaron con un grupo de cinco pequeños que, como ella en su infancia, de clavados no sabían nada.
“Enseñaba como ella me enseñó, regañaba y castigaba. Había que dar resultados rápidos porque los niños estaban lejos de sus casas y los papás querían que su esfuerzo de tener al único hijo lejos valiera la pena. Los presionaba. No los dejaba jugar. Hasta cuando estaban viendo la tele o descansando los hacía que estiraran las puntas, que se pararan de manos, que estiraran los brazos, que ensayaran colocar las manos para cubrirse la cabeza y entrar bien al agua. Los motivaba con pequeños regalos como un lápiz o una banderita. Eso sí me gusta, enseñar es una adicción porque quiero que cada día mis atletas sean mejores”.
A Ma Jin se le endulzó el carácter cuando su hijo Gao Zihao enfermó de los pulmones con sólo un mes de edad por respirar una pintura tóxica que utilizó el vecino del departamento de abajo. El pequeño pasó un mes hospitalizado, muy grave, al borde de la muerte. “Me sentí mal. ¿Por qué les pego? No son mis hijos. Hay que enseñar sin golpear”, reflexionó.
El éxito en México
El matrimonio de Ma Jin con un afamado futbolista chino terminó después de 11 años. Ella no había deseado ser madre y sentía que cuidar a su hijo le robaba tiempo de su trabajo. La familia de su marido le ayudó a criarlo, pero después del rompimiento la entrenadora sólo quería irse de su país. Entonces aceptó la oferta que le hizo su gobierno: viajar a México.
“Era más importante mi trabajo. Yo no pensaba que mi hijo me necesitaba, ni yo lo necesitaba a él. Pasaba más tiempo con mis alumnos que con él. Dejé todo. Mis negocios, mis alumnos, mi hijo, la familia. Todo. Y me marché a México para probar suerte”.
En 2003 Ma Jin se integró con el grupo de niños del entrenador Francisco Rueda: Paola Espinosa, Rommel Pacheco y Laura Sánchez. Vivía en un pequeño cuarto en el Instituto del Deporte de Monterrey. El calor la mataba, con trabajos hablaba un poco de español, pero estaba feliz sola.
Tras el escándalo sexual por el cual Rueda fue suspendido indefinidamente la china tuvo que entrenar a Espinosa y Pacheco. Paola estaba renuente y lastimada porque perdió a su primer entrenador. Rommel, más noble, se dejó enseñar por Ma Jin.
A la entrenadora le brotan las lágrimas cuando recuerda lo duro que fue conectarse con la atleta. Hasta que Pacheco ganó oro en la Universiada Mundial 2005 Paola cambió su actitud. Descubrió que sí funcionaba la nueva técnica que la china le quería enseñar.
“Me tuvo confianza y creó un lazo conmigo. Tuve que ganármela. Paola ya me quiere, pero antes no me respetaba, me hablaba poco. Yo sentía feo. Tuvimos muchos problemas, nos enojábamos. Nunca en la vida lo voy a olvidar, nadie sabe que cuando estaba chica no fue nada fácil y sufrí mucho con ella. Cuando me quise ir de México por los problemas con el COM y Jorge Rueda, Paola me advirtió: ‘Si te vas me voy a mi casa, me retiro o me voy contigo a China’. Todavía no nos llevábamos bien, pero me dijo que no quería entrenar con nadie más”.
Con Ma Jin, Paola Espinosa consiguió una presea de bronce en Beijing 2008 haciendo pareja con Tatiana Ortiz. Su segunda medalla olímpica la obtuvo en Londres 2012, una plata en sincronizados con Alejandra Orozco, una niña de apenas 15 años. En la prueba individual Espinosa fracasó en su intento de subir al podio. Quedó en sexto lugar.