El Jueves Santo es la fiesta cristiana que abre el llamado Triduo Pascual, esto es, el periodo de tiempo en el que la liturgia cristiana y católica conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Constituye el momento central de la Semana Santa y del año litúrgico. En concreto, se celebra la institución de la Eucaristía en la Última Cena, el lavatorio de los pies y la oración en el huerto de Getsemaní.
Eucaristía y Última Cena
El día de Jueves Santo Jesús de Nazaret cenó con sus 12 apóstoles para despedirse de ellos antes de su muerte y compartir con ellos el pan y el vino. Durante la cena, Jesucristo les anunció que uno de ellos le traicionaría (Judas Iscariote). También predice la negación de Pedro.
El momento más destacado para los cristianos es la constitución de la primera Eucaristía, uno de los siete sacramentos católicos.
Jesús toma el pan, lo parte y lo reparte entre sus discípulos diciendo: «Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros». Luego coge el cáliz con el vino y dice: «Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».
La primera Eucaristía termina con Jesús diciendo: «Haced esto en conmemoración mía», lo que la Iglesia Católica considera como la institución del Orden Sacerdotal, otro de los siete sacramentos.
En la Eucaristía se consagra el pan y el vino y se distribuye entre los fieles. Getty Images
El lavatorio de los pies
En la Última Cena también tiene lugar el lavatorio de los pies, que se interpreta como una acción de humildad de Jesús hacia sus discípulos.
Pedro es el único que le cuestiona el lavado de pies. «No me lavarás los pies jamás», le espeta, ya que el apóstol lo considera una humillación de su Señor hacia él. «Si no te lavo no tienes parte conmigo», le responde Jesuscristo, según los Evangelios. A lo que Pedro replicó: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza».
Oración en el huerto de Getsemaní
Tras la Última Cena llega la oración en el huerto de Getsemaní. Jesús sale al huerto a rezar y pide a sus apóstoles que le acompañen. Pero todos van cayendo dormidos poco a poco.
En su agónica oración, Jesucristo dice: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Después del rezo es prendido por un grupo comandado por Judas, quien le traiciona por 30 monedas de plata, tal y como había profetizado.
En ese momento Pedro corta la oreja derecha con su espada a un sirviente del Sumo Sacerdote, al que Jesús sana y pronuncia la conocida frase: «Quien a hierro mata, a hierro muere».
La tradicional visita a los siete monumentos se realiza en la tarde y noche del Jueves Santo y durante el día del Viernes Santo, antes de la celebración de la Pasión. Es una manera de acompañar a Jesús la noche en que fue “juguete de los hombres”.
Además, el acto piadoso, tiene como objetivos dar gracias a Jesús por la institución de la Eucaristía y desagraviar, con homenajes, los ultrajes que El recibió.
Proponemos una reflexión para cada ocasión.
Para cada estación o monumento:
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Jaculatoria inicial.
¡Alabado y ensalzado sea en este Monumento, el Santísimo y Divino Sacramento!
Oración preparatoria
Oh Dios!, que en este tan admirable Sacramento nos dejaste un memorial de tu Pasión: dános, Señor, la gracia de venerar los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre tan devotamente, que merezcamos experimentar en nosotros perpetuamente el fruto de tu Redención. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. Así sea.
Después de cada visita se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Primera Visita
Huerto
Jesús se dirige confiadamente al Padre. Muestra en su oración el deseo de hacer su voluntad y lo mucho que le cuesta aceptarla. Padre mío, si no es posible que ésto pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad (Mt.). Se enfrenta a la muerte, al desprecio, a la traición, al dolor físico. Pero, sobre todo, se encuentra solo ante todos los pecados del mundo: engaños, delitos, impurezas, robos, abandono, olvido, blasfemias, imprudencias, vicios, traiciones, falsedades, desatinos, complicidades… Esto es lo que realmente le pesa y lo abruma.
Se podría pensar que Jesús sufre y expía la pena de los pecados pero permaneciendo intacto, alejado de esa escoria; por el contrario, la relación entre el Señor y el pecado es cercana y real. Los pecados, en cierto modo, estaban sobre El, los llevaba sobre sus espaldas: subió al madero, llevando él mismo nuestros pecados en su cuerpo (1 Pe. 2, 24) ¡Qué carga de miseria – de nuestra miseria- hechó sobre sí!
Es posible que en medio de aquella tristeza pudiera contemplar los frutos de su sacrificio: la fidelidad de tantos discípulos a través de los tiempos, las conversaciones, los que recomenzarían después de una caída, los actos heroicos de tantos hombres y mujeres, la entrega incondicional de muchos que vendrían después… Y, sobre todo, la alegría de su Padre al ser llamado así, Padre, por tantos que llegarían a ser hijos en el Hijo, hermanos suyos. Quizá todos estos frutos de su dolor ayudaron a su Santa Humanidad a repetir una y otra vez: hágase tu voluntad.
Segunda Visita
Judas
Jesús estaba aún hablando con sus discípulos cuando se presentó este grupo armado, con el traidor a la cabeza.
Nos parece imposible que un hombre que ha mirado tantas veces a Cristo, que lo ha conocido tan de cerca, pueda ser capaz de entregarlo. Porque Judas estuvo presente en muchos milagros y había experimentado la bondad del corazón de Jesús, y se sintió atraído por su palabra, y, sobre todo, recibió un trato de predilección por parte de Jesús: ¡había llegado a ser uno de sus doce más íntimos! Quizá él mismo realizó algún milagro en aquellas horas de lealtad al Maestro.
Ser entregado por uno de los suyos fue especialmente doloroso para Jesús. Aquel beso fue el primer golpe, durísimo, con el que se iniciaba su Pasión. Jesús sintió enseguida como una quemadura en el rostro.
En algunos lugares de México existen Cristos de talla, cubiertos de heridas, que llevan en la mejilla una llaga especialmente honda, llena de sangre, a la que llaman el beso de Judas. Es el beso traidor del amigo, las negaciones de quienes debíamos estar más cerca… Entonces le preguntarán: ¿qué heridas son esas…? Y responderá: Son las que recibí en la casa de mis amigos (Zac. 13, 6)
Tercera visita
Abandono
Jesús se queda solo. “ El Señor fue flagelado, y nadie le ayudó; fue afeado con salivas y nadie le amparó; fue coronado de espinas y nadie le protegió; fue crucificado y nadie le desclavó; clama diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y nadie le socorre” (San Agustín, Comentario al Salmo 21, 2-8). Se encuentra solo ante los pecados y bajezas de todos los hombres de todos los tiempos.
Sólo Pedro lo sigue de lejos. Y de lejos, como comprendería enseguida, no se puede seguir a Jesús, pues de una forma u otra se acaba negándolo. O se lo sigue de cerca o se lo abandona. Es la experiencia de todos los días.
Lo dejaron y huyeron. Soledad de Jesús. También ahora en nuestros días, en nuestras ciudades.
No lo dejemos abandonado en nuestros sagrarios. ¡Qué solo estás a veces, Señor! ¡Qué pocos te visitan y te agradecen que te hayas quedado en nuestras iglesias! ¡Qué prisas tenemos a veces para tantas cosas de tan poco valor! ¡Qué prisas para nada!
Jesús está allí, en el sagrario cercano. Quizá a pocos kilómetros, o a pocos metros de distancia. ¿Cómo no vamos a ir a verlo, a amarlo? Allí el Maestro nos espera desde hace veinte siglos.
Cuarta visita
Tribunales religiosos
Anás pudo darse cuenta enseguida de que estaba ante un hombre sereno y sin miedo. No sería nada fácil condenarlo en un juicio improvisado. El anciano lo interrogó brevemente acerca de su doctrina y de sus discípulos. ¿Qué enseñaba? ¿Qué pretendía?
Yo he hablado abiertamente al mundo… ¿Por qué me preguntas? Interroga a los que me oyeron…, contestó Jesús.
Entonces, un celoso servidor le dio una bofetada, mientras le advertía: ¿Así respondes al pontífice? No era el pontífice pero, como lo había sido, lo llamaban aún así. Era la primera vez que la mano de un hombre golpeaba el rostro de Jesús. Los presentes no lo vieron, pero el Cielo entero se conmovió. El Señor recibió con paz esa violencia física inesperada. Era realmente algo bajo e indigno pegar a un hombre maniatado.
En la sábana santa ha quedado el testimonio de un golpe grande en el pómulo derecho, como el producido por una estaca o un puñetazo muy fuerte; la mejilla se halla tan inflamada que el ojo casi desaparece bajo la hinchazón.
¿Por qué me pegas?
No olvidemos que nuestras faltas y pecados fueron como los instrumentos de la Pasión (CIC N° 548): las espinas, los clavos, la mano que lo hiere… ¿Cuántas espinas, cuántos clavos han sido los nuestros… ?
Quinta visita
Mofas y burlas
Entonces los mismos miembros del Sanedrín, como escribe San Mateo, o al menos alguno de ellos, como insinúa San Marcos, se dedicaron a maltratar al Señor: comenzaron a escupirlo en la cara y a darle bofetadas. Cae la saliva sobre aquel rostro que, como escribirá San Pedro, deseaban mirar los mismos ángeles (cf. 1 Pe. 1, 12). Lo había anunciado Isaías: “Ofrecí mi cuerpo a los que me herían… y no aparté mi cara de los que me escupían y me insultaban” (Is. 50, 6).
Hemos leído y meditado en muchas ocasiones esta escena, pero realmente siempre es difícil imaginarla: lo escupían en la cara, le daban patadas, bofetones, empujones… La degradación de aquellos hombres, los guías del pueblo, era muy grande en esos momentos. El ejemplo de los maestros lo siguieron con facilidad los servidores del Templo, a quienes encomendaron su custodia durante lo que restaba de la noche. Para burlarse de su fama de profeta, le vendaron los ojos y lo golpeaban, mientras le preguntaban: Adivina, Cristo, ¿quién te ha pegado? San Lucas añade que proferían contra él otras muchas injurias.
Hacemos el propósito de no quejarnos y de ofrecer las pequeñas humillaciones de la convivencia ordinaria. También ahí, en esos detalles que parecen de poca importancia, imitamos al Señor.
Comenzaron a escupirlo… Señor, ¿cómo es posible? ¡A Ti
Sexta visita
Pedro
El Señor convirtió a Pedro -que lo había negado tres veces- sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor.
Con esos mismo ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: “¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!”, y cambiemos de vida.
¡Cómo recordaría entonces la parábola del buen pastor, del hijo pródigo, de la oveja perdida! Pedro salió fuera. Para evitar posibles recaídas, se separó de aquella situación en la que imprudentemente se había metido. Comprendió que aquel no era su sitio. Se acordó de su Maesti y lloró lleno de dolor.
El Señor no tendrá inconveniente en edificar su Iglesia sobre un hombre que lo negó en un momento de flaqueza, porque El cuenta también con los instrumentos débiles para realizar sus empresas grandes: la salvación de los hombres.
Este suceso es narrado por los cuatro evangelistas, cosa que ocurre pocas veces. No quisieron omitir este pasaje en el que la roca de la Iglesia se presentaba con tantas grietas. Desde un punto de vista exclusivamente humano, hubieran tenido muchas razones para excluirlo, pero su ejemplo de contrición y de humildad fue mucho más provechoso para los primeros cristianos y para todos.
Séptima visita
Flagelación
Pilato mandó flagelar a Jesús con el fin de mover a compasión a las turbas en un último intento de librarlo de la muerte.
Era tan brutal este castigo que estaba prohibido por ley aplicarlo a los ciudadanos romanos. Los judíos no daban más de cuarenta golpes, pero Jesús fue azotado por romanos o mercenarios y éstos no tenían límite.
A veces la flagelación causaba la muerte del desgraciado.
En la sábana santa se puede apreciar que las huellas de la flagelación de Jesús se hallan ditribuidas por todo el cuerpo y no solamente por la espalda.
Si alguna vez estamos tristes o padecemos una gran contrariedad, miremos a Jesús en estas escenas de la Pasión, “lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama: tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por El, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar” (Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, 26, 5). No es mala compañía.
Jaculatoria final
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores y la soledad de la Santísima Virgen. Así sea.
El Significado de la Semana Santa. Con la misa vespertina del Jueves Santo da inicio el triduo pascual, que es la preparación a la pascua y el comienzo de su celebración.
La preparación que nosotros debemos realizar es de carácter espiritual, Jesús nos invita al banquete pascual y desea que, al igual que los apóstoles, estemos debidamente dispuestos para participar intensamente en el sacrificio de la Misa, acudir al sacramento de la penitencia y recibir la Sagrada comunión, pues nosotros también somos discípulos.
El jueves por la mañana se celebra la Misa Crismal en las catedrales, llamada así porque en ella se hace la consagración de los óleos que han de usarse para los sacramentos del bautismo, confirmación u ordenación, mismo que puede usarse para la unción de los enfermos.
El obispo es quien encabeza la ceremonia acompañado de los sacerdotes de todas las parroquias que pertenecen a su diócesis y los representantes religiosos de la localidad, además de los diáconos, ministros y seglares, todos ellos representando la unidad y fraternidad de la Iglesia.
La celebración Crismal se concentra en el sacerdocio ministerial. De los sacerdotes depende en gran parte la vida sobrenatural de los fieles, solamente ellos pueden hacer presente a Jesucristo sobre el altar convirtiendo el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo y perdonar los pecados. Aunque éstas son las dos funciones principales del ministerio sacerdotal, su misión no se agota ahí: administra también los otros sacramentos, predica la palabra divina, dirige espiritualmente, etc.
También se hace alusión a sacerdocio común de todos los fieles, ya que participan de alguna manera del sacerdocio de Cristo y de la misión única de la Iglesia; todos están llamados a la santidad; todos deben buscar la gloria de Dios y trabajar en el apostolado, dando con su vida testimonio de la fe que profesan.
Después del evangelio y la homilía, el obispo invita a sus sacerdotes a renovar su compromiso ministerial, prometiendo unión y fidelidad a Cristo, celebrar el santo sacrifico en Su nombre y enseñar a los fieles el camino de la salvación.
Propiamente, el triduo pascual comienza con la misa vespertina de la cena del Señor, donde se conmemora la institución de la Eucaristía. A diferencia de la misa crismal, esta celebración se realiza en las parroquias y en las casas religiosas.
El lavatorio de los pies forma parte de la ceremonia, el Maestro asume la condición de siervo, para eso, para servir, dejando muy en claro a sus discípulos que la humildad es indispensable para ejercer plenamente el ministerio recibido de sus manos. Servir antes que desear ser servido, no es una condición exclusiva para los sacerdotes, es la doctrina que todos los fieles deben llevar a la práctica.
La Eucaristía es el centro de nuestra vida espiritual, sabemos que Jesús está real y verdaderamente presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad bajo las especies del pan y del vino. Así lo dijo a los apóstoles con las palabras de consagración que ahora repiten los sacerdotes en la Santa Misa, este es mi cuerpo…, esta es mi sangre…, hagan esto en memoria mía.
Por eso, nosotros sabemos que al visitar el sagrario nos disponemos al encuentro personal, frente a frente con el mismo Cristo, que siempre nos espera dispuesto a escuchar nuestras alegrías, penas, planes, propósitos, todo.
Nuestro propósito de este día y para siempre, puede ser el de prepararnos cada día para recibir mejor la Sagrada Eucaristía, asistir con mayor disposición a la Santa Misa para aprender las enseñanzas de Cristo, o tal vez, visitar con más frecuencia el sagrario aunque sea un minuto. Son muchas las devociones eucarísticas, vivirlas y fomentarlas, es la mejor manera de tratar al Señor, de hacer crecer nuestro amor por Él y de llevar a otros hasta su presencia.