Putin ya lo sabía
¿Por qué la guerra en Ucrania está cambiando al mundo?
Parte 1 la autora del articulo lucia Deblock nueva editora de egochihuahua
Es verdad que hay declaraciones (1) desde 2014, cuando la ex exasesora de seguridad nacional de los EEUU, Condoleezza Rice, sugirió en una entrevista que “algo habría que hacer” con Rusia, debido a que acaparaba la venta de petróleo en zonas estratégicas para la tan manida “seguridad nacional de EEUU”. Justo en ese año, se fraguó el golpe de estado que derrocó al presidente ucraniano prorruso Viktor Yanukóvich, tras haber solicitado a Putin una intervención para restaurar el orden en una Ucrania dividida entre dos polos irreconciliables: quienes querían un mayor acercamiento con la Unión Europea (UE) -y con un poco de suerte, con la OTAN-, y quienes pugnaban por un mayor acercamiento con Rusia.
La primera señal de una invasión de terciopelo fue el 28 de febrero del 2014, cuando cientos de soldados enviados sigilosamente por Moscú, quienes portaban uniformes variopintos con la finalidad de desconcertar sobre su origen, empezaron a controlar las principales vías de acceso entre la Ucrania continental y la península de Crimea. Tras el derrocamiento de Yanukóvich, el recién conformado Parlamento de Crimea votó por un primer ministro prorruso y por la separación de Ucrania. El 18 de marzo, Putin firmó (2) el decreto que incorporaba la península de Crimea a la Federación Rusa.
Tales actos protocolarios y definitivos sucedieron ante la mirada estupefacta del mundo y sus líderes, que no daban crédito de lo que había sucedido frente a sus ojos, sin alcanzar a entenderlo del todo antes de que culminara. Las condenas y arengas políticas no se hicieron esperar; al mismo tiempo, ciertas sanciones económicas empezaron a cercar a Rusia.
Sin embargo, en el mismo espacio de tiempo del discurso de Condoleezza Rice, ya Rusia había advertido que Occidente trivializaba sobre sus preocupaciones acerca de la seguridad, y consideraba que la adhesión de Ucrania a la OTAN socavaría gravemente su esfera de protección, debido a la cercanía de
las bases militares que con toda seguridad pretendían instalar en el territorio vecino, colocando a Moscú a unos cuantos minutos de alcance de fuego hipersónico. A pesar de todo, EEUU se negó a comprometerse oficialmente a que no se instalarían bases militares en Ucrania. Porque Putin puede ser cualquier cosa, pero ha aprendido de los errores y está resuelto a no cometer el mismo que el cándido Gorbachov, quien asumió únicamente (3b) la palabra de EEUU y el occidente global, de que ante la balcanización de la URSS no instalarían sus tan temidas bases militares en los territorios liberados. Algo que todos sabemos no se cumplió y a falta de un compromiso formal, EEUU se alzó de hombros.
A partir de entonces la política se movió entre cumbres, reuniones formales, discusiones sobre la firma de tratados internacionales inalcanzables, discursos inflamados, argucias diplomáticas y dilaciones legaloides, hasta que llegó el 24 de febrero del 2022, cuando Moscú inició la llamada “Operación Especial” e invadió las provincias fronterizas de Donetsk y Lugansk. Los argumentos que formalizaron este movimiento militar giraron en torno la defensa de la población íntimamente ligada a Rusia, quienes eran víctimas de un magnicidio cultural por parte del gobierno occidentalizado de Zelensky. Entonces, aparecieron ante los ojos del mundo las milicias paramilitares quienes portaban en sus uniformes la famosa esvástica hitleriana, que simbolizaba la mística que impulsaba a sus batallones (3).
Vale la pena abrir otra interesante bifurcación: estos batallones eran financiados por el nuevo gobierno ucraniano de Zelensky e indirectamente por EEUU, según se descubrió después, gracias a una laptop que Hunter Biden dejó olvidada en una tienda de reparaciones de Delaware, con material tan incendiario y comprometedor que motivó el calificativo de “El ordenador del infierno” (4), donde consta que los contactos de Hunter en Ucrania no se limitaban a la mayor empresa gasística de aquel país, sino a personajes multimillonarios de dudosa reputación, cuyos tentáculos también llegaban hasta el corazón de los infames batallones y a la financiación de bio-laboratorios clandestinos, reportados por los rusos a finales de marzo del 2022 y cuya existencia no ha sido reportada suficientemente por la mediosfera occidental, pero el 8 de marzo del 2022 sí (5) suscitó un llamado a cuentas del comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU, en el cual la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, reconoció la existencia de tales laboratorios.
Entonces, con la intención de “forzar cambios de comportamiento de las naciones trasgresoras” diversos paquetes de sanciones cayeron sobre la Federación Rusa, convirtiéndola así, en el país más sancionado de la historia moderna. Pero Putin ya lo sabía.
Tal vez por eso la Federación rusa concedió tanto tiempo en ires y venires diplomáticos y rondar las imposibilidades del Protocolo de Minsk (6); tal vez sólo estaba creando la infraestructura para evitar que las sanciones por venir consiguieran subdesarrollar a su país, como lo han hecho con otras naciones que no se doblegan a las demandas de EEUU y sus socios, como Cuba, Irán, Venezuela, Siria, Libia y otros tantos países con grandes yacimientos de recursos naturales que atentan contra “la seguridad nacional de EEUU”. Así, tal y como lo enunció la propia Condoleezza Rice en un lejano 2014. Y antes, cuando la invasión de Irak en 2003, enunciada por el mismísimo George W. Bush.
China, África, algunos reinos árabes y casi todos los países de América Latina se mantuvieron al margen de los llamados ucranianos a donar recursos, armas y algo más. Por el contrario, la UE asumió la indignación e intentó coartar todo contacto económico con Rusia, imponiendo una serie de sanciones, unas restrictivas, que prohíben la entrada de más de 2,100 personas al territorio europeo, la confiscación de bienes de personas de origen ruso y la inmovilización de recursos bancarios de toda índole. Simultáneamente, fueron expulsados del sistema de pagos y operaciones financieras mundiales, conocido como Swift. La intención siempre ha sido aislar económicamente a los países “trasgresores”. Pero Putin ya lo sabía.
Por supuesto, uno de los principales objetivos de las sanciones era sacar de Europa el gas y el petróleo ruso. Lo cual consiguieron con la insólita mansedumbre de los políticos europeos. Es decir, dejaron de comprar recursos rusos que eran “buenos, bonitos y baratos” para entrar en una espiral muy complicada que, por principio, contradecía su “Inalterable compromiso” con el Green deal, (7) para conseguir gas natural licuado extraído mediante fracking en los campos más recónditos de Texas. Para cuando la presión de la industria llegó hasta las élites europeas, “alguien” hizo estallar el más nuevo y caudaloso gasoducto ruso, llamado Nord Stream 2, acabando de tajo con los arrepentimientos. Las consecuencias inmediatas golpearon los costos y con ello, la productividad de la industria europea. Entre las estrictas medidas que
apuntalan el Green deal y los costos los combustibles, tal vez se encuentre la respuesta a la debacle de Volkswagen y otros graves problemas que se ven el horizonte europeo. Pero Putin ya lo sabía.