Por Diego Castañeda
Más allá de los específicos sobre por quién votar que escapan en lo general la cursilería del “es dejar la decisión en otras personas” o las referencias incontables sobre el deber democrático o que si no votamos “ya no podemos reclamar”, como si la ciudadanía pudiera ser suspendida, vale decir que como ciudadanos siempre podemos y debemos reclamar, por lo que votemos o lo que no votemos. Dejando eso de lado, existen razones prácticas muy importante por las que acudir a llenar la boleta y depositarla en la urna realmente. Pensemos en algunas.
La primera razón más importante para buscar la mayor cantidad posible de participación ciudadana es que nada minimiza mejor la fuerza de operación de los partidos, la compra de voto, la intimidación de votantes, etcétera, que una participación masiva. Entre más personas votan, la capacidad de operar es menor y, por tanto, trampas como la compra de voto pierden potencia; por el contrario, con poca participación la fuerza electoral de los partidos es más relevante y en muchos casos decisiva. Cuando hay pocos votos poder comprar algunos cuantos puede ser la diferencia; cuando la gente vota de forma cuantiosa, comprar el voto es un mal negocio.
Una segunda razón es que independientemente de por quién decidan votar, votar en sí mismo constituye un acto de fortalecimiento de la normalidad democracia. Esta razón parece prima de las cursilerías sobre la democracia, pero no lo es. La razón es muy práctica, todos (espero) tenemos cierta visión sobre el tipo de país que queremos, sobre qué políticas nos gustan y cuáles no, sobre nuestros intereses específicos (sean producto de una idea romántica sobre la democracia o vilmente un asunto de algún beneficio concreto que se busca). El voto es de los pocos instrumentos que tenemos para influir en nuestros intereses en la arena pública, si tenemos cierta idea de país, acudir a votar es la forma de impulsar y hacerla realidad y además hacer responsables a los funcionarios por aquellos compromisos y los intereses que representan.
El tercer motivo está profundamente conectado con el segundo: el voto es de las pocas formas efectivas de hacer “pagar” a nuestros representantes cuando sus decisiones no nos benefician. Pocas cosas les duele más a los políticos que perder votos y perder elecciones, en un país donde por primera vez, producto de una bastante defectuosa reforma política, se podrán reelegir algunos puestos de elección popular como diputados, senadores y alcaldes. La reelección hará que a quienes les demos esos votos hoy si en 3 o 6 años nos fallan podemos castigarlos directamente votando por otra opción, el miedo a perder puede ser un arma poderosa para la rendición de cuentas.
La cuarta razón para votar este primero de julio es que, por más inconforme que podamos estar con los nombres que salgan en la boleta, vivimos en el mundo real, donde los candidatos son seres humanos normales, productos de la misma sociedad donde vivimos, no son Superman. Esperar candidatos ideales es condenar la vida política a la parálisis, eso nunca sucede. Todos vivimos en un mundo de subóptimos, donde casi todo lo que decidimos es la segunda o tercera opción respecto al ideal. No obstante, la forma de avanzar lo ideal es a través de lo que existe en la realidad y se le aproxima más. El voto, en este contexto, además de un símbolo de madurez, es también práctico, nos obliga a tomar partido; por tanto, nos politiza y activa en mayor grado en la vida cívica del país.
Una sexta razón es que la política, dice el dicho, es el arte de lo local; es decir, participar en las elecciones es una forma de exigir representación en las luchas locales, la elección presidencial no es la única que cuenta y para algunas circunstancias y tipos de problemas no son ni siquiera las más importantes. Para una persona que tiene ciertos problemas de basura en su vecindario la elección más importante quizá sea la de alcaldes. Pensar en escala local y luego de ahí hacia lo nacional al momento de votar nos obliga a pensar sobre cómo los distintos problemas se interconectan o cómo distintos tipos de interés se pueden alinear, incluso cuando en ocasiones estos intereses parecen a primera vista opuestos.
Votar de forma libre y con tranquilidad sobre lo que suceda, que no se tienen amenazas, es lo que todos debemos tener este primero de julio. La certeza de los resultados cualquiera que éstos sean depende en mucho de que la mayor cantidad de personas posibles participe. Esta elección no sólo es la más grande de todos los tiempos en México en términos de tamaño, por el número de puestos a elección popular que disputan, también podría ser las más grande en términos de cuántas personas votaron y del porcentaje de participación. Si votara más del 70 por ciento del padrón, como algunas encuestadoras sugieren, podría ser una elección histórica y eso por sí mismo es una buena razón para votar.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda