l historiador Alfredo Iriarte reveló las crónicas del cantonés Chi-Po-Tiao, quien relata cómo el cristianismo en China fracasó por cuatro misioneros.
El artículo ¿Por qué fracasó el cristianismo en China? fue publicado originalmente en Revista Diners Ed. 256 de julio 1991
Para cumplir lo prometido, traigo a mis lectores un breve resumen de los textos en que el afamado cronista cantonés Chi-Po-Tiao consignó su versión sobre la visita de los cuatro misioneros que viajaron de Filipinas al Celeste Imperio en el siglo XVI con el propósito de cristianizar a esos cientos de millones de infieles y luego coronar su santa misión con el martirio.
Chi-Po-Tiao estuvo muy cerca de los misioneros y narró así algunas de sus peripecias. Debo advertir que la traducción es mía y que me costó un esfuerzo bárbaro ya que últimamente, debido a la poca práctica, se me ha olvidado un poco el chino.
Los primeros pasos del cristianismo en China
Como ya se dijo anteriormente, el malintencionado intérprete ocultó al poderoso mandarín Ta-Chin- Gao las piadosas intenciones de los misioneros y lo único que le dijo fue que tenían hambre.
Al principio el mandarín se limitó a arrojarles algunos sobrados de comida, pero luego su piedad creció y decidió convidarlos a una merienda en su casa. Los santos varones concurrieron con toda puntualidad ya que, pese a que su deseo primordial era el de bautizar chinitos y luego ser martirizados, tenían a estas alturas un apetito voraz.
Ta-Chin-Gao les dio la bienvenida, se sirvieron las viandas y a cada europeo se le proveyó con un par de palillos. Uno de ellos comentó que estaban muy gruesos para mondadientes.
El intérprete se lo tradujo al mandarín y este, algo disgustado por la ignorancia de sus huéspedes, les hizo saber que los palillos no eran para limpiarse los dientes sino para llevar los alimentos hasta ellos. Y ahí fue la gran envainada.
Uno de los misioneros trató de asir un pedazo de carne con los palillos, con tan mala suerte que al tratar de oprimir el bocado, este saltó por los aires y fue a posarse en la barba de Ta-Chin- Gao, dejándola empapada de salsa agridulce.
Otro de ellos prescindió de los instrumentos y echó por la calle del medio agarrando los alimentos con las manos, lo cual produjo en el mandarín y su séquito inocultables gestos de repugnancia.
El tercero quiso trinchar los trozos de comida con los palos, lo cual produjo un insólito diluvio de comida que dejó la mesa y las vestiduras de los presentes hechas un asco. El cuarto optó por sacar de la pretina una faca que utilizó para pinchar las viandas y llevarlas a la boca.
Esto ya agotó la paciencia de Ta-Chin-Gao, quien todo untado de diversas salsas y enfurecido, se retiró del aposento despotricando y reprochándose por haber invitado a su casa a ese grupo de bárbaros europeos.
El deseo de mártir
Al día siguiente, el malévolo intérprete dio a conocer al mandarín los fervientes deseos que mostraban los misioneros de ser martirizados sin piedad. Por supuesto, a Ta-Chin-Gao, que aún estaba iracundo por el desastroso almuerzo de la víspera, le encantó la idea, hizo prender a los extranjeros, llamó a uno de sus más expertos verdugos y le ordenó que azotara a los misioneros con un látigo erizado de púas que le había regalado Iván el Terrible, durante su reciente viaje a Moscú.
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Ya encadenados a sus respectivas columnas, los santos varones expresaron su júbilo con cánticos en latín. Lo malo para ellos fue que cuando ya iba a comenzar la zurra, el verdugo se conmovió de verlos tan flacos y enteleridos, y se negó a azotarlos.
A todas estas Ta-Chin-Gao ya estaba hasta las narices con sus incómodos visitantes y resolvió salir de ellos. Hizo traer a su mascota, el temible dragón anfibio que guardaba en los jardines de su mansión. Requirió también la presencia de los misioneros y ordenó al dragón que los engullera uno tras otro.
Un cuento chino sobre el cristianismo en China
Cantando motetes, los cuatro europeos fueron pasando al amplio vientre de la bestia donde, para sorpresa de todos, se hallaron muy a gusto. Luego, el fiel dragón recibió instrucciones de echarse a nadar mar adentro y allí hacer con el insólito contenido de su barriga lo que le diese la gana.
Aquí termina el relato de Chi-Po-Tiao. Meses más tarde, testigos de incuestionable veracidad dieron fe de cómo el piadoso dragón había llegado hasta las costas de Luzón en las cuales había vomitado sanos y salvos a los cuatro beneméritos los cuales, después de darse un baño para quitarse los jugos gástricos de la fiera, partieron hacia otras tierras de infieles con la esperanza de encontrar quienes, al contrario de los chinos, cumplieran la doble tarea de martirizarnos y a continuación abrazar la verdadera fe.