Los toros, ni arte ni cultura>> gritaban hacinados un grupo de manifestantes fuera de la plaza de San Marcos, en el estado mexicano de Aguascalientes. Decían que en la lidia sólo se mata al astado, pero ese día se indultó a un buen mozo de Begoña. Pese a ello, culminado el festejo, el mismo grupo de personas insultaba y agredía a quienes salíamos del coso. Yo iba en compañía de mis abuelos, hablamos de lo bien que había embestido el burel, cuando un joven se acercó a nosotros, y molesto indago -¿cómo es posible que obliguen a este niño a presenciar semejante barbarie?- anticipándome a mi abuelo contesté -vengo por gusto propio-
El joven me miró con asombro. Creo yo, que no se esperaba que un niño de no más de diez años saltase al ruedo para hacerles el quite a unos ancianos. – ¿Qué puedes saber tú de esto?- me dijo de manera prepotente – Es un arte- le contesté. El tipo tiró una carcajada y me dijo que estaba loco, que lo que acaba de pasar en el ruedo no sería arte nunca, que terminase primero la primaria para dar mi comentario. –Bailar es un arte, y quien arriesga su vida en el ruedo está a su vez bailando con un toro- pronunció mi abuela mientras me tomaba de la mano para retirarnos del lugar.
Hoy, a casi once años de aquel percance, retomo el tema para con garbo poder opinar al respecto.
Según la RAE, arte es toda aquella manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada, que interpreta lo real o imaginario con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros (1). Bajo dicho parámetro la danza, como manifestación del hombre, es un arte. Por otro lado, el toreo es una danza entre diestro y astado, donde el primero se vale de su ingenio, valor y trastos de tela para hacer de la peligrosa embestida del burel un pase dancístico. Si el toreo es una danza y la danza es un arte, el toreo por consiguiente también es arte y no cualquier arte sino como lo es la danza, es un arte clásico.
Desde el momento en que el toro entra al ruedo, y el diestro acaricia los granos del redondel con la tela de su capote, se inicia un espectáculo, donde lo estético de los lances y pases se funde con lo pragmático del tercio de Varas. Tercio que busca medir la bravura y condición del toro para poner en juego su indulto, logrando así el magno triunfo de la fiesta brava. Esas Verónicas, medias y completas, esos quiebros y cuantas más “piruetas” de la lidia no deben ser sólo eficaces para evadir al astado, sino también agradables a la vista del espectador. Logrando que la belleza se sobreponga al irrefutable peligro del espectáculo.
Sí en la lidia se buscase única y exclusivamente la muerte del toro, las corridas seguirían siendo como los entrenamientos medievales de las caballerías cristianas y moras de la península ibérica, entrenamientos precursores del actual rejoneo (tauromaquia montada), y cuya finalidad era únicamente matar al astado de la manera más eficaz posible, sin sobreponer el riesgo propio y mucho menos la estética de la carga. Pero al pasar de los años, la belleza y la entrega se sobrepusieron al exclusivo pragmatismo de estas juergas. Ya no se buscaba matar al toro de la manera rápida, sino hacer lucidez de las habilidades ecuestres.
En este periodo de evolución estética del espectáculo, aparecen las banderillas, arponcillos que sustituyen a la larga lanza con la que se le daba muerte al burel, ya que estas suponen una herida mínima al cornúpeto, prolongando el espectáculo y permitiendo al caballista lucirse más frente a su peligroso compañero. Darle tiempo para pegar un par de quiebros, clavar tres pares de “avivadores” y cerrar con una pirueta, todo esto hasta que llegase el momento de rematar la actuación con el rejón de muerte.
Cuando el toreo se aplebeya en el siglo XVlll, los toreros a píe o antiguos “capoteros” corrieron con la misma suerte que los caballeros lidiadores. Ya no sólo bastaba sacar al toro de su querencia y usar la capa para huir de su embestida. Sino que entregarse a él y hacer en conjunción del capote un movimiento que fuese bello, y peligrosamente asombroso a los ojos de los aficionados. De estas antiguas prácticas surge la tauromaquia moderna, que se popularizó con rapidez entre los diferentes estratos sociales de España, Portugal y sur de Francia, así como en sus respectivas colonias alrededor del globo.
Esta popularidad que alcanzo la lidia entre las sociedades hizo que el tema taurino no fuera cosa sólo del campo o de la plaza de toros. Se hablaba de faenas, lances y quiebros tanto en la ganadería, como en las maestranzas, liceos y academias.
Los toros eran tema de discusión en el palacio como en los salones de baile y es en estos últimos donde se empiezan a utilizar esos lúcidos movimientos de la lidia para enriquecer el folclor de los bailes populares. Hela hay el porqué de que en el flamenco veamos como la bailarina alza los brazos simulando astas de toros, para cargar contra su pareja, o como en el jarabe tapatío, el charro se desprende del jarano para pegar un natural a la joven que pasa a su costado.
En pocas palabras, se estaba llevando la lidia de un toro, a un salón de baile.
Pero ¿en qué consiste ese enigmático pase ejercido por el torero? Ese movimiento que envuelve al mítico tótem de poder y fuerza que es el toro bravo entre la fragilidad y astucia de la tela y el hombre. Tan pronto suenan los clarines, el lidiador debe salir a espera de que la negra muerte entre de toriles. Con los pies firmes, cita con el trasto y/o voz al astado, que noblemente a él acude. Entonces, moviendo sólo el torso y los brazos guía a su bravo compañero a apenas centímetros de su desprotegido cuerpo; para terminar liberándolo con un ligero mover de la muñeca.
Como si fuese joven que seductoramente se corre por el frente de su compañero de baile, intimidándolo sólo con su presencia. El toro, en unión al diestro, logra cimbrar cada uno de los sentidos de aquellos que en el graderío del coso llenan de olés la acústica del barroco recinto. Olés que nacen del alma ante la fusión de bravura, peligro, muerte, belleza y valentía de un lance bien ejecutado.
Ya decía Platón en alguno de sus conocidos Diálogos “La muerte es lo absolutamente inevitable”. Pero el torero, con su fabuloso pase, cuestiona esa muestra absoluta de certeza y lanza una imposible apuesta: la de burlar a la muerte.
Durante todo el transcurso de la corrida, el hombre despliega su habilidad y saber para anticiparse a una embestida que en rigor, pide el derroche de toda la técnica y saber del matador, como bailarín que ejecutase consecutivamente su pase más elaborado. Esta acometida excede toda agilidad e inteligencia, ya que aunque la embestida del toro, puede intuirse, no admite una previsión absoluta. Convirtiéndose así a la lidia en lo que quizás sea el único rito donde el sacrificador tiene la latente posibilidad de convertirse en el sacrificado, todo ante una impredecible acción del toro. Siendo “Manolete” e “Islero”, tan sólo un pequeño ejemplo de ello.
Habrá quienes apelen que el toreo no es una danza, por no contar el matador con una pareja semejante, pero actualmente hay una gran variedad de bailes que no son binomiales. Por ejemplo, la danza de Vientre egipcia individualista en casi su totalidad o por el otro lado el Zorba griego que es grupal. Pensar que una danza tenga que ser obligatoriamente binomial y de compañía semejante implica cerrar la mente a un sinfín de expresiones artísticas y culturales propias de las tan variada cantidad de civilizaciones existentes en el orbe.
Otros dirán que la lidia deja de ser arte porque se mata al toro, pero acaso ¿deja de ser gastronomía una barbacoa de cordero?, o ¿deja de ser escultura la estatua ecuestre tallada en madera de roble? Ya que en estos dos últimos ejemplos, como en la lidia, se mató para contribuir a la creación humana, a un cordero y a un alto roble respectivamente. A esto hay que anudar que el gran fin de la lidia es indultar al mejor ejemplar, para que regrese a su ecológica casa ganadera a padrear, pero el pragmatismo ecólogo de la fiesta no es el tema a abordar de estas hojas.
Como podemos ver, el toreo es esa mortal danza entre diestro y burel, donde tanto uno como el otro pueden terminar heridos de muerte, pero ¿es la danza el único arte de una corrida de toros? Pues no, y ya que hablamos del toreo en sí, los siguientes apartados hablaran sobre el resto de expresiones artísticas que giran en torno a una tarde de faena. Teatro, Música y arquitectura son al igual que la danza un arte clásico y al igual que esta última, los tres se encuentran fuertemente presentes en una corrida de toros.
La construcción de un inmueble específico para estos festejos tan barrocos es ya una expresión artística que emana del mundo taurino. Estructuras que comparten características globales, esa circunferencia central y arenosa; esos graderíos que se erigen por todo el perímetro y desde donde se aprecia el espectáculo que en el centro acontece. Y esas instalaciones donde el ganado espera su salida al ruedo, para batirse a muerte con su compañero, justo en el corazón del inmueble, en el que se lucha y se baila.
Pese a estas similitudes cada plaza cuenta con una característica única que las diferencia entre sí, y que evidencian la presencia de los tan variados estilos arquitectónicos de las diferentes épocas de nuestra humanidad. Habiendo estilos, cuyo primer exponente fueron plazas de toros, tal sea el caso de la vieja plaza de toros de Goya en Madrid, la cual al igual que la actual plaza de las Ventas presentaba un modelo Neo-Mudéjar.
“Decenas de miles de personas han bailado, gritado, llorado y se han desgañitado en los multitudinarios conciertos del Palacio de los Deportes. Pero muchos de ellos no saben que antes de ser un pabellón multiusos, ese mismo espacio lo ocupó la Plaza de Toros de Goya, también conocida como Plaza de Toros de la Carretera de Aragón –por estar próxima a la continuación de la calle de Alcalá–. Comenzó a formar parte del paisaje madrileño en 1873 de las manos y genialidades de Emilio Rodríguez Ayuso y Lorenzo Álvarez Capra, quienes levantaron un coso de estilo Neo mudéjar con un ruedo de 60 metros de diámetro y un aforo de 15.000 espectadores.” (2)
Esta antigua “catedral del toreo” fue la precursora de un sinfín de edificaciones con dicho modelo en Madrid y demás ciudades de la hispanidad peninsular, pasando a ser un modelo arquitectónico identificativo de la cultura Española. Modelo que se extendió también a ciudades americanas, de las antiguas excolonias españolas, verbigracia, La Santamaría de Bogotá, en Colombia.
Pero hablar de plazas de toros, es hablar de un sinfín de modelos de construcción que se acrecientan en las fachadas e interiores de estos místicos inmuebles; El goyesco Barroco de la Real Maestranza de Sevilla, es otro ejemplo de como la arquitectura encontró un fuerte aliado en la fiesta de los toros, para seguir mostrando su exponente cultural al mundo moderno; tal y como lo hiciese la religión con la gran infinidad de templos existentes, los cuales al igual que los cosos taurinos deben su construcción a los ritos que dentro de estos acontecen.
A modo de no ser esto suficiente, las inmediaciones e interiores de las plazas de toros se encuentran intensamente adornados con bustos, imágenes y demás efigies esculturales de toros, caballos, diestros y ganaderos. Tal y como pasa con deidades, santos y salvadores en las ya mencionadas edificaciones religiosas.
Como ya se mencionó en párrafos anteriores, la fiesta de los toros es la misma en todo lugar donde se practique. Toro y diestro, ya sea montado o no, son los principales actores del rito; los tres tercios básicos del espectáculo, a lo menos en los festejos galos e hispanos y los miles de personas que en los tendidos observan atentos lo que frente de ellos acontece. Pero si una característica posee esta fiesta, es su habilidad para moldearse a la cultura específica de cada uno de los pueblos donde se practica y la música que a estos espectáculos ameniza es una viva muestra de ello.
“El redondel, bajo el sol parece un clavel, y es al empezar que igual que un altar color de miel. Suena el clarín y sale el toro. Olé, gritan a coro. Y el matador, tabaco y oro, mira al burel como un tesoro y sin dudar se va pa´él” (Penella,1917)
Indiscutiblemente el pasodoble es el emblema musical de la fiesta brava, ese género de compas binario y de movimiento moderado; que pese a no ser exclusivo de la tauromaquia, le debe a ésta su difusión fuera de la “península”. Siendo “España Cañí”, “Cielo Andaluz”, “Nerva”, “Pepe el Trompeta” y el “Gato Montes” (citado de manera previa a éste párrafo) quizás los más emblemáticos de estas festividades. Pese a esto, el folclore musical de las culturas donde se practica el toreo, logra permear en el ritual taurino, para contribuir a amenizar la enigmática danza de entorno a la cual gira este rito. Es por ello común el escuchar mariachi dentro del coso mexicano o las marineras en los festejos del Perú.
Demás saldría explicar el arte de algo tan lógico como es la música, arte que al igual que en la arquitectura forma parte intrínseca del rito taurino y que para colmo de los detractores de la fiesta suele inspirarse desde antaño en ella para la creación de nuevos acordes y canciones.
Ahora que ya se habló sobre las expresiones artísticas que emanan del ritual taurino hay que ejemplificar nuevamente otra manifestación artística del toreo en sí. Antes de que toro y torero se batan a duelo en el ruedo y tal como lo hace el toro. Los diestros, picadores y subalternos tienen que hacer su presentación ante el público y autoridades del ruedo. Los participe de este rito, parten plaza en un acto conocido como paseíllo, acto que representa la punta de partida del festejo.
Pero ¿qué es el paseíllo? este inusual desfile es la marcha que los toreros y sus cuadrillas hacen tan pronto ingresan al ruedo, acto que recuerda a los triúnfales desfiles del renacimiento y medioevo, donde los caballeros, nobles y generales lucían sus cabalgaduras y trajes de luces al pueblo que alegre os idolatraba, cual torero que entra al ruedo. Ya que es el paseíllo esa representación teatral de aquellos antiguos desfiles militares donde según José Saramago se venera a “los últimos héroes modernos que nos quedan”.
Como podemos ver, y sin caer en la subjetividad de los gustos personales, los anteriores párrafos dan una completa valides a la tesis anteriormente descrita; a y la cual añadiría que la fiesta taurina, no sólo es una danza dada entre diestro y burel, sino todo un arte inspiradora de otras variables artísticas como es la arquitectura y la música.
Para desaire de aquel joven anti-taurino que conocí hace años , y a quien agradezco el incidente por el cual escribo esto, concluyo que el toreo es todo un arte que se rige por la rigurosidad del clasicismo de las Bellas Artes, cual danza y teatro, cual música y arquitectura.
Autor: Jesús Alfonso Ayala Toledo
Twitter: @ChuyAToledo