ARNOLDO KRAUS
«Ayudar a morir» es un pequeño libro de la doctora Iona Heath, quien nació y vive en Inglaterra. Es médica generalista y escritora. Preocupada por las desigualdades en salud, por la vejez y por cuestiones éticas, ha escrito sobre el proceso de morir. «Ayudar a morir» es un libro que responde y pregunta.
No existen escalas fiables sobre «el bien morir»; aunque se han hecho investigaciones, no hay una definición clara. No las hay por diversas razones; aceptar o no la muerte varía entre culturas, difiere dependiendo de la clase económica, de la religiosidad y de la enfermedad subyacente. No es lo mismo fenecer si la vida fue «buena» que cuando se careció de «todo», ni es lo mismo entenderla si la persona es autónoma y laica que cuando se es devoto de Dios. Una aproximación adecuada al concepto de bien morir la acuñó Richard Smith en 2000: sin dolor, con dignidad, utilizando medicamentos para controlar los síntomas, no cara y en un lugar seleccionado con compañeros escogidos. En la medicina moderna, en países ricos, las ideas de Smith, médico y escritor británico, no se cumplen: cada vez más enfermos fallecen en el hospital y no en su casa, a lo que agrego que en el último año de vida los ahorros de quienes fenecerán se dilapidan.
La pregunta, ¿valen la pena esos esfuerzos cuasi sobrehumanos para mantener a enfermos en ocasiones tan enfermos que su vida ya no es vida? Cuestión vinculada con otro problema: en la mayoría de los países la escasez de recursos para atender a enfermos, niños o jóvenes, con problemas sencillos, es enorme. Ríspida situación: se invierte mucho para resolver problemas irresolubles -enfermos terminales-, se invierte poco para corregir problemas resolubles -niños con diarreas-.
Así como carecemos de estudios científicos sobre la opinión de pacientes terminales, de cómo quisieran confrontar el final de su vida, se cuenta, en cambio, con abundantes y valiosos testimonios personales. Abundan también manifestaciones sociales en pro de morir con dignidad. Internet está inundado de información. Traduzco: Campaña para morir con dignidad, Mi muerte. Mi decisión; Derecho a morir con dignidad. Los movimientos de la comunidad, dirigidos a políticos y a agentes de salud, reclaman atención.
No medicalizar la muerte, ayudar a morir, darle voz a enfermos y familiares, y exigir que los doctores no objetores de conciencia hablen sobre el tema es necesario. Asimismo, es imprescindible escuchar y confrontar las opiniones de las poblaciones convencidas de que nacer y morir se deben a la gracia divina contra las de quienes sostienen que el nacimiento y la muerte son fenómenos naturales.
Comprender la necesidad de la muerte es vital. Finalizar la guerra contra ella, sobre todo, por los médicos, es necesario. Las facultades occidentales de Medicina deberían crear materias dedicadas a acompañar a morir. Acompañar: estar al lado, escuchar, dialogar, empatizar, penetrar en la biografía de quien pronto fallecerá. Individualizar la muerte es ingente: hacerlo humaniza la medicina. No todos mueren igual porque nadie, ante la muerte, es similar a otro. Personalizar su propia muerte es el reto para quien ha decidido terminar su vida y desafío para quien escucha. En la medicina líquida, característica de nuestros tiempos, personalizar la muerte serviría para avivar la cara humana de la profesión, hoy, más vilipendiada que nunca.
Regresar a la época donde los doctores eran biógrafos de los enfermos es buen camino para quienes creen en el arte de acompañar. Cuando dialogo con familiares de pacientes terminales repito, «La muerte no es necesariamente un fracaso, muchas veces es una solución». Richard Smith, a quien me referí líneas arriba, lo dice mejor, «(…) otras situaciones médicas -neonatología, neurocirugía, terapia intensiva- implican decisiones complejas acerca de cuándo tratar al enfermo. El valor que se le otorga a la vida y a la muerte es crucial en este tipo de decisiones. Si se considera que la vida tiene valor a cualquier precio y la muerte siempre es una pésima opción, es probable que se tomen decisiones inadecuadas».
Leo en la cuarta de forros del libro de Heath, «¿Por qué son tan pocas las personas que tienen lo que se calificaría como una buena muerte?». En octubre, en la Universidad de Bristol, Inglaterra, auspiciado por la revista «The Lancet», se llevó a cabo el simposio The Value of Death, donde, dentro de otros tópicos, se habló sobre la medicalización de la muerte. Del simposio versará mi próximo artículo.