Tengo la esperanza de que la argelina Imane Khelif y la taiwanesa Lin Yu-ting, doble campeona del mundo, cuenten con apoyo durante los Juegos Olímpicos de París. ¿Quién podría ser lo suficientemente fuerte como para soportar el nivel de abuso que han recibido estas mujeres esta semana?
Así es, dije mujeres. Ambas competidoras son mujeres y siempre lo han sido.
Sin embargo, me parece que la chusma que aboga por “proteger los espacios de las mujeres” reveló sus verdaderas intenciones cuando J. K. Rowling atacó a estas mujeres olímpicas —competidoras anteriores en Tokio, para que quede claro, con niveles hormonales permitidos— y las llamó “hombres” basándose en pruebas no verificadas de la Asociación Internacional de Boxeo (IBA). (Por cierto, la IBA es el organismo deportivo mundial desacreditado dirigido por Rusia, que fue suspendido en su momento y ahora ya no tiene ningún poder).
En primer lugar, el ataque significa una grave irresponsabilidad. Ser homosexual, y no digamos trans, es ilegal en Argelia y Khelif podría sufrir terribles consecuencias a raíz de esta cacería de brujas. En segundo lugar, cualquier controversia genuina de las Olimpiadas —por ejemplo, el competidor holandés que estuvo en la cárcel por violar a una niña, sobre el que Rowling no se ha pronunciado— se ignora en favor de teorías de conspiración fabricadas para debatir un conflicto trans donde no lo hay.
El Comité Olímpico Internacional (COI) emitió esta semana un comunicado en el que reitera su apoyo incondicional a sus competidoras. “Estas dos atletas fueron víctimas de una decisión repentina y arbitraria de la IBA”, informó el COI. “Hacia el final del Campeonato Mundial de la IBA en 2023, fueron descalificadas repentinamente sin ningún debido proceso”.
La italiana Ángela Carini abandonó su combate contra Khelif a los 46 segundos entre lágrimas y declaró que “nunca había sentido un puñetazo así”, lo que presumiblemente provocó los mensajes de Rowling. La desinformación que estalló después en las redes sociales fue asombrosa, hasta el punto de que Nicola Adams, bicampeona olímpica británica de boxeo, publicó un comunicado condenando a los deportistas trans, cuando ninguna de las competidoras mencionadas es trans.
(De hecho, la campeona olímpica irlandesa Kellie Harrington derrotó a Khelif en las últimas Olimpiadas sin que se mencionaran los niveles hormonales de Khelif).
En general, en este conflicto, me parece que también hay un elemento racial que no se puede ignorar. Como otros han señalado, las mujeres negras y morenas que derrotan a oponentes blancas tienen muchas más probabilidades de ser criticadas que sus homólogas blancas. A Serena Williams la llamaron repetidamente “hombre” a lo largo de su carrera tenística. A Simone Biles la han atacado por sus musculosos brazos (llenos de medallas).
La narrativa de que Khelif y Yu-ting han “engañado” de alguna manera al mundo ha despegado con la velocidad de algo que publicaría Donald Trump. “No llegaron de repente, compitieron en Tokio”, declaró el martes Mark Adams, portavoz del COI.
Hay muchas razones para tener niveles hormonales más altos. A través de mi trabajo en infertilidad, he aprendido que entre el 5 y el 10 por ciento de las mujeres tienen hiperandrogenismo, un síntoma clave del síndrome de ovario poliquístico. Tener niveles elevados de hormonas “masculinas” no significa que seas un hombre. Pero escudriñar a las deportistas en Internet desde nuestros sofás sí nos diagnostica a todos como monstruos.
Argelia y Taiwán han apoyado a sus atletas de manera incondicional: es imposible que Argelia expida un pasaporte femenino a alguien si sospecha que no lo es. Pero Internet se ha dejado llevar por la idea de las “pruebas secretas” que provocaron la expulsión de las dos atletas del Campeonato Mundial del año pasado.
Analicemos dichas pruebas. En 2023, la Asociación Internacional de Boxeo, dirigida por Rusia, fue despojada de sus poderes “en medio de preocupaciones sobre las finanzas, la gobernanza, la ética, el arbitraje y el juicio de la IBA”. No se les permitió organizar las competiciones en Tokio o París (el COI lo hizo en su lugar), pero sí organizaron el Campeonato Mundial, en el que Khelif y Lin supuestamente fallaron pruebas que el COI ha tachado de “engañosas”.
Lo más importante es que ambas atletas siempre han estado dentro de los límites olímpicos permitidos porque, bueno, las personas son diferentes. En nombre del COI, Adams lo expresó de forma concisa al afirmar que la testosterona “no es una prueba perfecta” y argumentó que Khelif no es transgénero y que “no se trata de una cuestión transgénero”.
“Muchas mujeres pueden tener testosterona en lo que se llamarían niveles masculinos y seguir siendo mujeres, seguir compitiendo como mujeres”, agregó. “Así que me temo que esta panacea, esta idea de que se hace una prueba de testosterona y eso lo soluciona todo, no es el caso”.
Lo que me repugna es que existe una emergencia mundial de violencia masculina contra mujeres y niñas, pero no en medio de un ring de boxeo en los Juegos Olímpicos de París. La amenaza son los hombres que actúan tal como son.
Sin embargo, centrarse en las personas trans, o en cualquiera que sea “diferente”, parece dar a la gente una falsa sensación de control. Les da un sector de la sociedad al que culpar o patear, cuando deberían centrarse en los verdaderos autores de la violencia, como el deshonrado jugador de voleibol holandés que violó a una niña.
Irónicamente, hubo un boxeador trans en estos Juegos Olímpicos: Hergie Bacyada, de Filipinas, el primer hombre trans públicamente declarado, que fue derrotado por la china Li Quan en los 75 kg femeninos. Nadie se fijó en él. ¿Por qué? Porque la indignación fingida consigue clics.
En mi opinión, cuando J. K. Rowling se refiere a las atletas femeninas como “hombres” es porque sabe exactamente lo que está haciendo. Y a mí no me parece que ella y sus compinches quieran proteger a las mujeres, en absoluto. Más bien parece que quieren promover sus propios intereses.
Cuando se nos anima a vigilar o a empezar a cuestionar lo que es una mujer o un hombre, o su aspecto, las consecuencias las sufren todos. Yo, por ejemplo, mido 1,90 m, tengo la voz grave y soy estéril. Soy talla 14/16 y tengo la mandíbula de mi padre. No soy exactamente el clásico ejemplo de feminidad de los años 50, pero soy una mujer, como Khelif y Yu-ting.
En una entrevista concedida a Unicef a principios de este año con motivo de su nombramiento como embajadora de Unicef, Khelif describió que empezó a boxear para defenderse de los chicos que se sentían amenazados por su habilidad en el fútbol y se peleaban con ella. Cuando empezó a boxear, su padre no quería pagarle las clases porque desaprobaba que fuera un deporte para chicas. Ahora sus padres la apoyan.
“Mi mensaje a los jóvenes es que sigan sus sueños. No dejen que los obstáculos se interpongan en su camino, resistan cualquier obstáculo y supérenlo”, exclamó. “Mi sueño es ganar una medalla de oro. Si gano, las madres y los padres podrán ver hasta dónde pueden llegar sus hijos. Sobre todo quiero inspirar a las niñas y los niños desfavorecidos de Argelia”.
Los Juegos Olímpicos ofrecen a la gente la oportunidad apreciar la excelencia, y las muchas formas diferentes que adopta. Khelif es una heroína y merece que la traten como tal.
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