Congo.- Con apenas dos meses de edad, Lahya Kathembo se quedó huérfana en un día. Su madre sucumbió al ébola un sábado por la mañana. Al atardecer, su padre había muerto también.
La pareja llevaba más de una semana enferma cuando los trabajadores médicos lograron convencerlos de que buscaran tratamiento, según sus vecinos. Creían que lo que les pasaba era fruto del trabajo de gente que sentía envidia de su hija recién nacida, informó un líder comunitario, y acudieron a un curandero espiritual tradicional.
El brote de ébola registrado en el este de República Democrática del Congo está causando estragos en Beni _una ciudad en expansión y de unos 600.000 habitantes_ en parte porque muchos de los infectados eligen quedarse en sus casas. Al hacerlo, contagian sin querer a las personas que los cuidan y a quienes lloran su muerte.
«La gente está esperando hasta el último minuto para traer a sus familiares y cuando lo hacen es complicado para nosotros», dijo Mathieu Kanyama, jefe de promoción de salud en el centro de tratamiento de ébola de Beni, que está gestionado por la ONG Alianza para la Acción Médica Internacional (ALIMA). «Aquí hay médicos, no magos», afirmó.
A casi un año del inicio del brote de la letal fiebre hemorrágica, que ha matado a más de 1.700 personas y fue declarado una emergencia de salud global este mes, el aumento de las muertes en la comunidad reavivó la enfermedad en la ciudad. En apenas dos semanas de julio, 30 personas fallecieron en sus hogares.
Los equipos médicos van ahora puerta por puerta con altavoces para intentar hacer llegar su mensaje.
«Detrás de cada persona que ha muerto hay alguien que está desarrollando fiebre», dijo a sus equipos Gaston Tshapenda, un médico que lidera la respuesta del Ministerio de Salud congoleño en Beni.