En un mundo marcado por la polarización política y la desigualdad social, es esencial detenerse a reflexionar sobre cómo nuestras acciones y palabras influyen en la construcción de una sociedad más justa.
El descontento y la frustración son comprensibles cuando las voces de ciertos sectores de la población parecen ser ignoradas o menospreciadas en el ámbito político. Sin embargo, es importante recordar que el odio y la denigración hacia aquellos con opiniones diferentes solo profundizan las divisiones y dificultan
La democracia se nutre del intercambio de ideas y del respeto por la diversidad de opiniones. Es en la capacidad de escuchar y comprender las perspectivas divergentes donde se encuentra la verdadera fue.
La desigualdad social, como señala Denise Maerker, es una de las principales fuentes de polarización en nuestra sociedad. Reconocer y abordar estas desigualdades de manera efectiva es fundamental para construir un futuro más equitativo y próspero.
En este sentido, los líderes políticos tienen la responsabilidad de ser agentes de cambio positivo, promoviendo la inclusión, la justicia y el respeto mutuo. Solo a través del diálogo constructivo y la colaboración podemos superar las divisiones y avanzar hacia un futuro en el que todos los ciudadanos se sientan.
En última instancia, la reflexión nos invita a mirar más allá de nuestras diferencias superficiales y reconocer nuestra humanidad compartida. Solo así podremos construir un mundo donde
En medio del tumulto político y social, es fácil perder de vista la humanidad que reside en cada individuo. Nos vemos atrapados en una espiral de resentimiento y desprecio hacia aquellos que no comparten nuestras opiniones o pertenecen a grupos sociales diferentes. Sin embargo, en este caos de divisiones y polarización, olvidamos que todos somos seres humanos con esperanzas, temores y
La desigualdad social, arraigada en las mismas estructuras de nuestra sociedad, actúa como un divisor invisible que separa a las personas en distintas clases y estratos. Esta brecha no solo se manifiesta en términos económicos, sino también en la falta de oportunidades, acceso a recursos básicos y reconocimiento de la dignidad humana.
Los mensajes en las horas previas a la votación eran claros: «¡voten!, ¡por quien ustedes quieran, pero voten!». Así siguió todo el día hasta acabar la jornada electoral, un fracaso para la oposición. Se conocieron los resultados y ahí cambió el discurso: «Me dueles, México». Eso en el mejor y menos violento de los casos. Lo normal fue ver que el clasismo y el odio habían desbordado a las reacciones: «nacos», «ignorantes», «jodidos», «muertos de hambre». Los simpatizantes de la oposición siguen pensando que sus partidos pierden elecciones por una beca.
Dicen que no entienden el país en el que viven (y son sinceros al admitirlo, aunque sea obvio). La burbuja de X (antes Twitter) les hace creer que México se reduce a 140 caracteres. Como Laura Zapata, que no entendía que hubiera 30 puntos de distancia entre Sheinbaum y Gálvez. ¿Por qué no lo entendía? Pues porque en su casilla el clima era de «fiesta» y, claro está, esa es la aproximación que ella tiene del país en el que vive.
Odian a Morena, a Sheinbaum y a quienes les dieron el voto. Hoy los odian más que nunca. Utilizan todo el catálogo de insultos para expresar su furia, que en realidad no es sino un retrato de ellos mismos: de su resentimiento, de su vil clasismo y de una incorregible tendencia al odio. Ni siquiera por estrategia pueden cambiar esa característica. La pregunta es clara: ¿cómo pretenden ganar elecciones si se la pasan denostando a la masa social que otorga las victorias?
Es un despropósito. Primero llaman a votar, luego pierden y reaccionan así: con bajeza y aires de superioridad moral que son, más bien, reflejo de los peores males sociales que anidan en el país. No tienen capacidad de entenderlo. No saben ni fingir: si quisieran que su ideas prevalecieran, les convendría por lo menos mostrarse cercanos a los votantes que son mayoría, aunque fuera de manera hipócrita.
No entienden que la polarización que acusan tiene un origen claro: la desigualdad social. Así como lo explicó Denise Maerker en un conmovedor análisis: «Hay dos polarizaciones. Hay una que es estructural y que tiene que ver con una sociedad profundamente desigual. ¿Y qué significa esa polarización? Que los grupos sociales no pueden pensar igual, ni pueden tener intereses comunes ni visiones del mundo. Es más, a veces no son incapaces de verse, ni de entender por qué están actuando de una u otra manera. La división en clases sociales y la inmensa desigualdad, en sí misma, es una polarización», expresó la periodista.
Y abonó en todo el panorama completo: «Eso es lo que él dice que es una simulación negarla. Esa se expresa de muchas maneras. ¿Qué es lo que llamamos ‘la nueva polarización’? Es lo que López Obrador hizo fue, a esa polarización existente, sacarla a la luz, pero luego echarle un chorro de gasolina. Esa se puede resolver muy rápido, le dejas de echar la gasolina que le echa el presidente todas las mañanas y se va a bajar».
En la oposición no están dispuestos a hacer un examen de consciencia. ¿Qué están haciendo mal? Nada, según ellos. Ahí están las reacciones de Carlos Alazraki y compañía: insultan, despotrican. No analizan, no entienden, no explican. Y esas posturas se esparcen entre el sector social que se sintió derrotado ayer. Se sienten con el derecho a tener la razón por mandato natural: ¿cómo va a valer lo mismo mi voto que el de un pobre?, parecen pensar.
De eso se trata la democracia que salieron a defender en sus marchas pintadas de rosa: todos los votos valen lo mismo. Es el único renglón social en el que el sistema iguala a las personas. Porque en todos los demás ámbitos prevalece en México una desigualdad que engendra división y furia. Todavía las personas están enojadas con el régimen anterior. Morena no ha ofrecido el cambio prometido y los problemas del país siguen ahí. Y, sin embargo, la votación las volvió a favorecer de manera aplastante. ¿Por qué?
Porque la oposición no propone ni construye nada. Porque sus simpatizantes está muy ocupados denigrando a quienes no piensan igual. Porque siempre es culpa de los «ignorantes». Porque, date cuenta, seremos una dictadura; quiero que te vaya bien, pero sólo si piensas exactamente igual que yo. Pueden seguir comportándose así. La burbuja, para su beneplácito, está muy bien protegida porque ni eso ha cumplido Morena: los privilegios siguen intactos y, de hecho, ahora se reparten también entre los que tengan la venia partidista. Así que tranquilos: sigan así, con su clasismo y odio. De ese modo, van a fracasar eternamente. En un mundo marcado por la división y el descontento, recordemos siempre que la verdadera fuerza reside en nuestra capacidad para unirnos en la diversidad, para escuchar con empatía y actuar con compasión. Que busquemos construir puentes en lugar de levantar muros, y que nos esforcemos por encontrar puntos en común en lugar de enfocarnos en nuestras diferencias. En este viaje hacia la reconciliación y la justicia, cada pequeño acto de bondad y comprensión cuenta. A medida que avanzamos juntos hacia un futuro más brillante, que nunca perdamos de vista nuestra humanidad compartida y el poder transformador del amor y la solida.