Sean Connery deja como legado una carrera de más de medio siglo y su compromiso con la independencia de Escocia.
Nacido el 25 de agosto de 1930 en Edimburgo, en una familia obrera pobre, Thomas Sean Connery se convirtió, casi por azar, en un gigante del cine y en uno de los hombres más deseados.
Habiendo incluso pasado los 80 años, seguía encarnando una cierta idea de hombre, viril, cínico, de voz rocosa, tocada por un acento escocés.
Pero antes de beber sus vodkas-martinis en los bares más sofisticados, de conducir un Aston Martin por las más bellas y peligrosas carreteras de montaña, y de seducir a las mujeres más hermosas en su papel de 007, Sean Connery trató simplemente de dejar de ser pobre.
«Nacido en la terrible pobreza de los barrios de Edimburgo, su sueño principal y único fue escapar. Es la pobreza la que puso a Sean Connery en marcha. La que impulsó su ascenso, en primer lugar hacia la independencia financiera, y luego hacia la creación», explicó Michael Feeney Callan, uno de sus biógrafos.
Sean Connery dejó la escuela para enrolarse en la Marina a los 16 años. En los muelles de Portsmouth perfeccionó sus aficiones favoritas: fútbol, boxeo y mujeres.
En esa época se hizo los dos tatuajes que lleva en el antebrazo derecho. Uno representa una ardilla y un pájaro con la inscripción «mamá y papá», y el segundo un corazón con un cuchillo clavado que dice «Escocia para siempre». Familia y Escocia, dos prioridades de su vida.
Pasaporte a la gloria
De vuelta a la vida civil tras tres años por culpa de una úlcera, encadena pequeños trabajos, a veces pintorescos. Fue profesor de natación, pulidor de ataúdes, repartidor de carbón, albañil, conductor o guardaespaldas. Se dedicó incluso al culturismo y se inscribió en el concurso de Mister Universo en Londres, en 1950, en el que quedó tercero.
Su físico imponente será su pasaporte a la gloria. A los 27 años comienza su carrera de actor cuando, tras ser visto en un telefilm para la BBC, firma un contrato con la 20th century Fox.
Rápidamente, encadena los rodajes cuando le contactan para participar en la adaptación de una novela de espías. Se niega a someterse a una prueba para el papel, argumentando: «me toman como soy o me dejan». La insolencia gustó y, por 6.000 libras, se convierte en el agente secreto James Bond 007.
En 1962 aparecen sus aventuras contra el Doctor No. Siete veces encarnó al agente.
«Es imposible ser una criatura de los 60 y no haber lamentado, en ciertos momentos de la vida, no ser Sean Connery», escribió Christpher Bray en «Sean Connery: Una biografía», hablando de este «icono secular» que «no aparece en las películas sino que logra que las películas nazcan en torno a la sola idea de su presencia».
Tanto fervor podría haber llevado a Connery a odiar a su personaje, «pero contrariamente a lo que algunos piensan, siempre aprecié a Bond, aunque a veces me parecía detestable», dijo en 1983, doce años después de haberle encarnado por última vez en «Los diamantes son para siempre» (1971).
«Hombre vivo más sexy»
Convertido en una estrella internacional, rodó con los más grandes de Hollywood. En 1989, cuando tenía 59 años, la revista People lo distinguió como «el hombre vivo más sexy» y, diez años después, como el más atractivo del siglo XX.
Pasó a interpretar con frecuencia el papel de padre espiritual, como en «Highlander» (1985), «El nombre de la rosa» (1986) o «Indiana Jones y la última cruzada» (1989). Por «Los intocables de Elliot Ness» (1987) recibió el Óscar al mejor actor secundario y el título de «peor acento de todos los tiempos en el cine».
Su popularidad nunca decayó y en 2013, cuando ya llevaba diez años retirado tras 64 películas, fue elegido el actor británico favorito de los estadounidenses.
Creen algunos que su combate por la autonomía de su Escocia natal retrasó hasta el 2000 la concesión de un título nobiliario por la reina Isabel II.
Sir Sean Connery vivió «en exilio» entre el sur de España, Estados Unidos y las Bahamas y dijo que sólo volvería a Escocia cuando fuera independiente.
En los últimos años limitó mucho sus apariciones públicas, viviendo sobre todo en Nueva York con su segunda esposa, la francesa Micheline Roquebrune, a la que conoció jugando al golf y con la que se casó en 1975.
«Como ella no hablaba inglés y yo no hablaba francés, había pocas posibilidades de que tuviéramos discusiones estúpidas. Por eso nos casamos tan rápido», explicaba Connery, que antes estuvo casado con la actriz australiana Diane Cilento, con la que tuvo un hijo, Jason, en 1963.
Los primeros rumores sobre su muerte habían aparecido en 1993 en medios australianos y japoneses. Finalmente, esta vez sí ha muerto. Después de todo, como decía Bond, «Sólo se vive dos veces».