Misiones de la Sierra Gorda queretana, joyas vibrantes del sincretismo
Cuando comencé a adentrarme en el mundo de la historiografía mexicana, en parte gracias a profesores increíbles que he conocido a lo largo de mi trayectoria profesional, solía defender con vehemencia la idea de que los procesos de conquista occidentales nos habían despojado de nuestras raíces culturales originarias; un paradigma en el que considero que caemos la mayoría de los apasionados del pasado precolombino al iniciar la apreciación histórica desde una perspectiva académica. El descubrir la grandeza alcanzada por nuestros pueblos prehispánicos despierta un deseo por añorar una realidad distinta en la que la dinámica social de Mesoamérica pudiera haberse desarrollado sin alguna intervención cultural externa, derivando en el intrigante cuestionamiento de: ¿Quiénes seríamos y qué estaríamos haciendo en este momento, de haber sido así?
Luego de entrar en contacto con opiniones contrastantes de autores como Benito Taibo, que comentan que lo que podemos llamar hoy como “identidad mexicana” surge precisamente gracias a la mezcla social resultante de la conquista, percibo de forma más objetiva dicho suceso de la historia nacional que, si bien sigue constituyendo una etapa cruda dada su naturaleza bélica, ahora entiendo que simbolizó una oportunidad para la fundación de una nueva esencia a partir de dos formas de entender la vida tan distantes como destinadas a unificarse. Este proceso de creación de una nueva cultura (siempre involuntario) se conoce en términos antropológicos como sincretismo, y tiene un valor especial puesto que nos ha permitido producir muchas de nuestras expresiones artísticas mestizas que ahora reconocemos como propias. Aunque creo que para apreciar a México hace falta una vida entera, escribo con certeza que son pocas las representaciones patrimoniales materiales que evocan este sincretismo invaluable en un sentido tan lúcido y cautivador como lo hacen las misiones franciscanas de la Sierra Gorda en Querétaro.
Es primordial, en primera instancia, no dejar de lado la importancia de la Sierra Gorda como recurso de la diversidad y riqueza natural. Siendo una de las subprovincias que sobresalen de la Sierra Madre Oriental, su amplitud recorre en total 4 estados de la república y 7 municipios de Querétaro en específico. Más del 70% de su extensión recibió la denominación de Área Natural Protegida, con la categorización de Reserva de la Biosfera en el año de 1997; título justificado por la polaridad de ecosistemas que se pueden encontrar en la región, variando desde la presencia de semidesiertos con material xerófilo en las partes más bajas (300 – 500 msnm), hasta los escenarios de bosques mesófilos o de coníferas en los puntos más altos (3100 msnm). Así, la Sierra Gorda también despierta el interés de turistas alternativos en busca de experiencias relacionadas con el estudio geológico, al contar con zonas como “El Madroño”: dunas de arena roja ricas en yacimientos fósiles de aproximadamente 50 a 100 millones de años de antigüedad.
Al retomar el aspecto cultural del patrimonio de la Sierra Gorda, se vuelve necesario realizar una retrospectiva histórica que nos ayude a comprender el contexto en el que se genera una creación artística sincrética como son las misiones franciscanas. Una vez que las coronas imperiales europeas culminaban las conquistas territoriales en sus colonias procedían inmediatamente a iniciar el proceso de conquista espiritual, enviando para tal propósito a órdenes evangelizadoras que lograran la conversión religiosa de los originarios, replicando el esquema social occidental en estas nuevas ciudades. México por supuesto no fue la excepción; los primeros en ser recibidos fueron los seguidores de San Francisco de Asís (comúnmente llamados Franciscanos) en 1533, y muy conocidos por su recalcitrante sentido de la abnegación que los llevaba a renunciar a cualquier adoración material banal, al punto de únicamente vestir su hábito color marrón sostenido en la cintura por un lazo amarrado en símbolo de humildad extrema.
Para 1750 las poblaciones de la Sierra Gorda se habían intentado evangelizar sin éxito, en parte por el difícil acceso ocasionado por los terrenos escarpados, y por otro lado debido a la resistencia sanguinaria que habían establecido los grupos indígenas de la región como los pames, los guachichiles o los jonaces (incluidos en la denominación general de chichimecas); hasta que se encomienda la tarea a una corte de franciscanos liderados por Fray Junípero Serra. Su historia me parece realmente inspiradora, pues considero a Serra como todo un visionario rebelde de su época, resaltaba por tener en mente un proyecto misional muy distinto al que tenían las fuerzas militares, logrando poner fin a la defensa chichimeca mediante fuertes ideas humanitarias basadas en la comprensión de la problemática social que los aquejaba y ofreciéndoles resguardo, alimento y cuidado. Acciones como haberles brindado extensiones de tierra de las cuales pudieran hacerse cargo por ellos mismos, la fundación de cooperativas que fortalecieran la organización para la producción, o el simple hecho de haber aprendido la lengua pame a fin de poder enseñar artes y oficios en el idioma originario de los habitantes, nos revelan que Serra realmente comprendía el valor de la interculturalidad.
No obstante, los mejores reflejos materializados de la visión de Serra son propiamente las cinco misiones que se erigen a lo largo de la sierra. En ellas se funden todas aquellas técnicas constructivas y decorativas europeas enseñadas por Fray Junípero con la manera de entenderlas y recrearlas de nuestros originarios, dando como resultado un producto arquitectónico totalmente disruptivo que al día de hoy es reconocido como un estilo en sí mismo: barroco popular mexicano. Serra exhortó a los chichimecas a incluir elementos que los identificaran con su cosmogonía nativa como conejos, águilas de dos cabezas, flora de la región o guerreros autóctonos; pues esa era precisamente su idea, edificar una representación alejada de las conquistas dominantes y lo más cercana posible al enriquecimiento cultural de dos pueblos humanos en contacto.
A pesar de que esta corriente no es exclusiva de la Sierra Gorda, pues contamos con otros grandes modelos del barroco mexicano en estados como Tabasco, pienso que el contexto en general de Serra logra resaltar de manera importante en la línea histórica de la evangelización en México, sobre todo al recordar sucesos por completo opuestos en donde se les obligó a los grupos étnicos a abandonar sus creencias vernáculas sin oportunidad de representarlas de ninguna forma en la nueva dinámica social; tal es el caso de Diego Landa y su quema de códices mayas en Yucatán, sólo por citar un ejemplo.
Las cinco misiones comparten un simbolismo común, sin embargo, cada una fue levantada con un propósito espiritual especifico en miras de la conversión indígena al catolicismo; algo que me parece por demás interesante es que demuestran su mestizaje desde el título que se les fue otorgado, congregando cada una el nombre de algún santo del imaginario católico junto con un término de origen chichimeca para determinar la esencia del terreno o del motivo por el que fueron construidas.
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- Santiago de Jalpan. Fue la primera en edificarse y se considera la principal debido a que concentraba las actividades comerciales de los asentamientos en la sierra. Por un lado “Jalpan” significa sobre la arena en lengua pame, y por otro está dedicada al primer apóstol Santiago cuya figura en estuco se encontraba coronando la fachada en donde ahora reposa un reloj. Al ser la primera se le apodo también como “la defensa de la fe” pues implicaba el inicio de una nueva demarcación de convivencia.
- San Miguel Concá. Es la misión con la estructura más pequeña, aunque también se denomina como la de mejor representación mestiza, dado su característico tapizado cuadriculado y sus amplias alusiones vegetales. “Concá” significa conmigo y al estar dedicada al arcángel San Miguel y su batalla con el demonio se entiende a esta misión como “la victoria de la fe”.
- Santa María de Landa. Está dedicada la virgen de la inmaculada concepción y busca simbolizar una “ciudad de dioses” en la que sus habitantes han superado todas las pruebas terrenales. Su nombre “Landa” proviene del vocablo chichimeca Lan-Há que significa lugar cenagoso. Ha sido catalogada como la de mejor equilibrio compositivo, así como la de la fachada decorativa más compleja.
- San Francisco de Tilaco. Siendo de todas la que se encuentra en mejor estado de conservación, su fachada es las más discreta y con menor cantidad de elementos reunidos. Algo que la caracteriza son las pequeñas sirenas que se encuentran arriba de la primera cornisa sosteniendo las pilastras del segundo cuerpo. Dedicada al fundador de la orden Francisco de Asís, también fue bautizada con el término “Tilaco” que significa agua negra en náhuatl.
- Señora de la luz de Tancoyol. La palabra “Tacoyol” es traducida como lugar de dátiles del pame, siendo dedicada a la virgen de la luz y haciendo referencia entre la fachada y los retablos a la misericordia divina entregada a los hombres. Un elemento que identifica a esta misión es la gran cruz moldeada en estuco que corona la fachada principal, y la cual simboliza la redención.
La creación conjunta de Fray Junípero Serra y los grupos chichimecas es la mejor muestra de que en temáticas culturales uno más uno no siempre son dos, sino una nueva unidad independiente que recoge aspectos relevantes de sus sumandos para generar algo diferente que se adecue mejor al espacio, al tiempo y a sus representantes. Si buscan perderse mucho más dentro de la historia de la Sierra Gorda les recomiendo el número 77 de la revista Arqueología Mexicana publicada en 2011.