Jorge Castañeda Una caravana migrante de Honduras se dirige hacia el norte a través de México.
El presidente Trump ha declarado que suspenderá su ayuda a Honduras si su gobierno no logra disolverla. Amenazó con cambiar drásticamente el recientemente anunciado nuevo acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, si México no la detiene, y no lo ha hecho.
También ordenó el despliegue de por lo menos 800 tropas del Ejército para militarizar la frontera sur de Estados Unidos, aunque en abril envió a la Guardia Nacional y no tuvo ningún efecto.
La caravana empezó el 12 de octubre cuando un pequeño grupo de hondureños salió de San Pedro Sula, una de las ciudades más violentas del mundo. Mientras el secretario de Estado Mike Pompeo tomó un vuelo y realizó un viaje de emergencia a México el 19 de octubre, la violencia estalló en la frontera entre México y Guatemala, ya que cientos de hondureños, principalmente mujeres y niños, destrozaron los cercos en la parte sur de la frontera, irrumpiendo en el lado mexicano, pero fueron recibidos con gas lacrimógeno.
Finalmente, 7 mil personas ingresaron a México, se reagruparon y continuaron su éxodo al norte, escoltados por la policía federal, los mexicanos que viven a lo largo de ese trayecto les ayudaron con agua y medicinas. Se tiene reporte de que hay otras caravanas que están en camino.
¿Tiene solución la crisis migratoria y diplomática?
Tal vez no, pero por lo menos existe una explicación para eso, que recae en otra pregunta.
¿Por qué, después de tanto aspaviento el presidente Trump aceptó una versión moderada de un renegociado Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, conocido ahora como el Acuerdo Estados Unidos-México y Canadá, o sea USMCA por sus siglas en inglés?
Nadie lo sabe, pero después de casi 40 años de estar íntimamente involucrado, como académico y funcionario público, con esas situaciones, puedo ofrecer una versión informada: Estados Unidos desechó la mayoría de sus demandas comerciales a cambio de un compromiso confidencial que hizo México para hacerle el trabajo sucio a Washington en contra de los posibles migrantes y refugiados.
Por supuesto, esto es una especulación y la evidencia es totalmente circunstancial.
Aunque en base a mi experiencia, sé que ambos países, por diversas razones, siempre han tratado de mantener diferentes temas en la agenda bilateral y no las han mezclado, como sería en un mundo ideal, pero eso no sucede con Trump.
Esas tradiciones burocráticas estadounidenses con las que México siempre ha contado para mantener la estabilidad y sensibilidad en la relación, han sido eliminadas.
La inmigración y el comercio se han convertido en algo íntimamente ligado, por lo menos en la mente de Trump. Allí yace parte de los orígenes de la actual crisis de la caravana. No sólo es una estrategia electorera Trumpiana.
El 29 de septiembre, México, Canadá y Estados Unidos llegaron finalmente a un acuerdo sobre una versión revisada del NAFTA, a la que Trump le cambió rápidamente el nombre, mayormente debido a que no tiene mucho contenido nuevo.
El presidente obtuvo mucho menos de lo que originalmente solicitó.
Sus objetivos iniciales — reducir el déficit comercial de Estados Unidos con México, regresar a Estados Unidos los trabajos automotrices — no van a conseguirse pronto, si es que llega a suceder. Aceptó un trato que quedó muy corto respecto a sus ambiciones. Aunque escasamente lo ha mencionado en la campaña de apoyo a los candidatos republicanos, como uno de sus grandes triunfos.
De hecho, parece ser probable que el objetivo final de Trump, al final de cuentas, era obtener la colaboración mexicana en la seguridad fronteriza y la inmigración de Centroamérica. Como lo dijo en un tweet: «El ataque contra nuestro país por la frontera sur, incluyendo a elementos criminales y drogas que están ingresando, es mucho más importante para mí, como presidente, que el comercio o el USMCA. Ojalá que México detenga esa arremetida en su frontera norte».
Por ahora no lo ha hecho y no debería hacerlo.
El mismo Trump mencionó esa colaboración bilateral como parte del acuerdo comercial. En una conferencia de prensa que se efectuó el 1 de octubre en la Casa Blanca, cuando estaba presumiendo el acuerdo, dijo explícitamente: «Sí, ya hablamos acerca del muro y de la seguridad fronteriza con México. Fue algo importante. Hablamos de ciertas cosas y hubo ciertos entendimientos. Al mismo tiempo, no queremos mezclar mucho las cosas. Éste es un gran acuerdo y es muy bueno para todos. Sin embargo, la seguridad fronteriza y la seguridad en general es un factor muy pero muy importante».
Probablemente se estaba refiriendo a las dos exigencias principales de los estadounidenses para México que se hicieron públicas en la prensa de Estados Unidos en las últimas semanas.
Aunque son ominosas para México e innobles para Estados Unidos.
Primero, Washington ha estado presionando al presidente saliente, Enrique Peña Nieto, para que firme lo que se conoce como el Acuerdo del Tercer País Seguro con Estados Unidos.
Esto implica que México debe procesar las solicitudes de asilo de los centroamericanos localmente, y permitir que las autoridades estadounidenses nieguen cualquier solicitud de asilo en Estados Unidos, ya que México sería considerado como «un tercer país seguro».
Debido a que la violencia en México está en su punto más alto en décadas y muchos centroamericanos están siendo asesinados allí en los últimos años, es difícil que Washington vea los méritos de tal certificación y mucho menos su aceptación por México.
Hasta ahora, Peña Nieto ha resistido esa presión, mientras que la caravana se está moviendo libremente por México.
Sin embargo, uno podría suponer que el presidente entrante, Andrés Manuel López Obrador, podría tener menos flexibilidad, especialmente si este acuerdo fue una pre-condición para el nuevo NAFTA.
Trump declaró que miembros de la caravana hondureña podrían solicitar asilo primero en México sin ninguna base legal para hacerlo. México no tiene razón para proceder de esa manera, excepto bajo la presión de Estados Unidos.
Segundo, y lo más importante, desde el 2014 durante el mandato del presidente Obama y ahora más que nunca, Washington ha presionado a México para que cierre tanto como sea posible la frontera sur — en pocas palabras, que le haga su trabajo sucio.
Peña Nieto lo ha hecho a regañadientes, pero el costo para México está subiendo, y pronto él ya no estará a cargo del país.
Esta es la razón por la que es razonable asumir que la administración Trump condicionó su aceptación del diluido y nuevo NAFTA a la aceptación de México sobre más colaboración, o complicidad, con Estados Unidos para impedir que los centroamericanos, se conviertan en unos refugiados o migrantes económicos o ambas cosas, lleguen a la frontera con Estados Unidos.
Esto es lo que Pompeo dijo en México: Detengan a los hondureños para que no lleguen a la frontera de Estados Unidos. López Obrador ha insinuado que no mantendrá esa política.
Pero como lo conozco desde hace más de 30 años, creo que hay posibilidades si no le dejan otra opción, después de haber conseguido el acuerdo NAFTA/Inmigración, podría ceder a la presión estadounidense, a pesar de sus disgustos y negativa actual.
Le ha apostado mucho al USMCA como una fuente de estabilidad económica para su gobierno entrante como para ponerlo en riesgo simplemente debido a unos refugiados centroamericanos.
Aunque deportar a miles de centroamericanos o colocarlos a la fuerza en campos para refugiados podría ser intolerable para sus simpatizantes.
Obviamente, hay una gran distracción electoral en todo eso, las bravatas de Trump en ese asunto han demostrado no ser significativas en el pasado.
Sin embargo, esa presión sobre la inmigración, aparejada con el incremento en las deportaciones de mexicanos de Estados Unidos, no es una buena señal ni para México ni para Estados Unidos.
Esas soluciones son dañinas para México e indignas para Estados Unidos.
La veloz visita que hizo Pompeo a la Ciudad de México confirmó lo que se ha sabido durante meses.
La inmigración es lo más importante en la agenda de Trump con México y otros países, ese enfoque está dañando a México, Centroamérica y Estados Unidos. El nuevo gobierno en México, que tiene una hipotética nueva mayoría en la Cámara de Diputados y cientos de miles de refugiados hondureños, salvadoreños y guatemaltecos debería estar conscientes de eso.
Juntos, son los responsables de diseñar una respuesta que sea tanto efectiva y práctica, pero lo más importante, que sea humanitaria.
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México no debería aceptar hacerle el trabajo sucio a Washington
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