María Félix: la vida de la gran diva a través de sus casas
Por Toni Torrecillas
De la boca de María Félix, más conocida como «la Doña«, no salían perlas, sino alta joyería —y si se podía, que fuera Cartier, pues una de sus mejores clientas y le hicieron piezas muy famosas exclusivamente para su cuello, muñecas o incluso solapas—. Pero regresando a su boca, la que soltaba maravillas como «Conmigo las cosas son sencillas, solo hay dos opciones: a mi manera o de ninguna manera» o aquellas que versaban sobre el desamor: «A un hombre hay que llorarle tres días; al cuarto te pones tacones y ropa nueva» o «yo seré para ti una mujer más en tu vida, pero tú un hombre menos en la mía». No hay más, palabra de diva. Pero este carácter huracanado no se creó en el cine, sino a lo largo de una vida de la que se encargó de transmitir solo lo bueno y sofisticado, como fueron su casas, un delirio de piezas fastuosas en las que, en muchas ocasiones, su retrato aparecía grabado. Eso de quererse a uno mismo lo inventó ella.
María Félix nació un 8 de abril y murió un 8 de abril, en ambos casos en México, pero con 88 años de diferencia. En 1931 y con 17 años, contrajo el primero de sus cuatro matrimonios, con Enrique Álvarez, con quien tuvo su único hijo, el también actor Enrique Álvarez Félix. Se divorció siete años más tarde y su marido secuestró al pequeño, según contó la actriz. Le dijo: «Un día seré más importante que tú y lo recuperaré». Lo logró, y eso que todavía no era una estrella, únicamente una fuerza de la naturaleza. En 1943 debutó con El peñón de las ánimas junto a Jorge Negrete, su tercer marido, tras el compositor Agustín Lara, quien le regaló composiciones como “María Bonita”, que le valió su otro apodo, y a quien seguiría un cuarto, el banquero Alexander Berger. No sufrió por amor. «Nunca he querido a nadie como me quiero yo, a mí misma, por eso nadie ha podido hacerme sufrir», dijo sobre sus relaciones.
De este último matrimonio, que no romance, se extrae el maravilloso departamento que La Doña tuvo en París muy cerca del Arco del Triunfo, en el número 6 de la Place Winston Churchill, en la comuna de Neuilly-sur-Seine. Una vivienda que decoró con piezas que formaron parte de la subasta que en 2007 celebró en Nueva York la galería Christie’s y con la que se recaudaron más de 7 millones de dólares entre porcelanas, lacas chinas, lámparas del XIX y puertas policromadas. Desde esta casa acudía a uno de sus lugares favoritos, la joyería Cartier. «Aquí en París todo es fácil, vas y buscas las antigüedades y las encuentras. Si tienes un poco de billete y un poco de gusto, se arregla» decía.
- Durante 18 años vivió entre París y México en su casa de Colonia Polanco construida en 1956 coincidiendo con su matrimonio con Berger. Una vivienda de 400 metros cuadrados atribuida a Mario Pani, que promovió el funcionalismo y las obras de Le Corbusier en México. En su interior La Doña dio rienda suelta a todo lo que le gustaba, lo primero, ella misma, llenando toda la casa de retratos suyos y firmados por Leonora Carrington, Leonor Fini o Sofia Bassi. Pero además, un dormitorio con una cama cubierta de plata firmada por el que dicen que también fue su amante: Diego Rivera, quien también la retrató, faltaría más. Además, su baño incluía una bañera de mármol de Carrara con forma de concha y griferías de oro. Como su único hijo y heredero universal falleció en 1996, María le dejó esta vivienda en herencia a su asistente Luis Martínez de Anda, quien la vendió diez años más tarde y en su solar se levantó une edificio de departamentos. De ahí, que gran parte del catálogo de aquella histórica subasta saliese de esta vivienda. El resto fue a parar a la única que permanece con el espíritu intacto de la estrella, la conocidísima Casa de las Tortugas.
Esta fue su casa más querida, su refugio de descanso en Cuernavaca construida en los 70 por Pepe Mendoza quien se inspiró en las villas italianas pero que llenó de los colores del folclore mexicano. Una vivienda de tres pisos decorada con este reptil (de ahí su nombre), desde una escultura en la puerta de entrada de piedra, en las vidrieras de las tres plantas o en el fondo de la alberca. Pero también alfombras persas, candelabros de Baccarat que habían pertenecido al Sha Reza Pahlevi y muchísima plata «tengo la enfermedad de la plata», decía… Seguro que escuchó que hay que cuidarse el hierro y ella pensó que una diva de su altura debía cuidarse como mínimo la plata; tampoco desmerecen los numerosísimos retratos que le hizo su última pareja, el pintor ruso-francés Antoine Tzapoff. Hoy, es un paraíso dedicado a la memoria de la mujer que dijo: «Más vale llegar tarde que llegar fea».
Artículo publicado originalmente en AD España.