Por: José Luis Jaramillo Vela
Hace unos días, mientras buscaba tema para mi columna semanal, recibí un correo electrónico de un amable lector, quien me comenta que le gustan mucho mis columnas y que no se las pierde (gesto que por supuesto le agradecí de manera profunda y sincera), y me pregunta así, textualmente: “oiga, ¿porqué no escribe la historia de los tatemados de Rosales?, yo una vez escuché a mi madre decir que fué hace como doscientos años”; me sorprendí, pues yo que soy un apasionado de la historia, jamás había escuchado de ese acontecimiento que de inmediato captó mi atención, por lo que me dí a la tarea de investigar; no hay mucha información, pero la que hay es bastante interesante.
En sí, la historia completa al escucharla, uno de inmediato se transporta a los famosos “Mitos y Leyendas de la Colonia”, y se va dando cuenta de que se entrelazan hechos reales con mitos y leyendas y cosas que la gente dice; lo cierto es que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) valida y da por ciertos los acontecimientos, basados en las “Crónicas de Fray Antonio de Gálvez”, publicadas en 1827, que recoge los testimonios de Fray Antonio Muñoz, párroco de la iglesia y quien fué rescatado malherido de entre los escombros y los cadáveres.
Santa Cruz de Tapacolmes (hoy Santa Cruz de Víctor Rosales, Chihuahua) 1807-1808, Época Colonial.
Para ser exactos, lo que a continuación se relata tuvo lugar hace 214 años, en Santa Cruz de Tapacolmes (hoy Rosales), el 8 de abril de 1808, un Viernes de Dolores en plena Cuaresma. Era todavía la Época Colonial y aunque ya empezaban a soplar vientos y voces de libertad, la verdad era que la comunidad de
Santa Cruz de Tapacolmes era un lugar muy apacible y tranquilo; el párroco del lugar, desde hacía ya varios años era el Cura José María Carrasco, quien además de impartir muy bien la misa, tenía fama de convivir mucho con los habitantes de la comunidad, incluso las tertulias que organizaba llegaban hasta altas horas de la madrugada, entre amenas y animadas charlas y la bohemia; esto hacía del Cura Carrasco un hombre muy apreciado y querido en la comunidad; tanto que muchos pobladores le pedían que al bautizar a sus niños, fuera él su padrino, por lo que la mitad del pueblo eran sus compadres y comadres.
El Cura Carrasco tenía también una gran autoridad moral en la población, como es común en estos casos, mucha gente le solicitaba consejo y apoyo de toda índole, desde familiar, personal y tenía mucha influencia en la vida de la región; desde luego, una persona tan popular y tan querida tiene sus detractores y el Cura José María Carrasco los tenía en el grupo de Damas de las Buenas Costumbres, quienes no veían con buenos ojos que el cura tuviera tanto que ver en la vida de la región, ni que tuviera tantos compadres y ahijados y mucho menos sus prolongadas tertulias; por supuesto ya habían elevado su queja ante la Arquidiócesis de Durango, pero estos estaban muy contentos con el desempeño del Cura Carrasco, además consideraban que un buen párroco era fundamental en la paz y tranquilidad de las comunidades.
La poderosa familia Ampudia se establece en Santa Cruz de Tapacolmes.
En el año de 1807, el poderoso y acaudalado terrateniente Antonio Ampudia había adquirido extensos territorios en la región y se estableció en Santa Cruz de Tapacolmes en compañía de sus cuatro hijas y su hijo Tomás Ampudia, un joven parrandero y mujeriego que abusando de su buena estampa y su poder, hacía lo que le venía en gana porque así estaba acostumbrado; este mozalbete era tan irrespetuoso, que enamoraba a todas, jóvenes, maduras, viudas, casadas y quedadas; pensaba que por su dinero y su presencia física, todas caerían a sus pies; por supuesto, todo ello con la complacencia de su padre Don Antonio Ampudia.
Hasta que un buen día al joven Tomás Ampudia se le ocurrió posar sus ojos en la joven Luz Torres, quien era considerada la muchacha más bella de la región, una joven que además de su belleza, era seria, educada y muy decente, ella, conociendo la fama y las intenciones que acompañaban al galancete, pues simplemente lo desdeñó y no quiso saber nada de él; el desaire y la falta de interés de la bella joven hacia el indomable petrimete caló hondo en su abultado orgullo y lo que inició como un simple y natural cortejo amoroso, se convirtió en un obsesivo acoso hacia la joven Luz por parte de Tomás, y ahí iniciaron los problemas.
Resulta que la joven y hermosa Luz Torres era ahijada del Cura José María Carrasco, éste al enterarse del incesante acoso y de las perversas intenciones de Tomás Ampudia hacia su ahijada favorita, no le gustó la actitud del joven ricachón y salió a la defensa de su ahijada; a la primera oportunidad que tuvo, el Cura Carrasco le llamó severamente la atención al joven Tomás Ampudia, quien después de la reprimenda
del cura, fue a contarle a su padre lo sucedido. A don Antonio por supuesto que no le agradó oír eso, enfureció y con la soberbia que a algunos les otorga el poder político y económico, juró desterrar para siempre al Cura José María Carrasco de Santa Cruz de Tapacolmes. Los Ampudia, padre e hijo, Don Antonio y Tomás, se van a Durango, capital de la Nueva Vizcaya y se entrevistan con su amigo el Gobernador y Capitán General de la Nueva Vizcaya, Don Manuel María de Salcedo y Quiroga, a quien le entregó una carta en donde acusaban al párroco José María Carrasco de conspirar contra la Corona Española, diciendo que en sus tertulias se conspiraba para levantar en armas a la población, así como de dedicarse a otras cosas menos a dar misa.
La Arquidiócesis de Durango intervino en favor del padre Carrasco, alegando que eran falsedades las descritas en la carta, pero nada pudieron hacer, dicho documento fué enviado a la Ciudad de México, poniendo en alerta al Virrey Don José de Iturrigaray y Arióstegui, quien de inmediato ordena que se envíe a alguien a investigar dichas acusaciones. Designado por el propio Virrey de Iturrigaray, llega a Santa Cruz de Tapacolmes el investigador Don Francisco de la Serna; aquí hay dos versiones: una que dice que el enviado de la Serna y el cura Carrasco ya se conocían y que incluso eran compadres; la otra versión indica que simplemente al llegar de la Serna, Carrasco lo recibió y lo atendió, a pesar de que sabía que venía a investigar acusaciones de conspiración en su contra.
Quienes sí estaban conspirando y muy fuerte, eran los poderosos Ampudia, además de la carta enviada al Virrey, ya empezaban a voltear a alguna gente contra el cura Carrasco.
A los pocos días, el investigador Don Francisco de la Serna aparece muerto.
El día anterior, el Padre Carrasco había oficiado una misa por la tarde, en la que el investigador de la Serna había estado presente; como parte de su trabajo, de la Serna observaba todo, no perdía detalle de lo que hacía o decía el párroco y al terminar la misa lo aborda y le dice que desea hablar con él, entonces Carrasco lo invita a la tertulia que tenía ese día, misma que se prolongó hasta muy entrada la noche, por lo que el Cura Carrasco le insiste a de la Serna en que se quede a pernoctar ahí en la Casa Parroquial y éste accede; por la mañana, el padre Carrasco no desea molestar al invitado y se va a oficiar su misa y al terminar se dirige a la habitación de de la Serna y para su sorpresa, lo encuentra muerto.
Ni tardo ni perezoso, Don Antonio Ampudia, su hijo Tomás y sus cuatro hijas comenzaron a esparcir el rumor de que el Padre Carrasco había envenenado al Investigador Don Francisco de la Serna ante el temor de lo que éste pudiera revelar en su informe. Muy cerca de ahí se encontraba el Presidio Militar y la Misión de San Pedro y San Pablo (hoy Meoqui), a donde se presentaron los Ampudia a denunciar al Padre José María Carrasco por el asesinato de Don Francisco de la Serna, enviado personal del Virrey; la guardia del Presidio Militar les informa que el Comandante y la tropa están en San Antonio de Julimes atendiendo un aviso de una banda de Apaches en la región y que al regresar se les pasaría el informe. Mientras, en
Santa Cruz de Tapacolmes, ya algunas voces le gritaban “asesino, asesino” al Padre Carrasco, quien veía con desilusión como la gente del pueblo se le empezaba a voltear, azuzados por los Ampudia, incluso la gente comenzó a dejar de asistir a sus misas.
La Maldición del Padre José María Carrasco.
El Padre José María Carrasco al ver que la mayoría de la gente lo consideraba un asesino, se derrumbó anímicamente, no alcanzaba a comprender porqué las personas se dejaban envolver por las mentiras de los Ampudia y veía como todos sus años al frente de la Parroquia se esfumaban, toda esa gente que lo hacía su compadre y él por el gusto de ver a sus ahijados y sus compadres en misa, aceptaba todas esas peticiones; también pensaba en lo nocivos que son los rumores esparcidos con la peor maldad y en cómo los ricos y poderosos pueden llegar a cambiar a la población a base de mentiras hasta hacerlos caer en la ingratitud y sin siquiera preguntarse si realmente sea cierto de lo que se le acusa.
Unos pocos días después, llegan a Santa Cruz de Tapacolmes el Comandante de los Dragones de Cuera y sus tropas, procedentes del Presidio Militar de San Pedro y San Pablo, con la intención de arrestar al Padre José María Carrasco; ya la muchedumbre se arremolinaba a las afueras de la Parroquia, muchos al grito de “asesino, asesino” y algunos llorando y lanzando palabras de aliento; el Padre Carrasco es sacado de la iglesia y por decisión de él, no desea subir al caballo, prefiere montar en un burro para ser trasladado al Presidio Militar, mientras que muchos malagradecidos continuaban lanzándole insultos durante el recorrido.
Antes de llegar a las últimas casas del pueblo, el Padre Carrasco le pidió al Comandante detenerse un momento y que le permitieran desmontar, lo que le fué concedido; entonces el Padre Carrasco con los ojos nublados de lágrimas lanzó una última mirada a la torre de la iglesia, luego se desató las botas que calzaba y las arrojó a quienes le insultaban, gritando: “pueblo infeliz, yo te maldigo para siempre, ni el polvo de tu suelo quiero que me acompañe más, que el Señor te condene al fuego eterno del infierno”, montó de nuevo en su burro y se fué, ya como prisionero.
Después, sucede la tragedia.
Ahora sí, cuenta la leyenda que después de que el Padre Carrasco fué hecho prisionero, el pueblo de Santa Cruz de Tapacolmes ya no volvió a ser el mismo, cuentan que se sentía un ambiente de muerte y de una pesada soledad; la vida continuaba y así, comenzaron a pasar los días sin el Padre Carrasco, la gente no podía mirarse a los ojos sin sentirse culpables de algo; ya todo era diferente en Santa Cruz de Tapacolmes. Transcurren los meses y se llega la Cuaresma, previa a la Semana Santa, es el viernes 8 de abril de 1808, es Viernes de Dolores y hay misa, oficiada por Fray Antonio de Muñoz, el Párroco que llegó
en sustitución del Padre Carrasco; acudió gente de todos los ranchos y haciendas vecinas, parecía como si todos trajeran una carga de culpas que expiar y buscaran todos un gran perdón; el templo se colmó de gente, afuera, el atrio estaba lleno y la gente llegaba hasta la plaza.
Se estaba oficiando la misa, adentro, el templo estaba atiborrado y el calor era asfixiante, pero ahí estaban todos, como si sintieran que ese era el día para descargar sus culpas por lo del Padre Carrasco; de pronto, y tal vez debido al excesivo calor dentro del templo, una enorme vela encendida se dobló y cayó en una enramada decorativa, según testimonio del Padre Muñoz, el Sacristán al intentar apagar el fuego con otras enramadas, lo avivó más y lo propagó a otras partes del templo, cundiendo rápidamente por todo el interior de la iglesia, provocando la estampida de la gente entre gritos y llamas, entrando todos en pánico.
En aquella época, los templos y catedrales tenían un enorme y muy alto pórtico en forma de arco, lo cubría un enorme portón de madera que se podía abrir de par en par, pero casi nunca lo abrían, para la entrada y salida de la gente al templo, en el mismo portón había una pequeña puerta y en Santa Cruz de Tapacolmes era igual, por eso mucha gente no pudo salir por esa puerta tan estrecha. A continuación, el testimonio del Párroco Fray Antonio de Muñoz en “Crónica de Santa Cruz”, recogida y publicada en las “Crónicas de Fray Antonio de Gálvez” y publicadas en 1827: “…en un momento se incendió todo y a continuación la iglesia… deseando salir todos de un bote (a la vez), los de atrás hicieron caer a muchas de las personas que iban por delante y sobre estas a otras, hasta el grado de quedar obstruido con cuerpos hacinados todo el claro de la puerta…”, el Párroco Fray Antonio de Muñoz pudo ser rescatado maltrecho y herido de entre los escombros y cuerpos quemados y aplastados, sobrevivió y se recuperó. El incendió dejó un saldo de 63 personas fallecidas y decenas de heridos por quemaduras, derrumbes y aplastamientos.
Lo que dejó la tragedia.
Después de los funestos acontecimientos, sucedieron varias cosas que permanecen en la leyenda y en el imaginario colectivo de Rosales, que tal vez hayan contribuido a forjar su manera de ser como población y vamos a mencionarlos porque son importantes.
+ El único objeto que sobrevivió completo al incendio, salvo por una ligera chamuscada, fué la Cruz de Tres Clavos que estaba sobre el altar y que los Rosalenses la consideran hoy en día como la Santa Cruz que protege a la población. La Cruz de Tres Clavos permanece ahí para los Rosalenses, bajo custodia del INAH.
+ El Párroco Fray Antonio de Muñoz, sobrevivió y se recuperó.
+ Meses después de la tragedia, el Padre José María Carrasco fue encontrado inocente de toda responsabilidad en la muerte de Don Francisco de la Serna y es absuelto de toda culpabilidad; fué enviado como Párroco al Mineral de Jesús María (hoy Mpio. Ocampo, Chihuahua), donde años más tarde falleció.
+ Después de la tragedia, surgió la leyenda de que lo sucedido se debió a la maldición del Padre Carrasco, pero el sentimiento natural de las siguientes generaciones en Rosales, es de culpabilidad colectiva, por haber dudado del Padre Carrasco.
+ En 1827 se publicaron las “Crónicas de Fray Antonio de Gálvez”, donde se narran estos hechos.
+ En 1831, la población adquiere la categoría y el nombre de Municipio Santa Cruz de Víctor Rosales en memoria del Caudillo Zacatecano y a partir de ahí, a esta tragedia popularmente se le nombra como “Los Tatemados de Rosales”.
+ Todas las obras de arte y pinturas que se salvaron por estar en la Casa Parroquial y no en la iglesia, permanecen bajo custodia, responsabilidad y mantenimiento del INAH, como parte del Patrimonio Cultural de Rosales.
+ A éste histórico y trágico suceso, algunos lo siguen llamando “La Maldición del Padre Carrasco”, sin embargo, el Instituto Nacional de Antropología e Historia lo reconoce oficialmente con el nombre de “Los Tatemados de Rosales”, tal y como la cultura popular lo bautizó a partir de 1831.
e-mail: jaramillovela@hotmail.com
Fuentes de Consulta:
+ inahchihuahua.gob.mx
+ Betty Rivera al Aire TV
+ Fomento Económico y Turismo Rosales
+ Casa de la Cultura Rosales
+ elheraldodechihuahua.com.mx/cultura/cofre de leyendas
+ históricas.unam.mx