El Gobierno de EEUU inicia su tercer cierre parcial de 2018 por falta de fondos
Con vocación de negociante, Donald Trump obedece principalmente a intereses y no a principios. Cuando estaba al frente de sus empresas se jactaba de ser un maestro «del arte de la negociación». Entre otras cosas, llegó a la Casa Blanca tras convencer a sus votantes de que sus mañas de empresario serían más útiles para el país que las destrezas de una clase política que, según él, había hecho de Washington un «pantano». Casi dos años después de su victoria, más que sacar a los estadounidenses de un supuesto hoyo parece haberlos sumido en el caos diario.
Esta ha sido una semana particularmente accidentada que resume la esencia de un gobierno metido en el bucle de una montaña rusa: el secretario de Defensa Jim Mattis, una de las pocas personas juiciosas en el entorno de Trump, presentó una carta de dimisión en la que exponía sus insalvables diferencias con un mandatario que minusvalora la seguridad nacional mientras se llena la boca proclamando que hay que devolverle la «grandeza» a Estados Unidos.
Hasta ahora, Mattis se había encargado de limar asperezas con los aliados de Europa, resaltando en todo momento la importancia de mantener una estrecha alianza con la OTAN frente a un enemigo como Rusia. Pero finalmente el General ha tirado la toalla tras el anuncio de que esta administración está dispuesta a sacar sus tropas de Siria y Afganistán, más inclinada al aislacionismo que a garantizar su presencia militar en la esfera mundial.
Al mismo tiempo que Mattis manifestaba su falta de sincronía con el presidente, el Tribunal Supremo le impedía a Trump negarle el derecho de asilo a los inmigrantes indocumentados que ingresan al país. Otro revés en lo relativo a una de las cuestiones que «vendió» en su campaña presidencial, asegurando que pondría freno a inmigrantes de México y Centroamérica a los que calificó de «asesinos» y «narcotraficantes».
Hablando de las promesas de corte populista que ventiló en sus mítines, antes de que acabara la semana el tercer golpe que ha sacudido Washington ha sido el cierre parcial del Gobierno federal en víspera de las fiestas de Navidad. Si bien es verdad que en días anteriores Trump había afirmado que estaba «muy orgulloso» de que hubiera un cierre si los demócratas no pasaban por el aro, una vez más su cambiante retórica pasó de la posibilidad de aceptar fondos para el Gobierno sin condicionarlo a una partida presupuestaria para construir un muro con México, a decir tajantemente que estaba «listo para un largo cierre» si de los fondos que pagan los contribuyentes no se reservan al menos 5.700 millones de dólares para su ‘Gran Muralla’ . No tienen desperdicio los diseños de una reja «eficaz y al mismo tiempo hermosa» que el presidente ha divulgado en Twitter.
Una cosa es el humo que venden los populismos y otra bien distinta es gobernar con sentido común. Atrás quedaron las arengas en las que Trump daba por hecho que el muro lo iba a financiar México. Ahora la pataleta consiste en culpar a la oposición de la parálisis que ha provocado su empeño por satisfacer las exigencias de los gurús ultranacionalistas (la cadena Fox es su brújula) que lo ayudaron a ganar las elecciones.
Eventualmente, este último sobresalto -el del ‘shutdown’- también se superará porque la maquinaria de la democracia en Estados Unidos está bien engrasada, incluso a pesar del propio presidente. Sin embargo, la falta de principios que se ha instalado en la Casa Blanca no sólo frustra al general Mattis. Donald Trump ha levantado muchos muros sin cruzar el Río Grande.