Felipe Llambías – BBC News Mundo
¿Podrías medir tu propia felicidad en las últimas 24 horas cada noche?
Eso es lo que hizo el español Alejandro Cencerrado durante 20 años, preocupado por su propia felicidad al principio, pero luego estudiando ese sentimiento como analista en el Instituto de la Felicidad de Copenhague, en Dinamarca.
Con la formación metodológica que le dio una licenciatura en Física, comenzó a categorizar la felicidad de cada uno de sus días en una escala del 0 al 10, con intervalos dentro de ese puntaje que le permitieran medir de mejor forma su estado anímico.
A partir de esa experiencia, y del estudio del tema de la felicidad a lo largo de los años, escribió el libro «En defensa de la infelicidad» (Destino, 2022), en el que destaca las virtudes de los sentimientos negativos y habla sobre la importancia de la autoestima en nuestro día a día.
Para Cencerrado, la soledad es el factor que más incide en el bienestar individual y colectivo, como explica en esta entrevista que le concedió a BBC Mundo.
¿Por qué la felicidad es una utopía?
Porque en nuestra sociedad hemos malinterpretado la infelicidad como algo negativo, un fallo del sistema, que nuestro derecho constitucional es ser felices, y no es así.
Todas las emociones negativas -la vergüenza, la culpa, la tristeza, la soledad-, cuando las analizas, tienen una función, la mayoría de ellas social. Nos ayudan a detectar qué amigos son de fiar y cuáles no, que parejas son tóxicas y cuáles no. Nos ayudan a manejarnos en el difícil mundo de las relaciones sociales.
Si no tuviéramos las emociones negativas, si no existiera la infelicidad, andaríamos muy perdidos.
Vivimos entrometidos en un mundo en el que solo vemos la foto del mejor momento de ese viaje, del mejor momento de esa fiesta. Y esto afecta mucho a los mayores, pero sobre todo a los jóvenes, que piensan que son los únicos que se ven mal en el espejo, los únicos que se sienten solos de vez en cuando, y no es así.
Es muy importante que como sociedad presionemos en la dirección contraria a la que están presionando las redes sociales y hagamos ver a los jóvenes que el resto estamos exactamente igual de perdidos.
Mencionas las redes sociales, y en una parte de tu libro hablas del culto al cuerpo, algo que se ve en las redes. ¿Cómo incide esto en la felicidad de las personas?
En el mundo moderno, sobre todo en los países ricos, la autoestima depende principalmente de lo bien que uno se vea.
Hay gente gorda, gente que podríamos decir fea, que se sale un poco de lo normal, y no tiene la autoestima baja. Y hay gente que encaja en los cánones de belleza y tiene la autoestima baja.
Al investigar este tema, descubrí que nuestra autoestima depende, por supuesto, de las redes sociales y de los cánones de belleza un poco inalcanzables, pero el factor que mejor diferencia la gente que se ve bien físicamente y aquella que no, es el apoyo emocional de los padres. Esto es muy relevante.
Como padres tenemos que darnos cuenta de que lo más importante que podemos hacer por la autoestima de nuestros hijos es darles apoyo emocional, que es algo muy complicado.
Tengo dos hijos, y a pesar de todo lo que he leído sobre el tema, no sé muy bien por dónde hay que ir, porque dar apoyo emocional a tus hijos no es permitirles todo.
Creo que los padres de hoy en día hemos mejorado un poco en ponernos en el lugar de nuestros hijos y en darles apoyo cuando están bien, pero también cuando están mal.
¿Cuál es el período crucial que incide en nuestra futura felicidad o infelicidad?
La infancia. Pero eso no quiere decir que una vez te han educado de una manera ya no puedes cambiar nada y vas a ser feliz o infeliz para siempre. Un paso muy grande cuando llegas a la edad adulta es darte cuenta del efecto que tus padres tuvieron en tu autoestima.
Siempre queda la memoria como personas respetables que tenían la verdad absoluta, y darse cuenta de que ellos también eran imperfectos cuando te criaron es un primer paso para empezar a deshacer todos esos nudos que nos quedan en la cabeza después de una educación no demasiado avanzada en emociones.
La felicidad según la edad tiene forma de U en la mayoría de los países.
Somos muy felices cuando somos jóvenes. Cuando llegamos a los 40 a 50 años es el punto más bajo -creo que tiene mucho que ver con la crianza de los niños, el estrés del trabajo y todo eso- y luego vuelve a subir una vez que te jubilas.
¿Cómo se mide la felicidad?
Preguntándole a la gente, ni más ni menos. Le genera muchas dudas a la gente porque es subjetivo.
Es imposible saber si cuando tu pones un 7 estás sintiendo lo mismo que cuando yo pongo un 7. Pero cuando preguntas a miles de personas llegas a valores que se repiten.
Eso me ha llevado a pensar que realmente hay algo de verdad en esa medida subjetiva, aunque haya gente que se pueda sentir confundida o que directamente te engañe.
¿Hacia arriba o hacia abajo?
Hacia arriba, siempre para arriba, y sobre todo en Latinoamérica, donde además, en general, en los índices de felicidad están superaltos.
Los latinoamericanos se salen de lo que es estadísticamente normal, teniendo en cuenta la riqueza de sus países.
¿Por qué se da eso?
No lo sabemos muy bien aún, pero hay un sesgo claro. En Latinoamérica hay mucha gente que pone un 10 en su satisfacción con la vida en una escala del 0 al 10. Se sale de lo normal, porque las respuestas generalmente siguen una campana de Gauss. Probablemente mucha gente tiende a exagerar lo bien que les va en la vida.
Los latinoamericanos tienen una capacidad para relacionarse que no existe en otras partes del mundo. Es algo muy, muy suyo.
Y es una de las razones por las que la economía va mal, porque al final, cuanto más cercanas son las relaciones, más probable es que el gobierno o los jefes de una gran institución acaben metiendo a sus primos o a sus amigos.
Al final, es la fuente de la corrupción, de la desconfianza y de todo lo malo que pasa en un país, pero lo bueno que tiene es que tienen unas relaciones muy, muy cercanas.
¿Cuál es el nexo entre riqueza y felicidad?
Si tú no tienes qué comer, tener dinero para comer te va a hacer feliz. Si tú no tienes dinero para pagar los estudios de tu hijo, tener dinero para pagarlos te va a hacer feliz.
Ahora, si tú tienes cubiertas esas necesidades, más dinero ya no te hace más feliz.
De hecho, llega un momento en el que la felicidad de la gente que tiene mucho dinero empieza a bajar. Los muy ricos son menos felices que los ricos.
Para llegar a ese nivel de riqueza tienes que haber desarrollado una cierta obsesión por ser rico, y esto es muy negativo para la felicidad.
¿Por qué los países nórdicos están normalmente arriba de las listas de felicidad?
En los países nórdicos pasa justo lo contrario a Latinoamérica. La gente es superfría, es superdifícil hacer amigos.
Viví 9 años allí y me sentí muy solo casi todo el tiempo, y es algo que también está demostrado.
La gente extranjera que va a los países nórdicos es la que dice sentirse más sola, lo cual choca mucho con sus estadísticas sobre la felicidad.
La razón por la que son tan felices es que tienen un Estado de bienestar muy fuerte, lo contrario a Latinoamérica. Hay muy poca corrupción porque como las relaciones cercanas no son tan fuertes, las instituciones son como una gran familia.
La gente paga muchos impuestos sin pensar ‘para qué los pago si lo van a robar los políticos’, y esto hace que las bolsas de miseria que tenemos en otros países no existan.
Tanto Latinoamérica como España pueden aprender mucho de ellos.
¿Existen distintos tipos de felicidad?
Sí. Para mí, hace muchos años, ser feliz un año era tener 365 días felices.
Con el tiempo me di cuenta de que no era posible, porque la infelicidad es una parte inevitable de la vida.
El premio Nobel Daniel Kahneman, que investigó mucho el tema, hablaba de esa dicotomía entre la felicidad vivida en el momento y la felicidad recordada o felicidad cognitiva, que no va tanto a la emoción, sino a la cognición de lo que tú piensas que es tu vida.
Es lo mismo que cuando subes una montaña. Al final, al ver que lo has conseguido, te puedes sentir muy feliz, a pesar de que la subida ha sido muy sacrificada.
Muchas veces pensamos que podríamos estar en un lugar mejor, con una mejor pareja o en mejores situaciones, y que eso nos haría más felices. Tú dices que esto no es así. ¿Por qué?
En mi diario he podido ver que épocas en las que pensaba que había sido muy feliz, no lo fui tanto. Nuestro cerebro tiende a sabotearnos y el recuerdo tiende a sesgarse.
Este sesgo nos lleva a pensar que en aquella ciudad que dejamos atrás éramos mucho más felices.
Lo vi mucho en Copenhague, españoles que se volvieron a España, y latinoamericanos, que se volvieron a Venezuela o a Argentina, porque pensaban que eran más felices allí y era por el recuerdo que tenían.
Luego llegas allí y ves que no eres más feliz. La razón es que nos adaptamos a todo.
Nunca tenemos en cuenta cuando tomamos decisiones para ser felices que, gracias al contraste con las partes negativas, sabemos disfrutar de las positivas, y si tú quitas el contraste en tu vida, si quitas toda incomodidad, dejas de disfrutar de los placeres. Por eso es necesaria la infelicidad de vez en cuando.
¿Qué crees que te ha aportado tu método para medir tu día a día?
Ser más consciente de mis propias emociones. Cuando algo me está afectando, lo veo en directo.
Por ejemplo, un día estaba abriendo la puerta de mi casa, que tiene un cristal, me vi reflejado y me vi feísimo.
Empecé a darle vueltas en mi cabeza de lo feo que me veía, de si a mi pareja le iba a gustar viéndome así.
Cuando llegué a mi casa estaba totalmente lleno de emociones negativas, de baja autoestima.
El hecho de haberlo sentido muchas veces y de haber reflexionado sobre esto me ayudó a darme cuenta rápidamente de: «Oye, estás metido en esta espiral. Sal de ella».
Tener un diario y apuntar tu felicidad te ayuda mucho a darte cuenta de cuándo están surgiendo esas chispas e intentar pararlas a tiempo.
Esto es muy importante con la pareja, porque te suelta un comentario del que casi no te das cuenta y poco a poco te vas calentando. Llega un momento en el que ya no sabes por qué estás enfadado.
Hablas en el libro de que hoy lo tenemos casi todo y de cómo influye eso también en nuestra felicidad, en nuestra autoestima.
Igual que a un niño cuando le das tantos juguetes que ya no sabe valorarlos, nuestra sociedad está en ese momento. Tenemos tanto que ya no sabemos disfrutarlo.
¿Cómo incide el trabajo en nuestras vidas?
Hemos malinterpretado que la felicidad del trabajo viene únicamente del sueldo, y que con un sueldo alto se acaban todos los problemas.
Las empresas, poco a poco, de forma un poco torpe, han ido entendiendo que no todo va de sueldos, sino también en los jefes, tus compañeros. Sentirte integrado y valorado.
Uno de los mejores aprendizajes que me llevé de Dinamarca es que la gente no critica, no critica a espaldas, que es algo muy español y muy latino.
De hecho, el pegamento de las amistades latinas y españolas se basa en la crítica a los demás, prácticamente en tener un enemigo común y criticarlo.
Cuando daba charlas, cuando daba entrevistas, me ponía muy nervioso. Esos nervios se me fueron yendo porque, de alguna manera inconsciente, sabía que, aunque cometiera errores, la gente no me iba a estar criticando.
En España es muy distinto. Aunque no te equivoques, te van a criticar.
¿Por qué defines la soledad como la gran fuente de felicidad e infelicidad?
La forma de sobrevivir del ser humano no es la del más rápido ni del más fuerte, sino la del que sabe mantenerse dentro de la tribu.
Cuando vivíamos en tribus pequeñas, quedarse fuera de la tribu era la muerte directa.
Cuando uno se empieza a sentir solo significa que no tiene los contactos que necesita para estar dentro de la tribu.
La soledad es, en todos los experimentos que hemos hecho, siempre el factor que más afecta la felicidad.
Es peor que enfermedades muy graves. El párkinson, por ejemplo, reduce la felicidad un 11%; la diabetes, un 7%; y la soledad, un 25%.
Si lo tratáramos como una enfermedad, todos nuestros recursos deberían estar puestos en reducirla.