Los inicios de Jaime Lozano en el futbol
Nacido el 29 de septiembre de 1978 en la Ciudad de México, Jaime Lozano lleva el apodo de El Actor por haber nacido en una familia de -obviamente- actores. Su madre es Ana Bertha Espín y su padre Jaime Lozano, ambos cuentan con gran experiencia en televisión, cine y teatro.
El camino hacia el futbol no fue sencillo, ya que las expectativas sobre Jimmy parecían estar en lo artístico, incluso en su pasión por la música. No obstante, él sabía a qué quería dedicarse y nunca se apartó de su pasión.
Lozano debutó como jugador en los Pumas y luego de un corto paso por Celaya regresó al equipo felino. Poco a poco se convirtió en pieza fundamental e incluso ídolo de la afición, se coronó bicampeón en los torneos Clausura y Apertura 2004, así que eventualmente también llegó a Selección Mexicana.
El motivo por el cual no participó en el Mundial de Alemania 2006 recayó en una lesión, pero eso no mermó por completo la carrera del ahora DT. Tigres, Jaguares, Cruz Azul y Morelia le abrieron las puertas hasta que decidió retirarse de las canchas.
Eso sí, la aventura continuó y una nueva etapa estaba por comenzar. Jaime Lozano estudió para convertirse en estratega y de paso, conoció a Ryota Nishimura, su hombre de confianza y auxiliar para Tokio 2020.
La familia como motivación en el futbol
Jaime Lozano regresó a México con la medalla de bronce en Tokio 2020 y sabemos bien a quiénes la dedicó. Además, contó con el apoyo de Catalina Serna en Tokio; lo sorprendió al viajar antes del partido de semifinales vs Brasil y pudieron celebrar juntos.
A pesar de que la vida del timonel gira entorno al balón, es bien sabido que su prioridad más grande está en casa. Algunas ofertas profesionales han quedado en el pasado porque la intención del director técnico es mantenerse cerca de su familia, hasta el día de hoy, pues ha sido anunciado como DT interino de la Selección Mexicana tras la salida espontánea de Diego Cocca.
Asimismo, México cuenta con un estratega que se convirtió en un vocero del autismo. Algunas personas consideran que este diagnóstico es sinónimo de vivir en un mundo diferente. La realidad es que ni Luca, ni los millones de niños autistas son raros, la falta de empatía está en el resto de la sociedad, que todavía está lejos de informarse.