ALEJANDRO I. LÓPEZ
Para las culturas nahuas, los miccacuicatl eran cantos de muertos que concentraban el dolor tras la pérdida de un ser querido y mantenían su recuerdo vivo.
A diferencia de la mitología cristiana, donde la última morada de las almas al morir depende del comportamiento de la persona en vida, en el pensamiento nahua, la forma en que cada persona había muerto definía el lugar del inframundo al que su espíritu se dirigía.
Para los mexicas, existían cuatro lugares del inframundo según los puntos cardinales: Mictlán (el lugar de los muertos, regido por Mictlantecuhtli), Tlalocan (el lugar de Tláloc), Tonatiuh ichan (la casa del Sol y morada de Huitzilopochtli) y el Cincalco (la casa del maíz, regida por Huemac).
Según Patrick Johansson, Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas (UNAM) y experto en náhuatl, las ceremonias y fiestas para recordar a los difuntos se basaban en rituales mortuorios, que tenían como fin tanto encaminar el alma de los muertos, como “asumir culturalmente la degradación orgánica del cadáver” y por último, “dirimir catárticamente el dolor de los vivos”.
Estas fiestas y muy especialmente las que se celebraban cada 1 y 2 de noviembre tras la Conquista, dieron forma a lo que hoy conocemos como Día de Muertos después de mezclarse con la fiesta de Todos los santos y el Día de Fieles Difuntos.
Sin embargo, mucho antes de la Conquista, los pueblos nahuas ya recordaban a sus difuntos a través de rituales, ceremonias y distintas festividades en las que “los finados seguían participando espiritualmente de manera activa a la vida del grupo”.
Y entre este recuerdo de los que ya no están, la actividad funeral más importante eran los miccacuicatl, cantos de muertos que concentraban el dolor tras la pérdida de un ser querido y mantenían su recuerdo vivo.
Según Johansson, los miccacuicatl tenían distintos géneros, “un canto de lamentación, un canto de orfandad, fragmentos de cantos de muerte en la guerra, así como un canto de muerte sacrificial”.
En todas sus modalidades, se trataba de cantos que evocan a los difuntos. Prueba de ello son las frases y los sentidos metafóricos utilizados comúnmente en los miccacuicatl:
“El “alma” de los muertos podría haber estado en el recuerdo que se tenía de ellos, razón por la cual la frase niquilnamiqui… (yo recuerdo…) estaría omnipresente en los cantos mortuorios”, explica Johansson.
Es muy probable que la lógica detrás de estos cantos haya alimentado la noción moderna del Día de Muertos, cuya esencia radica en el ejercicio de memoria como vía para devolver a la vida, al menos por una noche, a los difuntos:
“El recuerdo como idea o imagen intangible podría haberse materializado en los sonidos de los instrumentos musicales y en las palabras de los cantos, volviéndose asimismo el “alma” de ciertos difuntos, un alma que seguía viviendo en los cantos que los evocaban”.
Johansson pone de ejemplo las metáforas utilizadas en algunos cantos de la muerte para comprender la relación indivisible entre el canto y el recuerdo, un binomio que representa la permanencia del difunto a través de su enunciación:
Esto justificaría las palabras aparentemente metafóricas de algunos cantos: “huehuetitlan tinemiz […] mitzittazqueh in mocnihuan” (existirás cerca de los tambores […] te verán tus amigos). El ser difunto seguía viviendo, en términos ontológicos, en el canto que lo evocaba”.
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