En el mundo interconectado de hoy, la adicción a los teléfonos móviles y la nomofobia les ha costado hasta la vida a muchas personas
La imagen de miles de pantallitas en alto antes, durante y después del conteo de diez segundos parecía salida de un episodio de la serie de ciencia-ficción distópica Black Mirror. En lugar de abrazarse o besarse unos a otros, como supondría la tradición, la gente optó casi naturalmente por documentar la experiencia de la llegada del año a través de sus smartphones. Luego, supongo, vendrían los besos.
El video se viralizó y generó reacciones encontradas en las redes sociales, muchas de ellas de tono casi apocalíptico:
- “Este clip es absolutamente aterrador para mí”.
- “Hemos olvidado cómo vivir el momento”.
- “Este es un video antropológico”.
- “Mirando una pantalla y sin contacto físico”.
- “Ya no hace falta que les instalen un chip”.
- “Me da la sensación de que nos han secuestrado para siempre”.
- “Parecen hechos en serie”.
- «El fin del mundo podría estar sucediendo justo frente a nosotros y todos lo filmarían».
- “Por un 2024 con más vivencias y menos fotos y videos”.
- ‘Dejar el mundo atrás’: el terror de quedar desconectados o cómo aprender a vivir sin Internet
Ojo con la nomofobia
Si, tal como lo dijo el visionario teórico de la comunicación Marshall McLuhan allá por la década de 1960, los medios suponen extensiones del cuerpo y los sentidos, parece que hoy, ya entrados en la tercera década del siglo 21, los omnipresentes teléfonos móviles se han convertido en una extensión completa de nuestras almas.
Todo lo que somos y tenemos está concentrado en esos aparatejos. El smartphone es el enlace con el mundo exterior e interior de cada uno de nosotros. Es la red social. Es la cámara de fotos y videos. Es el álbum de fotos. Es el banco. Es la oficina. Es la tienda de ropa. Es el despertador, el calendario, el centro de juegos, el libro, el mapa, el espejo, el televisor, el reproductor de música, el que vigila tu casa y el que te pone música en los oídos.
Tal dependencia trae aparejada consigo una condición, una fobia, ya aceptada por la clínica psicológica: la nomofobia.
Del inglés Nomophobia (NO MObile PHone PhoBIA o la “fobia a no tener teléfonos móviles), este término se utiliza para describir la sensación de miedo o ansiedad que experimenta una persona por no tener conectividad con un teléfono móvil.
El término fue acuñado en un estudio encargado por la Oficina Postal del Reino Unido en 2008, según el cual, el 53% de una muestra de más de 2.100 adultos experimentaban sensaciones de ansiedad al no tener sus teléfonos consigo.
Ha pasado década y media desde entonces, y hoy, cuando se pasa más tiempo en el mundo virtual que en el real y las interacciones humano-humano han sido sustituidas en gran medida por las humano-pantalla, los teléfonos móviles son considerados por algunos expertos como la mayor adicción global no relacionada con drogas del siglo 21.
La nomofobia, entonces, vendría a suponer algo así como el síndrome de abstinencia de dicha adicción.
Todos la hemos experimentado en mayor o menor medida: cuando buscamos desesperadamente y no podemos encontrar nuestro teléfono móvil; cuando la batería está baja o, peor, se queda sin carga; cuando no hay cobertura; cuando nos vamos a dormir con el dispositivo en la mesa de noche, encendido; cuando abrimos los ojos y lo primero que hacemos, antes de ir al baño o estirarnos, es revisar las aplicaciones del aparatejo.
Según un artículo publicado recientemente en Forbes Argentina, el 21% de la población adulta mundial padece nomofobia grave, y alrededor del 71% de la población tiene nomofobia moderada.
En sus distintos niveles, la nomofobia puede manifestarse en forma de trastornos respiratorios, temblores, sudoración excesiva, agitación, desorientación, taquicardia, dolores de cabeza, ataques de pánico. Y en los niños y adolescentes esta condición ha conducido a actos de violencia, depresión, homicidio e incluso suicidio.
La vida por un teléfono
En un artículo publicado por el diario británico The Guardian en mayo de 2018, la psicóloga estadounidense Jean Twenge, autora del libro iGen (Por qué los niños superconectados de hoy crecen menos rebeldes, más tolerantes, menos felices y completamente desprevenidos para la edad adulta, y qué significa eso para el resto de nosotros), sostiene que la generación de adolescentes nacidos después de 1995 (llamados por ella “iGen”) tiene muchas más probabilidades de experimentar problemas de salud mental que sus predecesores, los millennials.
En junio de 2023, una mujer de 45 años del estado de Gujarat, India, descubrió que su hija de 13 años, a la que le había quitado el smartphone, quería hacerle daño, potencialmente matarla. Según relató la mujer a la línea de ayuda con la que se comunicó, la adolescente pasaba largas horas pegada a la pantalla, viendo videos de redes sociales o chateando con amigos; tal adicción había afectado negativamente su rendimiento académico y su vida social y familiar. Por eso se lo quitó.
La niña, ahora sin su dispositivo, quiso cobrárselas a ambos padres. Al parecer, roció polvo insecticida en el contenedor de azúcar y varias veces derramó líquidos de limpieza en el piso del baño con el propósito de que consumieran el veneno o se resbalaran y se golpearan. Por fortuna, no logró su cometido.
Peor suerte corrió la Sandy K. Willis, madre de Shawn Willis, un adolescente de 16 años del estado de Tennessee, Estados Unidos: en abril de 2020, Shaw la mató de un tiro en la cabeza mientras dormía porque ella le había retenido su smartphone.
En una escuela secundaria de Houston, Texas, un estudiante de 15 años le dio una golpiza a un profesor por la misma razón: la retención momentánea del teléfono móvil. No ha sido la única, por cierto. Incidentes de violencia escolar de esta naturaleza –la rivalidad entre los smartphones y los profesores– son reportados en los noticieros con alguna frecuencia.
En el municipio de Huimanguillo, en el estado mexicano de Tabasco, un niño de 13 años se quitó la vida luego de que su madre le pidió que compartiera el teléfono móvil con sus primos para jugar un videojuego y eso generó una disputa familiar. En el estado de Goa, también en la India, un niño de 16 años se suicidó luego de romper accidentalmente la pantalla de su smartphone.
No todo es tan distópico
En 1983 se lanzó en el mercado el primer teléfono móvil, el Motorola DynaTAC 8000X. De aquel aparato semejante a un ladrillo con antena, que sólo servía para hacer y recibir llamadas, a esas pequeñas computadoras que son los smartphones, el impacto y la influencia de estos aparatejos en nuestras vidas son casi absolutos.
Según una encuesta realizada en 2022 por la empresa de tecnología Qualcomm Technologies en distintas partes del mundo –una muestra de 60.000 usuarios–, los cinco usos principales de los smartphones son: 1) Búsqueda en Internet/navegación web; 2) Hacer llamadas telefónicas; 3) Escuchar música; 4) Usar aplicaciones de redes sociales y 5) Compartir/enviar fotos y videos.
A su vez, una encuesta realizada en 2019 por el Pew Research Center en 11 países tan diversos como Jordania, Colombia, Túnez, México, Filipinas, Sudáfrica, Líbano, India, Kenia, Vietnam y Venezuela, reveló que, para la amplia mayoría de los consultados, los teléfonos móviles resultan más beneficiosos que perjudiciales.
No se trata de satanizar la tecnología ni sugerir que vivimos en una especie de episodio de Black Mirror las 24 horas del día. Solo cabe advertir que tanto entusiasmo y dependencia de estos dispositivos son el caldo de cultivo de la nomofobia extrema.
En un mundo interconectado y móvil como en el que vivimos, vale parafrasear aquello que decían las abuelas en los tiempos en que no existían los teléfonos móviles: “Bueno es el cilantro (y el smartphone), pero no tanto”.