Chihuahua se enfrenta a una crisis desgarradora: entre enero y septiembre de 2024, 71 menores de 18 años han sido asesinados. Aunque las cifras representan una disminución del 18.2% respecto al año anterior, cada una de estas vidas truncadas cuenta una historia de dolor y desesperación que no puede ser ignorada.
Detrás de cada número hay un niño o una niña que soñaba, que reía, que tenía un futuro por delante. Las calles de Chihuahua, en lugar de ser un refugio, se han convertido en escenarios de violencia donde la inocencia es arrebatada brutalmente. La pregunta que nos debemos hacer es: ¿qué tipo de sociedad permitimos que esto suceda?
A nivel nacional, 1,817 menores han perdido la vida por homicidio en el mismo periodo. La angustiante realidad es que, a pesar de los esfuerzos, muchos estados, como Guanajuato y Michoacán, se posicionan como los más violentos. En este contexto, la vida de un menor parece ser un riesgo constante, una especie de moneda de cambio en un entorno donde la vida vale cada vez menos.
La Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes establece que cada uno de ellos tiene derecho a vivir y desarrollarse sin temor. Sin embargo, en Chihuahua, este derecho se ha convertido en una ilusión. Cada asesinato no solo deja un vacío en las familias, sino que también perpetúa un ciclo de miedo y desesperanza.
La Red de Derechos por la Infancia y Adolescencia ha denunciado que, a pesar de las acciones implementadas, la protección de nuestros menores sigue siendo ineficaz. Los programas y políticas han sido insuficientes para contrarrestar la violencia y garantizar un entorno seguro. Los niños y adolescentes son las verdaderas víctimas de un sistema que, a menudo, parece más interesado en la gestión de cifras que en la salvaguarda de vidas.
Es tiempo de que la sociedad despierte ante esta realidad. La violencia que atraviesa a nuestros menores es un reflejo de la crisis que enfrentamos como país. La impunidad, la falta de oportunidades y el desamparo son ingredientes que alimentan esta tragedia.
No podemos permitir que los homicidios de menores se conviertan en un dato más en las estadísticas. Cada uno de estos casos es un grito de auxilio, un llamado urgente a la acción. Debemos exigir un cambio real y duradero. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras nuestros niños sufren.
La vida de cada menor es un tesoro invaluable. Es momento de unirnos, de luchar por un entorno en el que cada niño y niña pueda soñar, vivir y crecer sin miedo. La violencia no debe ser la norma; juntos, podemos cambiar esta realidad.
La situación de violencia en Chihuahua, que ha dejado a 71 menores asesinados en lo que va de 2024, nos confronta con una dura realidad que no podemos ignorar. Cada número en las estadísticas representa una vida perdida, un futuro truncado y un profundo sufrimiento para las familias y comunidades. A pesar de la disminución en las cifras, la persistencia de esta violencia revela la fragilidad de la seguridad que deben disfrutar nuestros niños.
Es imperativo que tanto las autoridades como la sociedad civil tomen conciencia de esta crisis y actúen con urgencia. La protección de la infancia debe ser una prioridad ineludible; no podemos permitir que el miedo y la desesperanza se conviertan en la norma. La implementación de políticas efectivas, junto con un compromiso genuino de todos los sectores, es esencial para transformar esta trágica realidad.
La vida de cada menor es un derecho fundamental que debe ser garantizado. La lucha por un futuro seguro y digno para nuestros niños es responsabilidad de todos. Solo uniendo esfuerzos podremos construir un entorno donde la violencia no tenga cabida y donde cada niño y niña pueda crecer con la esperanza de un mañana mejor. Es hora de actuar y exigir el cambio que nuestros menores merecen.