Julia Alegre Barrientos
Giorgia Boscolo es de las pocas gondoleras que existen. Su historia es la de una entre un millón. En realidad, una de cada 100. Hace 14 años la italiana se convirtió en la primera gondolera al frente de su propia góndola en Venecia, la ciudad de los canales por antonomasia con permiso de Ámsterdam y cualquier otra urbe que ose robarle el título. No hay comparación posible. Consiguió el hito después de algo más de 900 años de historia, rompiendo así siglos de costumbre y una brecha de género que ha imperado en el oficio de gobernante de las míticas embarcaciones, reservada exclusivamente a los hombres.
Se calcula, número arriba, número abajo, que en Venecia hay aproximadamente 400 góndolas a rebosar de turistas con permiso oficial para surcar los canales. En la época dorada de la ciudad italiana, en el siglo XVI, cuando la góndola era el principal medio de transporte, la cifra de embarcaciones ascendía a más de 5.000. Algunos entendidos e historiadores varios hablan, incluso, de 10.000. Por aquel entonces, ver a una mujer remando sobre una góndola era una cruzada imposible, algo fuera de toda lógica y realidad. Igual de improbable que ver a una gallina cacareando como un gallo o a un perro maullar como un gato y viceversa.
En pleno año 2024 solo cuatro mujeres han obtenido el título que las acredita como gondoleras. Pero verlas en plena acción, ejerciendo su labor, es como encontrar una aguja en un pajar. En cuatro días de estancia en Venecia, tal gesta resultó del todo irrealizable: ni rastro de ellas, qué paradoja. Giorgia Boscolo fue la primera. Lo logró en 2010, dando al traste con una tradición que, en origen, se transfiere de padres a hijos (hijos hombres, valga el apunte) y que luego debe ratificarse con la aprobación de un duro examen a través del cual los gondoleros reciben su ansiada licencia. Muchos futuros gondoleros comienzan su andadura ayudando a sus progenitores en labores como la limpieza o mantenimiento de las góndolas. Antes incluso con soñar en remplazarles, los niños ya conocen todos los secretos relativos al cuidado de las naves y su manejo.
Cumplida la mayoría de edad, que en Italia se sitúa en los 18 años, los jóvenes deben inscribirse en una de las escuelas oficiales especializadas en el complejo arte de capitanear una góndola por los angostos y abarrotados canales de Venecia. Ahí no solo aprenden técnica del remo, de natación y salvamento. También reciben formación en historia y arte veneciana para poder brindar información a los turistas que contratan sus tours, nada baratos, por otro lado: media hora de viaje en góndola se cobra a 90 euros (97 dólares); y la hora completa a 140 (151 dólares). El estudiante debe, así mismo, aprender, al menos, una lengua extranjera y dominarla. Una vez aprobado el curso, deben presentarse a un examen oficial que, una vez superado, les habilita para embarcarse en un periodo de prácticas de la mano de un gondolero oficial. Finalmente, son evaluados en una prueba practica por otros cinco maestros gondoleros. Solo entonces, si demuestran sus aptitudes, obtienen la anhelada licencia.
El problema de las licencias y la tradición para las gondoleras de Venecia
No es un camino ni corto ni fácil. No es que las mujeres no ingresen en las academias. No es que no quieran dedicarse a ser gondoleras. El problema es que las pruebas se les resisten (la exigencia física es evidente) y, más importante aún, la tradición, que no debería actuar como barrera, se convierte en un cuello de botella infranqueable. Muchas de las licencias (pocas y codiciadas) se traspasan de padre a hijo. Es decir, aunque el sucesor deba superar los requisitos oficiales del concurso público, la probabilidad de acabar ejerciendo como gondoleros aumenta de forma significativa. Y, claro está, si un progenitor debe decantarse por un heredero varón o una hija mujer para cederle su acreditación, optará por capitular a favor del primero. Esto por una cuestión enraizada en la costumbre familiar e histórica. A esta práctica hay que sumarle el tema de la conciliación, el machismo, la falta de oportunidades y un largo etcétera de ‘peros’ que imposibilita a las gondoleras a convertirse en una.
A Giorgia Boscolo le siguieron Gioa Monti, Sara Pilla y Aurora Pelliciolli en el 2022. Debieron pasar 12 años para que el oficio de gondoleros viera a tres representantes femeninas más entre sus filas. Un hito que, a tenor de los antecedentes, tardará en repetirse.