Julia Alegre Barrientos
Antonia Sautter irradia ese tipo de magnetismo que solo se materializa en un dos por ciento de la población mundial, cifra arriba, cifra abajo. Entra a trompicones en su atelier de Venecia (llega tarde), ahí donde se sucede la magia, oculto en una callejuela nada concurrida cerca de la abarrotada Plaza de San Marcos. En su presencia el lugar adquiere una energía palpitante. Es lo más cliché que leerán ustedes hoy, pero es cierto. El taller es amplio si no fuera porque se encoge a marchas forzadas con cada creación que ella se afana por almacenar ahí dentro, un espacio de no más de 70 metros cuadrados, cifra arriba, cifra abajo. No cabe un vestido, una máscara, una joya, una corona con plumas, una túnica más, todos hechos a mano. Piezas únicas e irrepetibles, resultado de su mente prodigiosa con el único objetivo de dar rienda suelta a su creatividad desbordada y recrear la magia y el glamour del carnaval veneciano de antaño. Solo los trajes de alta costura que atesora en el atelier ascienden a unos 1.500. El número de accesorios resulta imposible de contabilizar. Me resulta imposible de contabilizar.
La veneciana es una de las diseñadoras de moda y organizadoras de eventos de lujo más famosas del mundo. Suyo es Il Ballo del Doge, el baile de carnaval más exclusivo jamás concebido que se celebra desde 1994 en la ciudad de los canales por antonomasia 40 días antes del Jueves Santo . Un macroevento que incluye un gran banquete y espectáculo al más puro estilo Circo del Sol al que cada año asisten unos 500 invitados de la élite internacional. Entre ellos, políticos, empresarios y artistas. Ni siquiera el gran David Bowie se resistió a participar de esta fiesta anclada en el tiempo antes de dejarnos para siempre. Lo que comenzó como una reunión anual entre amigos, se ha convertido tres décadas después en la cita de mayor prestigio del Carnaval de Venecia. El precio de salida para participar de esta experiencia inmersiva con reminiscencia a otra época parte de los 1.500 euros ($ 1.600) hasta alcanzar los 5.000 ($5.300). Por supuesto, el código de vestimenta obliga a acudir disfrazado de pies a cabeza.
Para entender cómo se fraguó el sueño, hay que remontarse a un encuentro fortuito entre Antonia Sautter y Terry Jones, miembro de los Monty Python. El genial actor y director se encontraba en Venecia rodando un documental de la BBC. Quiso la casualidad que, mientras caminaba por la ciudad, cruzara las puertas de la angosta tienda de suvenires que tenian en propiedad una jovencísima Antonia y un amigo. Atraído por las creaciones de colores vibrantes que vendían en el interior, le propuso a la veneciana que se encargara del diseño del vestuario y la escenografía del proyecto que lideraba para la televisión británica. Ella recreó una gran comilona, con el contexto del Carnaval de Venecia de fondo, porque ¿qué hay más representativo de la ciudad italiana que el carnaval?
Como no había presupuesto para contratar extras, Antonia convocó a sus más allegados para que hicieran bulto en este festín donde nada era lo que parecía y todos debían personificar lo que no se permitían ser. Dos máximas que la diseñadora ha trasladado a Il Ballo del Doge. Cuando el rodaje del documental finalizó, los improvisados actores secundarios llegaron a la conclusión de que su amiga debía repetir este encuentro de disfraces, fantasía y excesos cada año. El grupo selló el pacto y Antonia asumió el reto. La iniciativa fue adquiriendo forma con cada edición hasta convertirse en lo que es hoy: una gran fiesta solo apta para los más privilegiados con la que Antonia Sautter honra el carnaval como signo inequívoco de su identidad veneciana.
Fue su madre quien le trasladó ese sentimiento de pertenencia arraigada a esta época del año y la primera que le instó a desplegar su imaginación a través de los disfraces, el vehículo para exteriorizar esa personalidad insondable que la rutina doblega. Habla de ella como su gran musa, en presente, aunque murió cuando Antonia tenía apenas 18 años. Ella le enseñó que “la educación y la creatividad son el arma más poderosa de las mujeres”, cuenta la diseñadora. Todavía se emociona al hablar de ella, porque cuando se trata de añoranzas, el tiempo discurre dentro de unos confines inciertos. Guarda una imagen de sus ojos como fondo de pantalla del celular. De niña la ayudaba a confeccionar los vestidos de Carnaval que esta ideaba para ella en el pequeño ático en el que residían. De casta le viene al galgo, dice el refrán. La vida de las dos mujeres giraba en torno al momento en el que el calendario anunciara la llegada de esta festividad previa a la Semana Santa. “¿Qué quieres ser este año?”, le preguntaba su madre. Desde entonces, Antonia transpira el carnaval por los cuatro costados, como si fuera un estado de ánimo, del ser, y, ahora, su modo de subsistencia.