‘Licorice Pizza’ fue aplaudida por la crítica y estuvo nominada a tres estatuillas -incluída Mejor Película- pero el público la terminó pasando por alto
Son tantas las películas que cada año compiten en la temporada de premios que más de una termina enterrada en el desierto del olvido. Ya sea por quedarse relegadas a la sombra de otros éxitos, por la conversación que generan otras producciones o la victoria ajena, lo cierto es que algunas historias acaban pasando desapercibidas cuando merecen toda la atención posible. Este fue el caso de Licorice Pizza, una de las candidatas en la 94 edición de los Oscar celebrada en marzo de 2022 que se saldó con la victoria de CODA: Señales del corazón (a pesar del favoritismo hacia El poder del perro) pero, sobre todo, la que será recordada para siempre por la bofetada de Will Smith a Chris Rock.
Licorice Pizza estuvo en boca de todos cuando comenzó aquella temporada de premios, recibiendo aplausos y un aprobado del 90% en Rotten Tomates por parte de la crítica. No en vano obtuvo tres nominaciones a los Oscar en categorías destacadas como Mejor película, Guion original y Director. Sin embargo, cuando llegó el momento de la verdad, el público no respondió al unísono, siendo uno de los fracasos económicos de 2021-2022 con una recaudación de $33 millones en la taquilla global. Un resultado que ni siquiera llegó a cubrir su presupuesto de $40 millones.
No obstante, merece la pena reivindicarla. No solo porque se trata de la película que dio un giro radical a la filmografía de Paul Thomas Anderson (Boogie Nights, Petróleo sangriento) para adentrarse en un terreno más amable, nostálgico y sensible a través de una historia que transita cómodamente hasta el corazón del espectador. Sino porque es su película más universal, la que todos los adultos podemos reconocer en nuestra propia piel a través de una historia de amor y aprendizaje emocional.
Si tuviera que recomendar Licorice Pizza en una sola frase les diría que es de esas películas que te sacan del cine con el corazón calentito y una sonrisa. Porque en esta historia la edad no importa, ni los grandes arcos narrativos, ni las súper estrellas ni el uso repetitivo de los clichés del género de “chica conoce chico”. Todo fluye de forma natural. Como la vida misma.
Una historia de amor única
La décima película de Paul Thomas Anderson se disfraza de oda de amor a los ’70s y la ciudad de Los Angeles para contarnos el cálido romance entre un adolescente y una joven adulta de 25 años. Él es Gary Valentine (Cooper Hoffman), tiene 15 años y es extrovertido, simpático y emprendedor, ganándose la vida en la ciudad del cine como actor infantil. Ella es Alana Kane (Alana Haim), una mujer viviendo su propio proceso de crecimiento. Inmadura para la vida adulta, pero segura de sí misma, Alana es una joven estancada entre la madurez que acecha y su personalidad aventurera. Dos polos opuestos que se atraen sin remedio.
La obsesión hormonal de Gary alimenta el ego inmaduro de Alana, mientras ambos transitan su propio crecimiento desde necesidades diferentes propias de la edad, pero con el amor como hilo conductor de un romance platónico convertido en necesidad.
Para empezar, sepan que aquí la edad no importa. Al menos a la hora de hablar de amor, sino que sirve como elemento para reflejar las diferencias entre el proceso vital de cada uno, pero también acentuar la relevancia en la unión natural entre ambos a pesar de todo.
Paul Thomas Anderson apuesta por actores desconocidos que no entran en el marco restringido de los prototipos de la industria, jugando con personajes que apenas llevan maquillaje, tienen acné por la edad o caminan encorvados. Aquí la naturalidad prima por sobre todas las cosas, sirviendo como imán infalible para conectar con el resto del mundo, mientras Bradley Cooper hace un despliegue de talento como el productor de cine Jon Peters y ex de Barbra Streisand. Su presencia en el filme supone el papel secundario más efectivo de toda la película, retratando con humor irónico el poder abusivo de los hombres en Hollywood.
Alana es un personaje reacio con la vida, estancada en su propia existencia, su familia y su frustración interna, que encuentra en Gary el apoyo incondicional que le falta. Un hombre que, a pesar de su edad, es el único que no se aprovecha de ella, su compromiso, dedicación o simplemente su cuerpo. Y si bien a priori puede sonar extraño y chocante que hablemos de una historia de amor entre un adolescente y una mujer con diez años de diferencia, Licorice Pizza transforma esa diferencia en la base de un coming-of-age (género sobre el crecimiento y salto a la edad adulta de un personaje protagonista) que nos habla del amor sin prejuicios, de darle valor a las necesidades que nos pide el corazón por encima de todo lo demás que, además, se protege de las críticas al transcurrir en otra época más inocentemente permisiva.
En definitiva, esta historia nos habla del proceso de madurez al ritmo de cada uno, reconociendo que cada ser humano tiene sus momentos de aprendizaje a su manera y que la madurez emocional, al final, a veces no tiene nada que ver con la edad sino con saber conectar con nosotros mismos.
Paul Thomas Anderson nos encandila con una trama sobre el primer amor, acompañándola con una banda sonora para convertir en playlist favorita y unas actuaciones tan naturales como su historia. El director de producciones tan intensas e inolvidables como Boogie Nights, Magnolia, Petróleo sangriento, The Master o El hilo fantasma escribió Licorice Pizza tras inspirarse en un momento que vivió en plena calle. El director se encontraba caminando cuando fue testigo de “un encuentro extraño adolescente” cuando paseaba por su barrio. En una entrevista concedida a Variety contó que pasó por el colegio secundario local justo el día que tomaban las fotos anuales, y entonces vio a un adolescente energético flirteando con la chica que tomaba las fotografías. Se imaginó al joven pidiéndole una cita, lo que podría pasar después si la mujer decía que sí a pesar de las apariencias. Y después vino todo lo demás. Esa es, precisamente, la secuencia que abre la película.
En resumen, Licorice Pizza no merece pasar a la historia por su fracaso en taquilla, sino por haber sido infravalorada en su momento cuando otras producciones pisaron más fuerte. Y ese legado puede arreglarse con simplemente darle una oportunidad.
Licorice Pizza es una experiencia que conecta con el corazón del público. Un cuento sobre el aprendizaje individual y el amor sin edad que se traduce en alquimia cinematográfica, transformando la vida misma y al natural en narración en imágenes.