A punto de cumplir 500 años de fundada, la capital cubana exhibe un fantástico contraste entre lo antiguo y lo moderno, el barroco y el eclecticismo, lo real maravilloso y el realismo mágico
Martha Sánchez / Prensa Latina
El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, calificó de extraordinaria la labor realizada para restaurar la zona más antigua de La Habana, Cuba, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982.
Lo atestiguó tras recorrer a pie una parte de esa urbe en compañía del historiador de La Habana, Eusebio Leal, y la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena.
CAMINANDO EL CENTRO HISTÓRICO
Así como ellos, un turista puede iniciar un recorrido por las afueras del Templete, el conjunto escultórico de influencia greco-romana erigido para recordar el acto fundacional de la villa de San Cristóbal de La Habana, precisamente en aquel sitio, el 16 de noviembre de 1519.
El historiador indica las principales fortificaciones erigidas en el siglo XVI (1558-1577) para proteger la ciudad de los ataques de piratas y corsarios en una época en la que La Habana era puerto de reunión de las flotas destinadas a transportar a Europa las riquezas de América
AFP
Caminando por las galerías del Palacio del Segundo Cabo, actual Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales entre Cuba y Europa, y se transita por varias calles adoquinadas.
En el camino, se encuentra el Palacio de los Capitanes Generales; el Colegio Universitario San Gerónimo, donde en 1728 se erigiera la primera universidad de Cuba; y el hotel Ambos Mundos, donde escribió algunas de sus obras el norteamericano Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura 1954.
Frente al hotel, se puede ingresar a un café frecuentado por el gran escritor portugués Eça de Queirós (1845-1900), cuando fue cónsul de Portugal en La Habana, y andar por la calle de Los Mercaderes hasta la Plaza Vieja.
Al doblar por la calle Teniente Rey, se puede uno detener, como ya lo han hecho tantos otros paseantes, en una barbería donde el anterior secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se hizo un corte de cabello cuando visitó esta capital en enero de 2014, invitado a la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
AFP
La caminata concluye en la Plaza de San Francisco de Asís, tras pasar frente a la basílica homónima donde en la actualidad se brindan conciertos de música clásica cubana y universal, y cuyo patio acoge una estatua de la devota madre Teresa de Calcuta.
Dos esculturas inauguradas este año atraen ahora a turistas aficionados a la historia: una de la legendaria bailarina cubana Alicia Alonso en el Gran Teatro de La Habana que también lleva su nombre y otra del Apóstol del país, José Martí (1853-1895), réplica exacta de un monumento ecuestre erigido en Nueva York hace 60 años por la escultora norteamericana Anna Hyatt Huntington (1876-1973).
Más de un centenar de donantes de varios países hicieron posible el arribo a Cuba de una copia para montarla en un parque próximo a la entrada de la bahía de La Habana, frente al Museo de la Revolución y a unos pasos de la Iglesia del Santo Ángel Custodio, en cuyo frente una placa de bronce recuerda que en el año de su nacimiento allí bautizaron al propio Martí.
Ese mismo templo aparece inmortalizado en la primera novela cubana: Cecilia Valdés o la loma del Ángel, que describe de manera minuciosa las costumbres de la urbe capitalina en el siglo XIX y ha inspirado obras musicales, danzarias y cinematográficas.
A escasos metros, se localizan dos edificios del Museo Nacional de Bellas Artes que albergan 47 mil obras de creadores nativos y foráneos de distintas épocas y estilos. Y muy cerca de allí, el Capitolio Nacional, para algunos el edificio más imponente de la ciudad, con una fachada de columnas neoclásicas y una cúpula de 91.73 metros de altura.
HABANA NAPOLEÓNICA
Otras estatuas interesantes en La Habana ostentan ya el calificativo de emblemáticas de la ciudad como el José Martí de la Plaza de La Revolución y el Cristo de la Bahía. Las dimensiones y ubicación de esta última escultura, a 51 metros sobre el nivel del mar, le otorgan visibilidad desde muchos puntos de la urbe.
La creadora, Jilma Madera, dejó los ojos de la imagen religiosa vacíos para que diera la impresión de mirar a todos desde cualquier lugar que fuese observado y advirtió: “Lo hice para que lo recuerden, no para que lo adoren, es de mármol”. La efigie la talló en Carrara, Italia, y la transportó a La Habana por mar, en 67 piezas, en la década de 1950.
En los márgenes de la bahía habanera no faltan las figuras de dioses como Neptuno, en mármol, con su inseparable tridente señalando la entrada al puerto. Incluso, asoman figuras un tanto desconocidas, como Pierre Le Moyne d’Iberville, célebre militar de la Nueva Francia, hoy Canadá, Almirante de Luis XIV que murió en La Habana, en 1706.
La ciudad está repleta de sitios con encanto que de seguro permitirán al extranjero comprender mejor la cultura y las bellezas de la villa.
AFP
Aunque jamás llegó a pisar sus calles, esta islita del Caribe atesora una de las más impresionantes colecciones sobre Napoleón Bonaparte, sin igual en toda América, para sorpresa de muchos.
Los vínculos del magno general con el país se fraguan mediante piezas únicas e íntimas como uno de sus sombreros bicornio y un catalejo, la mascarilla mortuoria, mechones de cabello, distintas armas del monarca y un molar, entre tantas reliquias conservadas en el Museo Napoleónico de Cuba, en pleno centro de La Habana. El último médico personal del corso, Francisco Antonmarchi, se radicó en Cuba y trajo el reloj de oro con el cual contó los últimos minutos del brillante estratega militar y hasta la sobrecama que lo cobijó en su lecho de muerte, entre otros objetos de valor.
De acuerdo con especialistas, este archipiélago caribeño posee una de las colecciones sobre Bonaparte más interesantes fuera de Francia.
PANTEONES Y CASTILLOS
Otra joya del continente y sitial favorito de turistas deviene la Necrópolis de Cristóbal Colón -erigida en la segunda mitad del siglo XIX-, que ocupa un lugar cimero en Latinoamérica por sus valores arquitectónicos, escultóricos e históricos.
Cientos de leyendas convergen en el lugar, algunas se mezclan de manera insospechada mediante estilos como el romántico-bizantino, el griego, el renacentista, el gótico, el art-decó, el ecléctico y el modernismo, razón por la cual al emplazamiento se le considera un museo a cielo abierto.
La gran ciudad funeraria abarca una extensión de 56 hectáreas, equivalente a 560 mil metros cuadrados, y sus 222 cuadros albergan 53 mil 360 propiedades.
Hasta el momento, ningún otro camposanto en el continente supera la riqueza de sus esculturas y formas arquitectónicas, debido a lo cual obtuvo la categoría de Monumento Nacional en 1987. Historias de amor, sacrificio, espiritualidad, ética y veneración, se entretejen allí al aire libre.
No murió en Cuba pero sobran pruebas de que el periodista estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) llegó a La Habana en 1928 y vivió una vida muy activa aquí. Una debilidad lo convirtió en cliente de bares como el Floridita, que le sirvió de refugio y donde acuñó un trago de Daiquirí con su sobrenombre: el Papá doble.
Además de pernoctar en el hotel Ambos Mundos, el literato vivió por más de 20 años ininterrumpidos en Finca Vigía, una residencia campestre habanera con una vista maravillosa. Allí le brotó una excelente inspiración para escribir y todas sus cosas están como cuando habitaba la morada.
En ese museo, se pueden ver las tumbas de sus perros y gatos, los libros, armas, y otras prendas personales del escritor, dejadas como al descuido. En el jardín de la propiedad, en una piscina seca, aún se conserva su famoso yate Pilar.
Aquellos que llegan por mar a la urbe, se deleitan con las fortalezas coloniales, escenarios con mucha historia, bien conservados y, por tanto, uno de los atractivos más relevantes de La Habana, construidos para proteger la Villa de San Cristóbal de los ataques de corsarios y piratas.
El deseo de los españoles por preservar su colonia los llevó a erigir el Castillo de los Tres Santos Reyes de El Morro, el de la Real Fuerza, La Punta y el de San Carlos de La Cabaña. Dentro de los muros de este último, cada noche, se sigue la tradición de disparar “el cañonazo de las nueve”, llamado así porque justo a las 21:00, hora local, se dispara una pieza artillera de la época colonial, manipulada por cadetes vestidos a la usanza de aquellos tiempos.
La tradición recoge que el disparo daba la orden de cierre de la Muralla de La Habana, otra de las protecciones de la villa contra los piratas. Alrededor de los restos de ese muro creció una ciudad bulliciosa y mestiza que presenta atractivos inigualables y que por momentos parece atraparnos en el pretérito, como una extraña máquina del tiempo.
DESTACADO
Las 7 Villas
Para abastecer a las naves que partían por la costa sur de la isla para la conquista y colonización en otras tierras de agua, cebo, pieles o cueros, carne salada, tasajo, yuca y otros productos, los colonizadores españoles fundaron en Cuba siete villas.
La ubicación de estas villas establecidas a comienzos del siglo XVI, siempre ha sido un tema muy controvertido, por lo menos las fechas y nombres de las mismas se conservan:
– Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, 15 de agosto de 1511
– San Salvador de Bayamo, 5 de noviembre de 1513
– Puerto Príncipe (actual Camagüey), 2 de febrero de 1514
– La Santísima Trinidad, comienzos de 1514
– Sancti Spíritus, junio de 1514
– Santiago de Cuba 25 de julio de 1515
La Habana, ni ruina romántica, ni ciudad de rumberas
Cumplirá 500 años en 2019
Caminar por ella es viajar en el tiempo. Varios de sus predios están carcomidos por el salitre del mar, que a veces latiguea su malecón. Desde allí, al final del día, el sol pinta el cielo de naranja incandescente antes de sumergirse en el mar Caribe.
Más allá del deterioro, La Habana sigue espiritualmente viva. Cumplirá 500 años en 2019, en medio de un plan de recuperación de su casco urbano y con la perspectiva de dar espacio, en algún momento, a una orbe moderna que respete lo clásico.
«La Habana quedó como detenida en el tiempo. La voluntad de la revolución fue ocuparse del país», admite Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad y la máxima autoridad para la restauración del centro histórico. «Esto ha tenido su costo innegable. Cuando uno la recorre observa la ciudad muy dañada y cubierta por un velo decadente».
Paradójicamente, esto ha servido para que esté intacta urbanísticamente. No se han construido en la ciudad nuevos puentes, nuevas avenidas colgantes, no hay presión de tránsito, no hay demoliciones masivas como ha ocurrido en otras ciudades latinoamericanas
El 39% de las viviendas en Cuba se encuentra en regular o mal estado, según datos oficiales.
FUENTE DE CULTURA
Leal pide no quedarse en la superficialidad. «La Habana no es solamente una ruina romántica ni es tampoco una ciudad sólo de automóviles viejos americanos, ni una ciudad de rumberas y palmeras. Es una ciudad de una cultura intensa«, explica.
«Lo que sorprende es que no hay tiempo para asistir a una vida cultural que va del festival del ballet al del libro, al de ciudades patrimoniales y al del jazz. Y en las artes plásticas, es una de la más apetecidas por el coleccionismo mundial», detalla.
El Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, de estilo neobarroco y custodiado por esculturas de mármol, o el majestuoso Capitolio y su enorme cúpula -cuya restauración total debe estar lista en 2019- destacan, con música en cada esquina.
Tras la apertura a la inversión extranjera en la última década, tiendas de lujo de marcas «capitalistas» o restaurantes y hoteles edificados dentro de construcciones antiguas son parte del paisaje, compartiendo espacio con vetustos y humedecidos predios de techos altos y balcones coloniales.
La Habana ha sido escenario en los últimos 10 años de una inyección poderosa dada por la acción individual (…) que ha permitido la resurrección de la arquitectura doméstica y una creación de puestos de trabajo
Gran responsable de ello ha sido la apertura de los negocios por cuenta propia, que hoy representan el 13% de la fuerza laboral del país. Hospedajes privados y restaurantes atienden la demanda turística, en medio de una apertura económica.
ANTES DE QUE CAMBIE
Una de las ciudades más antiguas de América, La Habana fue una moderna urbe a principios del siglo XX, pero también un paraíso de organizaciones mafiosas. Tras el triunfo de la revolución en 1959 se erradicaron los prostíbulos y casinos que inundaban la isla, aunque la ciudad fue desatendida.
Como admite el propio Leal, ha sufrido el deterioro de la espera. Aunque sus calles, poco iluminadas y con baches, no tienen la inseguridad que campea en otros países. En 2017 llegaron a la isla 4,5 millones de turistas en busca de un eterno verano.
«La Habana es una ciudad alegre, divertida y con un pueblo solícito y hospitalario. Un lugar donde me sentí segura al andar por sus calles», dice Debora Naves, una funcionaria judicial brasileña de 41 años, de vacaciones en la ciudad. «Aunque creo que para poder reflejar toda la riqueza cultural que posee, necesita de inversión».
Leal apunta que «esa visión que tenemos de una ciudad viva pero tranquila, de un país en paz, sin crímenes colosales, es un atractivo interesante» y añade que la gente quiere conocer La Habana «antes de que todo cambie».
El gobierno reconoce un déficit en el parque automotor. En La Habana, los choferes están optando por trabajos privados, dejando de transportar a unos 700 mil pasajeros diarios.
¿La solución? Un Chevrolet Bel Air 1956 o un Dodge Coronet Sierra 1952 llevan pasajeros como si se tratase de un «uber pool», cobrando hasta un dólar por cabeza. El olor a combustible en la ropa es gratis, el reguetón a todo volumen y la buena charla también.
«Los autos clásicos que se ven en La Habana son de la época de los 50. Tenerlos así cuesta mucho», dice Yoisel Fernández, a bordo de su Hillman convertible de 1960. Nada se bota, todo se repara.
Tras seis décadas de embargo de Estados Unidos, Leal dice que a Cuba el mundo se le ha abierto lentamente. Aunque queda mucho por hacer, y a él le faltará «una vida y otra» para ello.
La clave está, cree, en que los ciudadanos del futuro puedan conducir a La Habana «a un nuevo tiempo económico y social que tenga la moderación de respetar la hermosura de la ciudad sin, por eso, limitar su capacidad de vivir una otra e intensa modernidad».
– San Cristóbal de La Habana, 16 de noviembre de 1519