La columna
POR CARLOS JARAMILLO VELA
· Triunfa Biden, prevalece la democracia y gana el mundo.
Luego de cuatro años de soberbia, autoritarismo y alejamiento de la diplomacia que antaño caracterizó a la política de los Estados Unidos, el presidente Donald Trump se enfrenta al ocaso de un periodo de gobierno que para muchos causó gran desprestigio internacional a ese país y generó enorme división social entre el pueblo norteamericano. Los reñidos resultados electorales son una muestra de ello, la cerrada votación que permitió el triunfo de Joe Biden (74.87 millones de votos), candidato del Partido Demócrata a la Presidencia de esa nación, reflejan el grado de crispación social al que llevó Donald Trump, con su retórica beligerante, a sus ciudadanos.
Nunca en la historia de Estados Unidos había ocupado la presidencia un hombre con las características de Trump, cuya impertinencia, arrogancia y desplantes le hicieron cobrar mala fama tanto dentro de su patria como en el mundo entero. No obstante ello, en la elección del 3 de noviembre cosechó 70.6 millones de votos, lo que revela el fuerte impacto colectivo que Trump ha logrado causar mediante su discurso de demagogia, odio y discordia. Seguramente la llegada de Biden a la Casa Blanca representa una aliciente para la nación y para el mundo, porque el arribo del demócrata supone el retorno del gobierno estadounidense a la senda de la auténtica política, así como del respeto a las instituciones, los derechos humanos y las normas nacionales e internacionales, concibiendo a éstos como principios universales del ejercicio democrático del poder.
Además de los antecedentes que caracterizaron al censurable ejercicio presidencial de Trump, dos de los factores que influyeron en el triunfo de Biden fueron el errático manejo de la pandemia de coronavirus por parte de Trump, y la mesura con la cual se condujo el candidato demócrata durante toda su campaña. La superioridad de la estatura política de Biden sobre Trump es innegable, y quedó manifiesta durante la campaña; un ejemplo de ello fue el debate sostenido por ambos candidatos, en el que el Presidente Trump rompió el protocolo al interrumpir a Biden frecuentemente, de manera burda y sistemática, con el fin de no dejar hablar ni avanzar al demócrata en el planteamiento de sus posturas. La diferencia entre ambos personajes es de sobra conocida: Biden es un político profesional, antecedido por una sólida carrera política construida a través de años de trabajo en los que ha sido miembro del Senado y de la Vice-presidencia de su país; en contraste, Trump es un hombre que toda su vida se dedicó a los negocios, pero con una profunda inexperiencia e improvisación en materia política.
El mensaje de mesura, cohesión e institucionalidad dado por Biden cuando un día después de la jornada electoral expresó su confianza en la obtención del triunfo, es otra evidencia indiscutible de la buena escuela política que lo diferencia del estilo impulsivo, improvisado y pendenciero de Trump. Mientras antes de conocerse los resultados finales Trump de manera apresurada salía a dar una conferencia de prensa en la que en modo vociferante se negaba a reconocer su
inminente derrota y descalificaba la elección tildándola de fraudulenta, por su parte Biden, con un tono verdaderamente presidencial y ecuánime expresaba ante los medios informativos su convocatoria a la unidad nacional de los estadounidenses, y afirmaba su convicción de considerar el resultado electoral como un triunfo del pueblo norteamericano, comprometiéndose a gobernar por igual tanto para quienes no votaron por él como para quienes sí lo hicieron.
Finalmente, el anuncio extraoficial divulgado por los medios de comunicación durante la mañana del sábado 7 de noviembre, respecto al virtual triunfo de Biden en los estados de Pensilvania, Georgia, Nevada y Arizona, confirmó, como ya todos lo sabíamos, que Joe Biden era el indiscutible ganador de la elección. Termina así la era Trump, que tal vez sea la más controversial etapa de la historia política norteamericana, y comienza la época Biden, que promete ser un escenario libre de demagogia, polarización, discriminación y transgresión a los valores universales de la diplomacia y la política; ello es razón suficiente para que Estados Unidos y el mundo lo celebren. Triunfó Biden, se reivindicó la democracia y ganó el mundo.