Oscar A. Viramontes Olivas
En esta ocasión Crónicas de mis Recuerdos iniciará un largo recorrido por diferentes calles de la ciudad de Chihuahua y contemplaremos la evolución de nuestra entidad en la construcción de infraestructura que se fue dando ante la necesidad tangible de cambios necesarios que fue experimentando el país, sobre todo a partir de la época y periodo de don Porfirio Díaz Mori que por supuesto, repercutió de manera directa e indirectamente en el que hacer de la vida de los chihuahuenses, por ello, se exponen datos interesantes de ese Chihuahua que se adaptaba a esas nuevas épocas de prosperidad. Sin duda, recordar es algo muy preciado que tiene el ser humano y representa un paso importante para establecer puntos de comparación de cómo estábamos ayer y cómo estamos hoy y, posiblemente qué nos espera en el futuro.
Sin duda una de las riquezas que siempre estuvieron inmersas en la vida de Chihuahua fueron sus valores culturales, muy arraigados en la medida que la ciudad empezó a salir del letargo después de la Independencia de México. Diversas construcciones se fueron dejando ver como herencia gracias a diversas invasiones que nuestra tierra fue experimentando a lo largo de su vida que de ese patrimonio histórico dejado siglos atrás, se fue modificando debido a la modernidad y trasformación del país y de nuestra tierra. Ese patrimonio colectivo fue congregando esperanzas y una herencia rica en cultura y enseñanzas registradas en las planas de la historia local, donde cada uno de nosotros tiene responsabilidades para conservarlas y cuidarlas, con el fin de seguir favoreciendo el desarrollo pleno y armónico de los habitantes de la ciudad de Chihuahua y más allá de sus límites. Aquí es fundamental que todos colaboremos en la recuperación y salvaguarda de la memoria histórica, de las mejores épocas y aquellas que también nos enseñaron a corregir errores.
Siempre recordamos nuestra época de niños en una ciudad tranquila donde jugábamos en la calle sin ningún problema con los amigos del barrio donde la delincuencia prácticamente no existía, ya que incluso en muchas ocasiones, se dejaban las puertas abiertas de las casas y nadie salía afectado por un robo, ahora las viviendas están amuralladas con todo tipo de protección, pero en fin, volviendo a ese pasado esplendido del Chihuahua que ya se fue, pero que quedó plasmado en muchos de los íconos que todavía existen y otros que aun cuando ya no están, todavía los recordamos. Por ejemplo, el antiguo Parque Lerdo un lugar que antiguamente era un vergel en medio del desierto que se caracterizaba por tener grandes álamos, fresnos, casuarinas, sicomoros y otras especies y al observarlos, se notaban de edades longevas debido a sus tallos de grueso diámetro. De los vendedores de dulces y pan que pasaban por los callejones del parque vendiendo la greñuda, el borrachito con jarabe y un poco de licor que eran una verdadera delicia para mucha gente y no se diga, los helados de garrafa con sus diversos sabores que apagaban el calor quemante de los días de verano. Sin embargo, de lo que alguna vez fue el parque, éste se ha ido deteriorando con el tiempo, sobre todo pienso que a partir de la administración municipal de don Luis Fuentes Molinar (1977-1980), donde el departamento de parques y jardines arrasaría con los árboles centenarios y frondosos, ya que en vez de practicar podas correctas, los talaron irracionalmente provocando que muchos de ellos se fueran enfermando y muriendo, quedando solo algunos cuantos ejemplares y hoy con la enorme contaminación y el descuido de las autoridades, sobrevive gracias a muchos ciudadanos que cuidan este pulmón de la ciudad con el fin de darnos a los chihuahuenses un oasis en medio de la selva urbana invadidos por el automóvil y el asfalto.
Saliendo del parque Lerdo de Tejada hacia el centro de la ciudad, nos topamos con otro ícono de nuestra identidad chihuahuense, lugar donde se dieron muchas convocatorias que dieron origen a movimientos y exposiciones públicas de manifestaciones sociales a favor o en contra de alguna corriente política e ideológica, ese lugar emblemático es la centenaria Plaza de Armas que mirándola desde los grandes edificios como el Hotel Hilton (ya demolido), la Catedral Metropolitana, la Presidencia Municipal, los desaparecidos cines Alcázar y Plaza al igual que los antiguos bancos Comermex, Bancomer, Banamex y el famoso Café de la Esquina en la Independencia y Victoria, los cuales miraban el esplendor de su explanada modificada en cuanto a su estructura, sigue siendo un punto de reunión de miles de personas que llegan a disfrutar de algún evento musical, religioso y comercial; de los boleros que siempre han estado “lustrando” el calzado del caballero de la oficina, empresa o del ciudadano común que por unas cuantas monedas, se garantiza revivir del “sepulcro” el zapato más degradado; de los globeros que con sus peculiares gritos han ofrecido su mercancía multicolor, imán para que los niños pidieran a sus padres un poco de diversión momentánea.
De esos edificios del centro de la ciudad mirábamos hacia el norte, allá por los años 50ª cuando se observaba una gran llanura con pocos indicios de avance urbano, ahí, estaba la construcción de las primeras casas en el fraccionamiento San Felipe Viejo en los terrenos que había ocupado el antiguo aeropuerto de la ciudad de Chihuahua donde además, se apreciaban los antiguos barrios del Palomar, Santo Niño y muy apenas la Industrial. Hacia el oeste el inicio de la construcción de “El Campestre”, sitio de reunión de la gente de buena posición que para llegar a él, se tenía que cruzar un camino de terracería hacia su destino final, donde se podían disfrutar de la camaradería, la diversión, el deporte y el altruismo. En esta inmensidad de espacio entre plazas, baldíos, estacionamientos y edificios donde los cambios de una ciudad modestamente colonial se iban convirtiendo en una urbe moderna donde casa por casa se fueron demoliendo para ser sustituidas por fincas con una arquitectura más moderna. Tranquila y maravillosa, es la ciudad de Chihuahua que se yergue sobre el lomerío cuyas cárcavas dirigen sus escurrimientos en tiempos de abundantes lluvias hacia la afluencia del rio Chuvíscar. Entre los edificios antiguos del centro, se tiene la Catedral, con sus torres y cúpula que sobresalen del complicado paisaje urbano de la zona, tejido de angostas calles y de sombrías fachadas con sus huecos que han dejado de viviendas demolidas por haber llegado a su vida útil o simplemente, para borrarlas de la faz urbana; símbolos de nuestra historia con su carácter introvertido, que esconden sus tesoros en la vida callejera, negando su interior por patios centrales, herencias árabes que a través de las conquistas españolas, aportaron a estas tierras el concepto de “jardín” ofreciendo un espacio de tranquilidad y calidad de vida en las propiedades privadas.
Ahí en los interiores de las casas antiguas se observan en muchas de ellas, fuentes que ofrecen una tranquilidad al visitante al escuchar su hidroterapia combinada con el verdor y sombra de sus arboledas junto a las arcadas y corredores, donde los pájaros, los pequeños y los adultos mayores, se convertían en lugares llenos de algarabía que emocionaban a cualquiera; los grandes zaguanes donde nos reuníamos a ver televisión, cuando no estaba muy difundida por una módica cuota de 20 centavos. En esas mismas casas del Chihuahua más antiguo, se miraban también los copetes de las palmeras de abanico que se recortaban permanentemente para ayudarlas a crecer y cuyo fondo maravilloso el cielo azul de Chihuahua, libre de contaminación ya que la ciudad no tenía muchos automóviles en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Sin embargo, la mancha urbana continuaba siendo un rectángulo alargado, situada a los lados del río Chuvíscar donde un día nacerían las rígidas ordenanzas españolas para la fundación de ciudades en el nuevo mundo, adaptándose a la complicada topografía del terreno inclinado y variado.
La ciudad de Chihuahua: su evolución y progreso, forma parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas de mis Recuerdos. Si desea los libros de la colección de los Archivos Perdidos, tomos del I al IX, adquiéralos en Librería Kosmos (Josué Neri Santos No. 111); La Luz del Día (Blas Cano De Los Ríos 401, San Felipe) y Bodega de Libros. Además, tres libros sobre “Historia del Colegio Palmore”, adquiéralos sólo en Colegio Palmore y al celular 614-148-85-03 que con gusto se los llevamos a domicilio.