En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas
Antes, varios siglos atrás, en el 1600, donde la historia se vuelve angosta como un pasillo oscuro y los registros escasean, la vida era otra. Las personas habitaban un mundo que desconocían, que les quedaba demasiado grande.
Trabajaban sin parar y, para matar el tiempo, contemplaban el mar, las montañas, la llanura, el cielo, ese paisaje que los envolvía. Era una buena forma de mirar más allá. Aunque la mejor manera era esta: leer.
Ya inventada la imprenta de tipos móviles de Johannes Gutenberg, el libro se tornó un objeto crucial. No sólo porque allí se aglutinaban las ideas y los pensamientos de una época, también porque era la única forma que existía de hacer volar la imaginación hacia niveles impensados.
Abrir un libro era —¿aún lo es?— viajar hacia lo desconocido. Son muchos los pintores que retrataron ese momento: personas con un libro en la mano y la mirada absorbida por sus páginas. Gerrit Dou fue uno de ellos.
II
En Anciana leyendo, Gerrit Dou creó una postal única. Es un óleo sobre tabla de 71,2 centímetros de alto y 55,2 centímetros de ancho. Fue pintado entre 1631 y 1632. Está en el Rijksmuseum, el Museo Nacional de Ámsterdam, Países Bajos, junto a grandes de Occidente como Frans Hals, Rembrandt van Rijn, Paolo Veronese, Peter Paul Rubens y Francisco de Goya.
¿Qué lee la mujer? El detalle de la obra es tan preciso que se ve con facilidad: es el comienzo del capítulo 19 del Evangelio de Lucas. El pasaje dice que aquellos que deseen hacer el bien deben dar la mitad de todo lo que poseen a los pobres. La ropa cara de la anciana contrasta fuertemente con este mensaje: todavía está apegada a las posesiones mundanas.
Una obra exquisita, detallista, luminosa con un mensaje claro y certero que sigue siendo atendible, incluso hoy.
III
Del holandés Gerrit Dou —también se lo conoce como Gerard Dou, Gerrit Douw o Gerrit Dow— se sabe que nació en Leiden en 1613, que fue un destacado pintor y grabador holandés del barroco y que perteneció a la Escuela de Leiden.
Que aprendió de su padre, un artista de la pintura sobre el cristal, también del grabador Bartholomeus Willemsz Dolendo y del artista del vidrio Peter Kouwhoorn. Pero todo cambió cuando, a los quince años, fue el alumno de Rembrandt, el primer alumno.
Para la historia del arte, pocos pintores gastaron tanto tiempo en los detalles de la pintura como Gerrit Dou. Se dice que pasó cinco días pintando una mano en un retrato. Solía usar lupa y un espejo cóncavo. Su trabajo era tan fino que tenía que fabricar sus propios pinceles. Le interesaba mucho la luz, por eso solía ponerle especial atención a las velas que alumbraban a sus modelos.
Siempre prefirió hacer cuadros de tamaño pequeño. En total, se le atribuyen más de 200 pinturas.
IV
Continuó la tradición: se convirtió en maestro. Tuvo entre sus alumnos a Frans van Mieris el Viejo y Gabriël Metsu. Además de pintar, era un gran lector. Se encerraba durante horas en su estudio a leer. Para él, era un descanso de su intenso trabajo.
Era tan exigente en los detalles de sus obras que no sólo agobiaba a los modelos que no querían estar tanto tiempo posando, sino que también se angustiaba él mismo y terminaba agotado. Entonces, cuando eso ocurría, tomaba un libro y, absorbido en sus páginas, su mente volaba, libre y serena, por los confines del mundo.
Murió el 9 de febrero de 1675, a los 61 años, en su casa de Leiden. Dicen, con un libro sobre sus piernas.