Sebastián Torok
PARÍS (Enviado especial).- “La isla”. Así la mencionan los atletas. La Villa Olímpica, el hogar de 14.250 deportistas durante los Juegos Olímpicos y, más tarde, de 8000 atletas en los Juegos Paralímpicos, es un sitio con luz propia, que late al ritmo de la encendida esperanza de cada competidor. Que en algunos rincones baila, también, al ritmo de la música nacional que se filtra por los pasillos de los dos edificios que ocupan los argentinos, el F14 de siete pisos y el F24 de seis, construcciones de colores rojo, a metros del Sena.
Recorrer la Villa de París 2024, como lo hizo LA NACION, es entrar en un mundo de fantasías, en el que reina la electricidad corporal y los nervios, pero también la buena energía. Es un espacio mágico, en el que se pueden cruzar la gimnasta Simone Biles con Rafael Nadal y el clavadista británico Tom Daley en uno de los tantos espacios comunes, en un supermercado o en una lavandería de ropa.
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La Villa, construida a unos veinte kilómetros de la Torre Eiffel, abarca 54 hectáreas que muerde tres ciudades: Saint-Denis, Saint Ouen y L’Ile Saint-Denis, muy cerca del famoso Stade de France. La edificación total tuvo un costo de 1400 millones de euros y, más allá del aspecto moderno de los edificios, los constructores ganadores del proyecto inclinaron la balanza, según las autoridades, gracias a los “compromisos medioambientales con bajas emisiones de carbón”. La tupida vegetación se fusiona con los puentes de madera y los caminos de concreto. Después de los Juegos, el área se convertirá en un barrio con 2500 hogares, una residencia universitaria, un hotel y comercios. Pero los nuevos habitantes comenzarán a reutilizar los departamentos recién en noviembre.
Las banderas de los países, colgadas de los balcones, se derraman en las calles; actúan de mapa político. El edificio de China es vecino del de Cuba; el amarillo y el verde de Australia fulguran junto al naranja de Países Bajos. El edificio argentino convive con Singapur, frente al que cobija a Lituana y Letonia.
Australia, precisamente, fue el primer país en informar que uno de sus atletas, un jugador de waterpolo, dio positivo de Covid-19 y fue aislado. “Estamos tratando el Covid de la misma manera que tratamos otros virus como la gripe. Esto no es Tokio”, dijo la jefa del equipo olímpico de Australia, Anna Meares, en referencia a los últimos Juegos, celebrados sin espectadores. Un segundo jugador aussie, un contacto cercano del waterpolista, también dio positivo más tarde. “No hay un gran riesgo de que se produzca un brote”, calmó el ministro de Sanidad francés, Frederic Valletoux, en una radio local.
Dentro de la Villa, los deportistas, entrenadores y oficiales de las delegaciones se trasladan a pie, en bicicleta y, si lo desean, también en unas navette eléctricas conducidas por amables voluntarios, la mayoría de la tercera edad. La convivencia, al menos por ahora, es armónica. Hay intercambios de camisetas y, sobre todo, de pins (un jugador del rugby seven de Samoa, por ejemplo, se acercó a la exremera y oficial del COA, Milka Kraljev, para el canje). Se oyen distintos idiomas, aquí y allá.
“¿Está el equipo de fútbol? Soy del PSG, pero fanático de Julián Álvarez”, pregunta Reda, un joven francés de Toulouse que trabaja controlando las acreditaciones, cuando descubre el origen de los enviados de LA NACION. “No”, la delegación de fútbol se encuentra en Saint-Étienne, donde debutará este miércoles, frente a Marruecos; luego lo hará en Lyon. El plantel recién podría instalarse en París si se clasifica para los cuartos de final, aunque los equipos del deporte más popular del mundo tienen reservado, también dentro la Villa, un hotel exclusivo para ellos.
La casa argentina ya está con una ocupación del 70%, aproximadamente. La delegación llegó el 12 por la tarde-noche y de a poco se fueron poblando las instalaciones. Los últimos representantes de un deporte colectivo en llegar fueron los voleibolistas. El edificio nacional es un desfile de atletas: LA NACION fue testigo del ingreso del esgrimista Pascual Di Tella; también de las bromas de Marcos Moneta (de Los Pumas 7s), de las caminatas de Matías Rey y Federico Monja (hockey) y de la sonrisa de Rocío Sánchez Moccia, abanderada olímpica y capitana de Las Leonas. En la planta baja hay salas montadas para diversas funciones: de kinesiología, otra en la que se instalaron las piletas para los baños de hielo, y también una en la que los representantes de la indumentaria oficial de la delegación nacional separan y reparten las prendas, los bolsos y las zapatillas.
En la terraza del edificio, los atletas tienen un espacio ideal para relajarse, a cielo abierto, bautizado el “Fan Fest #EquipoARG”, donde hay promesa de “ricos mates y tecitos para la pausa, snacks llenos de energía, TV para alentar a los equipos argentinos y juegos para compartir”. En ese sitio, además, hay fuentes con tentadores frascos de dulce de leche y galletitas.
Durante los primeros días, como suele pasar, hubo demoras en los restaurantes y, sobre todo, inconvenientes con los transportes oficiales que trasladan a los atletas a los entrenamientos. “Generalmente los choferes no son de la ciudad, entonces se encuentran con cortes que no conocen y a veces se pierden. Pero se va acomodando todo. Hay muchísima seguridad con armas largas, perímetros cada vez más grandes y protección para garantizar que todo salga de la mejor forma. El comedor va abriendo mayores espacios, como para que en los momentos pico no se forme un embudo. Lo van mejorando, pero siempre los primeros días son más difíciles”, explica Carlos Ferrea, jefe de misión de la delegación nacional. El restaurante servirá hasta 60.000 comidas por día.
Más allá de los pequeños percances, a los atletas se los observa radiantes. Al llegar, la organización les obsequió un kit con botellas reutilizables, un neceser y hasta un teléfono celular (de uno de los sponsors oficiales). Además, tienen permitido llevarse los acolchados con la inscripción París 2024 de las famosas camas de cartón que algunos llamaron “anti sexo”, ya que su aparente fragilidad podría ser una forma de limitar la intimidad entre los atletas. En realidad, el uso de ese material es parte de una serie de iniciativas ecológicas.
La Villa cuenta con un gimnasio y espacios para jugar, por ejemplo, al basquetbol. Se ofrece el servicio de guardería, hay farmacias y hasta un hospital. Hay peluquerías y barberías. También sectores para extraer dinero. Hay pocos efectivos a la vista, pero todo se vigila desde un sistema de video; incluso, por ese trayecto del Sena van y vienen los gomones con efectivos de la prefectura. De aquí para allá también está Diógenes de Urquiza, que llegó a París como titular del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) y recientemente fue nombrado subsecretario de Deportes, tras el despido de Julio Garro.
“Es un honor estar al frente de este grupo de deportistas que vinieron a París a dejar todo y estar en este edificio totalmente ornamentado con los colores de la Argentina. Hay un cosquilleo especial. La convivencia es muy buena. Tuvimos la inauguración de una escultura por la paz social, a la que vino el presidente del COI, Thomas Bach, y los deportistas firmaron el compromiso por los derechos y la paz mundial. Ojalá se repitiera en todo el mundo la convivencia que se da acá”, apunta Ferrea. Su ilusión es idéntica a la de los 136 atletas argentinos que, en los Juegos Olímpicos parisinos, intentarán vivir una película inolvidable.